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El Decamerón: siete mujeres y tres hombres en el encierro más literario de la historia

Boccaccio hizo de la necesidad virtud y de la negra suerte de la enfermedad y el confinamiento un motivo para examinar el corazón del ser humano y trazar un inolvidable fresco de la humanidad imprescindible en estos días

Decameron Pasolini Pasolini

Hay diversos mitos acerca del confinamiento esencial del ser humano a los que se puede recurrir en estos momentos: el aislamiento, huelga decirlo, no solo se produce por enfermedades o maldiciones en los viejos esquemas narrativos. A esta reclusión, voluntaria o circunstancial, le acompaña a menudo una suerte de exilio interior que transforma para siempre a los héroes que pasan por tal trance: así les pasa a los héroes enfermos y curados de las mitologías y a los anacoretas y santos, paganos, cristianos u orientales, de las vidas ejemplares. Mirándonos en este espejo, el confinamiento puede ser un momento esencial para la introspección y el crecimiento personal. Hay una enseñanza crucial de estas antiguas narraciones: la purificación en soledad que preludia el renacimiento. Muchos son los confinamientos en la historia literaria por dolencias físicas o del alma: el griego Filoctetes, que ayudó a morir a Heracles y recibió como herencia sus invencibles armas, fue recluido en la isla de Lemnos por una horrible pestilencia, castigo de algún dios. Tras un confinamiento de diez años, al fin, una profecía anunció que los griegos solo ganarían en Troya con su participación, por lo que Ulises tuvo que ir a buscarle, a lo que Sófocles dedica una memorable tragedia, y acabó siendo curado por sabios médicos. Hay otros héroes posteriores confinados, como Percival en el romance artúrico, gran héroe de la «queste» espiritual, que crece encerrado por su madre, y se lanza a la aventura, que narra Chrétien de Troyes, del feérico castillo del Rey Pescador, otro enfermo aislado. Tras su mágica reclusión Percival descubrirá la misteriosa comitiva del Grial, que marcará su vida y su misión. En el estudio estructuralista de su mito por Lévi-Strauss lo comparaba nada menos que con Edipo, otro héroe de marginalidad clave, curiosamente también relacionado con la peste que arrasa su reino tebano, en la famosa tragedia de Sófocles. Edipo es el héroe que, tras su apartamiento, logra responder el enigma de la Esfinge mientras que Percival no osa afrontarlo al no preguntar a quién se sirve con el Grial. Estos héroes, ciertamente, son teselas del mosaico narrativo cíclico y, a la par, materia de «motivos» individuales estudiados por Propp o Campbell en un marco mayor.

La peste de 1340

Antigüedad y Medievo son dos caras de la misma moneda en la narrativa mítica y popular. Esto se ve especialmente en la obra más recordada en estos días de confinamiento: el «Decamerón», de Giovanni Boccaccio, cuyo título alude a los 10 días de aislamiento de un grupo de jóvenes ante la terrible peste de 1340. Recuerda sobremanera la raigambre clásica de la narrativa popular, con relatos enmarcados en una narración general. Esta técnica se remonta a la más remota antigüedad, a Egipto y la India (desde el «Mahabharata» a la colección de fábulas conocidas como «Panchatantra» que tendrá una extraordinaria difusión hasta nuestro «Calila y Dimna»). También se atestigua en el alba de toda fabulación, el relato en primera persona de Odiseo ante la corte de los feacios. Pero sobre todo descuella cuando nace la novela: el mejor ejemplo es «El asno de oro», de Apuleyo, una narración marco fantástica. Pensemos en otras colecciones clásicas como «Las mil y una noches» o los «Cuentos de Canterbury» herederos directos del «Decamerón». Boccaccio es clave de bóveda del «Trecento», uno de los humanistas con más sensibilidad para aunar lo clásico –como se ve en su obra latina y sus estudios griegos– con lo vernáculo, siendo su obra uno de los primeros monumentos literarios del toscano.

De hecho, su primer gran libro, el «Filocolo» (1338) –una versión del romance francés «Floro y Blancaflor» (siglo XII)– se suele considerar la primera novela italiana. Entre su obra latina citaré la «Genealogia deorum gentilium», una estupenda alegorización de todos los mitos y dioses de la antigüedad para el uso de un medievo cristiano que, siguiendo una larga tradición de comentaristas alegóricos de Ovidio y de los grandes ciclos míticos, intuye ya el Renacimiento. Otro ejemplo de su labor entre lo clásico y lo popular es su «Filostrato», fuente del «Troilo y Crésida», de Chaucer y de Shakespeare, con un tema que recupera del «Roman de Troie» francés. Así funde el Medievo los motivos míticos antiguos con el gusto por la novela de viajes, amores y aventuras. Ni a Boccaccio ni a Chaucer les interesaba tanto Homero –salvo como marco y referente– como la narrativa falsaria y popular en torno a Troya, acrecida por cuentos populares y fábulas.

