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“Gigaton”, de Pearl Jam: rabia, adrenalina y dardos a Trump

El nuevo trabajo de la banda estadounidense es un álbum muy inspirado en el que brillan tanto en su cara rabiosa como con las baladas, y en el que Eddie Vedder mantiene fijación con su némesis
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La energía liberada por un gigatón es la que produce un terremoto de magnitud 8 y es también el título del nuevo álbum de Pearl Jam, «Gigaton» (Universal), que presenta en su portada un electrocardiograma sobre un glaciar deshaciéndose. Uno podría temerse estar a punto de recibir la consiguiente perorata ecologista, pero no, esto no es un disco de U2. El vicio de Pearl Jam, más que el bienquedismo de los irlandeses, es ponerse intensos o, como han tenido fases, directamente pelmazos. Sin embargo, cuando saben autoadministrarse –pensar más en hacer una buena canción que en ellos mismos–, como es el caso de su último trabajo, lo demuestran: son una banda mayúscula. Y eso no es poco decir para un grupo que surgió de la escena «grunge» y que, tres décadas después, con todo lo que ha cambiado la música desde entonces, trata de seguir siendo relevante. Su primer disco en 7 años, que se publica el 27 de marzo, equilibra, por fin, el ego y el público, la rabia y la balada, lo intenso y lo ligero.
El punto débil de una banda con un líder tan carismático como EdVed es que esa figura se convierte en la estrella del sistema solar pero también en el agujero negro. Si está «depre», el grupo padece. Si carga demasiado contra sí mismo o se enfada con el mundo por ser estúpido y consumista, sus canciones se entumecen. Por eso, a Vedder le viene muy bien tener una némesis contra la que dirigir la mala baba. Lo adivinan, ¿no? Sus constantes dardos contra Donald Trump en la vida real le mantienen cuerdo y en este disco no se resiste en dejarle una dedicatoria. En «Quick Escape» («Rápida escapada», en español) canta que quiere huir «para buscar un lugar que Trump no haya jodido todavía».
En su nuevo trabajo, del que ya se han publicado tres sencillos y que llega rodeado de mucha expectación, Vedder y los suyos demuestran madurez a la hora de ofrecer lo mejor de sí mismos. A estas alturas ya lo saben todo del rock de estadios de raza americana y en su nuevo disco explotan sus mejores facetas. Una de ellas son las canciones rápidas que en días de confinamiento hacen soñar con conducir por la autopista hacia una costa improbable o que impulsan a los «runners» de nuestras pesadillas a recorrer enormes distancias mientras huyen de nuestros insultos. Esa épica controlada, más rabiosa que grandilocuente, es uno de los fuertes de la banda y de la voz de Vedder, y ambas lucen en cortes como el que abre el disco, «Who Ever Said», «Never Destination» y «Take The Long Way», tres grandes ejemplos. En esta categoría entra otro de los adelantos al lanzamiento, «Superblood Wolfmoon», un tema con garra y adrenalina que se escapa a su fórmula del éxito con un toque garagero muy refrescante.
Trump, “broma sentada”
El segundo de los mejores ecosistemas de Pearl Jam son las baladas, aunque también es donde más minas aparecen en torno a la pose castigada y autocompadeciente de Vedder, que es un «frontman» incomparable pero pecador de ego. Ahí está la «springsteeniania» «Seven O’Clock», que es una sutil llamada a sus propios ciudadanos a enfrentarse al Gobierno de EE UU, como hizo el líder indio Toro Sentado, frente a un presidente, Trump, al que llama «broma sentada». Sin olvidar la original «Allright», que arranca con una intro muy sorprendente de corte electrónico, de nuevo, expandiendo horizontes.
Y es que en el nuevo trabajo de Pearl Jam hay varias temáticas que se salen de la norma, del cliché asociado a la banda. Una se ve en la estupenda «Dance of the Clairvoyants», por ejemplo, el sutil arreglo electrónico y la base rítmica descubren una nueva versión de la banda estadounidense, incluso bailable, que les revela como un grupo inquieto. «Bucket Up» es un medio tiempo melódico que huele a optimismo, y, de repente, «Comes then goes», un tema folk casi country en acústico, una hermosa balada que funciona como prueba de su dominio de la tradición. Una guitarra, una voz doblada y un tema atemporal. Viene y va, dice la letra, como la inspiración de una banda. Aquí podría terminarse el disco perfectamente. Suficiente minutaje y contenido. Sin embargo, asoman de nuevo los pecados de Pearl Jam con dos cortes largos y anodinos. «Retrograde» y «River Cross» quizá le gusten a los fans «núcleo duro» de la banda, pero resultan esa clase de cortes de largo desarrollo que parten de una buena idea muy mal resuelta por una vena progresiva que resulta más irritante que otra cosa. No es que sean espantajos (aunque tienden a), pero emborronan el trabajo de un grupo que, tres décadas después, sigue siendo relevante.

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