El honor de Helga Schmidt
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Empezar este artículo es recordar las palabras de Falstaff refiriéndose al honor: “¡El honor! Ladrones. ¡Vosotros estáis ligados a vuestro honor, vosotros! Cloaca de ignominia, cuando ni siquiera nosotros podemos estar ligados al nuestro…/…¿Qué es entonces?: Una palabra. ¿Qué tiene esta palabra? Tiene el aire que vuela. ¡Bella construcción! ¿El honor lo puede oír un muerto? No. ¿Vive sólo con los vivos? Tampoco: porque las ilusiones lo inflaman, lo corrompe el orgullo, lo ablandan las calumnias”. Helga Schmidt persiguió en su vida dos cosas: la excelencia y su honor. Consiguió pronto lo primero. Lo segundo lo ha recuperado ahora, aunque la noticia no se haya difundido con la intensidad que lo hizo su casi encarcelamiento.
No tengo líneas para recordar que trató con Böhm, Mitropoulos, Krauss, Furtwängler, Solti o Kleiber. Ni que Karajan la contrató para la Ópera de Viena, donde trabajaron juntos diez años. Ni que luego pasó a ser directora artística del Covent Garden, con tan sólo 33 años, trabajando codo con codo con Colin Davis. De allí pasó a pergeñar un sueño de oro: el Palau de les Arts. Empezó cuando el edificio aún estaba prácticamente en sus cimientos y el proyecto artístico no era más que una ilusión en su cabeza. Critiqué mucho cómo funcionaban las cosas en aquellos tiempos y le di un consejo que ella misma me recordó muchas veces al paso del tiempo: “no te fíes nunca de un político. Tus éxitos no serán tuyos sino de ellos y tus fracasos serán tuyos y no de ellos”. Triunfó, nunca fracasó, pero los políticos y muy especialmente una política fueron su perdición, sin ella comerlo ni beberlo.
Cantar las cuarenta
Desde el año 2000 trabajó 24 horas al día. Llamaba a empleados, colaboradores o amigos pasadas las doce de la noche. Por cierto, entonces no era acoso. Era dura y dulce a la vez, una combinación nada frecuente que hizo que muchos la quisiésemos y otros la odiasen. No vacilaba en cantar las cuarenta al más pintado, ya fuese Lorin Maazel, Plácido Domingo o algún director de escena con el que no coincidía. Podía ser tremendamente dura y exigente, como también la más exquisita, sensible y cómplice amiga o jefa.
Contrató a López Cobos como director musical, pero cuando el Real se lo quitó antes siquiera de empezar porque no le firmaban el contrato, actuó por elevación y juntó a Maazel con Mehta. Con ellos montó, con audiciones por todo el mundo, la que llegó a ser la mejor orquesta de España. Había dinero, o por lo menos eso es lo que le decían sus políticos, hasta que un día empezaron a no cumplir los compromisos aprobados en patronatos. La vi sufrir privando a Mehta de su habitación en las Arenas, teniendo que prescindir de un Maazel que vio mayores ingresos en Qatar, sin poder cubrir bajas en la plantilla orquestal…
Ví como luego Maazel la maltrató cuando quiso volver al Palau al fallarle Qatar y Helga le contestó que ya no era posible pagarle su caché. Y, sobre todo, la vi sufrir por los incomprensibles ataques que recibió de unos políticos de partidos enfrentados, que hicieron de ella la diana inocente de sus intrigas.
“Usted es inocente”
No deja de resultar paradójico que fuese imputada la persona que miró hasta el último céntimo el dinero que administraba, que se peleaba hasta lo indecible con agentes, artistas y amigos para estrujar los cachés. ¿Pudo haber mayor dislate? Sin embargo, un día la sacaron de su habitación del hotel de madrugada con varios helicópteros en el cielo y una docena de furgones policiales en el teatro. “Señora, no se preocupe. Se ya que usted es inocente”, le dijo el primero de los incontables jueces que tuvo, pero uno tras otro se fueron apartando del proceso al ver que todo era una cuestión política. Mucho a causa de su enfrentamiento con María José Catalá, entonces consejera de educación de la Generalitat, y unos artículos tendenciosos publicados localmente por un periodista, basados en informaciones sesgadas de un ex empleado de la casa que había sido despedido, que tenía una relación especial con un fiscal del que mejor no hablar y que fue políticamente premiado con un cargo aún más alto. Política, fiscal y periodista hundieron su nombre.
Curiosas las declaraciones de Xavier Colinas en el juicio del caso Palau de les Arts en mayo de 2016. El despedido redactor del informe Diógenes -en el que se basó parte de la acusación- no se acordaba de nada, pero tuvo que confirmar que Helga Schmidt se negó a continuar con la entrega a un diario nacional de una suculenta cantidad de miles de euros a cambio de no se sabe qué, que se venía abonando desde la Generalitat. ¿Sería por eso que un periodista de la edición local se dedicó a escribir sobre la ex intendente de forma tendenciosa? Schmidt demandó a dicho periodista y al diario, pero primó la libertad de expresión y perdió el juicio.
Un calvario
Catorce meses después del bochornoso inicio del proceso, Schmidt finalmente pudo irse a Italia, pero siguió imputada por lo penal, sin pasaporte y esperando poder declarar, mientras que en los medios internacionales, que se hicieron eco de la espectacular operación de registro con helicópteros incluida, no se sabía si ella estaba o no en la cárcel.
Cuatro años y medio de suplicio, con viajes periódicos desde su casa próxima a Génova hasta Valencia para someterse a sesiones de quimioterapia y hablar con sus abogados, también a Madrid tras el fallecimiento de quien le llevaba el caso, rodeada de papeles que no entendía por sus términos jurídicos y porque no dominaba el castellano al cien por cien. Con jueces que, al advertir la motivación política del caso, se fueron apartando con excusa tras excusa. Un calvario.
Rehabilitar su nombre
Falleció en octubre de 2019, tras un cáncer, agravado por el peso del juicio pendiente, que ella llevó con la misma dignidad y fortaleza que hizo gala en su actividad profesional. No pudo por tanto disfrutar de la sentencia absolutoria. Confieso mi alegría y al tiempo mi enorme indignación al conocer esa sentencia, hasta con lágrimas de rabia por la larga injusticia cometida, recordando a Desdémona susurrando -como ella a mi teléfono al final de sus días- “Muero inocente” y viendo vivo a varios Yagos y algún engañado Otello.
Esta injusticia de cinco años ha de ser inexorablemente reparada. Hemos llegado al punto de inflexión en el que Valencia rehabilite su nombre tan ignominiosamente cuestionado. Hay formas. Quizá lógicos deseos de rentabilidad impidan que el Centro de Perfeccionamiento que ella creó lleve su nombre. El Palau de les Arts debería encargar un libro-catálogo con la glosa de la actividad colosal desarrollada por Helga Schmidt, su dedicación incansable, sus ideas, sus logros y la fama que ha proporcionó a Valencia en el mundo de la ópera internacional. Ella siempre me dijo que, cuando su nombre fuese rehabilitado -y de ello nunca tuvo duda- quería un concierto de homenaje con aquellos artistas con los que colaboró más estrechamente y la apoyaron hasta el final. El primero de ellos Zubin Mehta. Deberían aprovecharse estos días de reclusión para pergeñar este gran concierto en el aniversario de su fallecimiento, en el próximo mes de octubre.