El «Decamerón», también conocido como «El príncipe Galeoto» o «La comedia humana» (frente a la «Divina», del otro gran autor florentino), nos impresiona hoy por esa fusión de temas y su actualidad eterna. Los héroes aislados, de nombres alusivos y alegóricos, son siete doncellas y tres jóvenes que se confinan y pasan el tiempo contando historias por turno –por mandato de la reina o el rey que nombran entre ellos, alternadamente, cada día—, llegando a reunir 100 cuentos. La narrativa marco comienza con la brutal descripción de la peste y la deshumanización que provoca en Florencia, donde se dan dos actitudes contrapuestas: los que llevan una vida morigerada y apartada, y los que se afanan por disfrutar sin escrúpulos de todos los placeres, viendo cercano el final. Entre medias no hay nadie, solo el grupo de jóvenes que huye a Fiésole –ante un mundo en declive donde la ruina física esta acompañada de una ruina moral– y se recluye para dedicarse a una narración vital y desenfadada: campesinos engañados, frailes embusteros, jóvenes amantes ingenuos. Burlas, hazañas, humorismo, erotismo: una comedia humana que preludia en siglos el realismo de costumbres de Balzac y, a la vez, contiene el alegorismo de los héroes y antihéroes de todos los días. No es descartable que en la retina literaria de Boccaccio estén otras pestes célebres que conllevaron catástrofes morales, como la de Atenas, contada por Tucídides, la de Tebas del «Edipo Rey» o la de Constantinopla narrada por Procopio. Pero Boccaccio hace de la necesidad virtud y de la negra suerte de la enfermedad y el confinamiento un motivo para examinar el corazón del ser humano y trazar un inolvidable fresco de la humanidad, imprescindible especialmente en estos días.

Narraciones sobrenaturales

Estas pequeñas novelas de cada día hunden sus raíces en los cuentos milesios, las narraciones sobrenaturales de la antigüedad, los cuentos orientales, celtas o germanos, como los que abundan en el medievo, con el ejemplo de los estupendos «Gesta romanorum». La historia, ciertamente, se refiere a la Florencia de la que escapó el gran escritor en 1341, perdiendo amigos y familiares. Pero la narrativa, que evoca Boccaccio diez años después, trenzando la estructura marco y los cuentos, es intemporal. Resulta en una extraordinaria colección de sabor alternante entre lo popular, fabulístico, ejemplar y clásico, que quedó como una de las compilaciones más influyentes del fin del medievo. Lo evoca de forma atractiva y sugerente en el cine Pier Paolo Pasolini (1971), en una muy personal y erótica versión que también podemos revisitar estos días. Tras el «Decamerón», como tras toda esta narrativa, hay una profunda enseñanza. Conocer la alternancia de la vida: con la doble máscara literaria, entre tragedia y comedia, en el marco estremecedor de la Muerte Negra, las narraciones instruyen, divierten, educan y preparan para la resurrección de la vida cuando todo esto pase. Se intuye tras las chanzas, las moralejas y el «ritornello» de la narrativa popular: todo saldrá bien. El sol luce tras la enfermedad y el héroe sana y vuelve a su misión, como el simpático «trickster» Han Solo después de su fúnebre congelación en carbonita. Lo saben bien los héroes embusteros, enfermos o confinados: todo saldrá bien, «tutto andrà bene».

Lectura para el confinamiento

En momentos de aislamiento como los presentes tal vez no haya nada mejor que revisar los clásicos de la literatura para encontrar, en las experiencias parecidas de tiempos pasados, desde la antigüedad clásica al medievo o al barroco, momentos en los que las reuniones, lecturas y narraciones al amor de la lumbre, nos reconfortan y animan en medio de la crisis. Es un consuelo ejercitar esa vieja actividad humana que es contar historias o que se las cuenten a uno, en los libros y en las viejas voces familiares de clásicos como el «Decamerón» (abajo, una edición de finales del siglo XV), de Boccaccio. Una revisión de clásicos para el confinamiento empezaría por Sófocles («Filoctetes» y «Edipo Rey»), pasando por la novela artúrica y llegaría a Boccaccio o Chaucer. Luego podemos incluir, el «Diario del año de la peste» (1722), de Daniel Defoe, que novela la sufrida en Londres en 1665, un episodio que también trata, de forma diversa, Samuel Pepys en sus «Diarios». En el siglo XIX, «Los novios», de Manzoni sitúa la historia en el marco de la epidemia de peste en Milán en 1629. Y por supuesto el referente más moderno sería la novela «La peste» de Camus, un clásico actual de urgente lectura.

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