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La odisea de Menéndez Pidal en busca del origen del español

El documental «La historia oculta en las palabras», que se estrena el domingo en La 2, rescata la figura del filólogo y su empeño por armar el Archivo del Romancero con el que profundizar en la cultura popular

Ramón Menéndez Pidal (dcha.) durante una excursión en la Sierra de Guadarrama, junto a José Castillejo y María Goyri
Ramón Menéndez Pidal (dcha.) durante una excursión en la Sierra de Guadarrama, junto a José Castillejo y María GoyriFundación Menéndez PidalFundación Menéndez Pidal

Mucho hay que querer a la figura del Cid para que en tu luna de miel te vayas a hacer su ruta. Siempre, claro, con el consentimiento de la doña. Algo que para Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) no fue problema. María Goyri (1873-1954) estaba apasionada con semejante aventura. Lo normal hubiera sido darse a la vida contemplativa en Biarritz, pero no. El matrimonio decidió que empaparse de las tradiciones populares era lo mejor para celebrar el amor en 1900. En esas, se pararon a ver un eclipse de sol en El Burgo de Osma, donde la escritora reparó en un canto, un romance sobre «La muerte del príncipe don Juan». Le llamó la atención un nombre, el del «doctor De la Parra», que asistió a su protagonista. Lo que habla, y mucho, de la capacidad de Goyri, pionera de la universidad española. De esta forma, la pareja se da cuenta de que el romance contiene fragmentos de la historia real, en este caso, de la consternación del pueblo tras el fallecimiento del segundo hijo de los Reyes Católicos. Transcribieron el texto y la música, y, desde entonces, decidieron que cada viaje serviría para documentar la poesía viva.

Fue Menéndez Pidal el primer filólogo e historiador en investigar los orígenes del español y en consolidarlo como una lengua global. Pensó que en ella existía un importante aporte de los antiguos dialectos históricos y su afán excursionista hizo el resto. Gracias a él se llegaron a descubrir hechos latentes en el «Cantar del mío Cid» y «Los infantes de Lara». Reconstruyó la poesía épica medieval y la divulgó internacionalmente. Un recorrido que ahora recoge «La historia oculta en las palabras», un documental de Sonia Tercero Ramiro que estrena este domingo La 2 (21:30 horas). Cuenta la directora que lo que la hizo decantarse por esta figura fueron los ecos de la España vaciada: «Reflexioné sobre lo que suponía perder esa identidad cultural, y recuperar el Archivo del Romancero es volver a la educación de mi infancia, cuando recibíamos los romances como herramienta pedagógica introducidos por Menéndez Pidal».

Mucho más que un rey

Es el origen de un filme que comienza donde el filólogo tuvo su primer trabajo remunerado, la Biblioteca del Palacio Real, en Madrid. Donde descubriría al Cid como un héroe con más presencia en los textos que algunos reyes. Convirtió su trabajo en una forma de realización personal que le llevó a recopilar ese enorme Archivo que cambiaría la investigación en España. «Todavía no habían llegado a la Península los métodos de la filología que estaban en boga en Francia, Alemania e Italia, y paso a paso trazó un plan para poner a España a la altura de Europa», apunta Inés Fernández Ordóñez, académica de la RAE, en la cinta. Para reconstruir esa historia del español solo disponía del «Cantar del mío Cid», de un fragmento del «Cantar de Roncesvalles» y de una crónica tardía de «Las mocedades del Cid», por lo que recurrir a fuentes indirectas, como leyendas, romances y cantares populares, era la única opción de llevar adelante la empresa.

El nombre de Menéndez Pidal se dio a conocer en un concurso de la RAE para estudiar la gramática, el léxico y el texto del «Mío Cid», al que tuvo acceso a través de su tío, Alejandro Pidal y Mon, propietario del códice. «Debía empezar por el fundamento, orígenes, su área geográfica, en qué época se empezó a diferenciar del latín, cuándo una forma cambia a otra... Ahí se plantea el origen del español», resume Fernández Ordóñez. A su vez, el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, explica en el documental cómo lo popular llevó al filólogo a encontrar «una especie de sedimento de cultura nacional que podía entrar en diálogo con la vanguardia. Eso definió su trabajo». Dicha curiosidad le llevó a la Alpujarra, al Albayzín, a seguir los pasos de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita... Allá donde pudo encontrar huellas de la lírica popular. El canto y el cuento se unían en los romances.

En 1925, la Academia elige a Menéndez Pidal como su director. El primer filólogo en liderarla, recuerda la cinta. Su llegada realza la importancia de todas las lenguas de la Península y de Hispanoamérica: «Los noventa y tantos millones de hispanohablantes (...) no van a menguar en sentido común tanto que hinche vanidosamente sus nacionalismos hasta romper la unidad idiomática que hoy mantenemos con cuidado. Todo nos lleva a pensar que (...), lejos de caminar el idioma a su fraccionamiento, ganará una más fuerte unificación». Se mantuvo como director de la RAE hasta que la Guerra Civil lo dinamitó todo. No era bien visto por la República, que realiza una limpia ideológica en las instituciones y le obliga a un «exilio cultural» que le llevó a París, Burdeos, Puerto Rico, Estados Unidos...

Desde allí sufrió por su Archivo, trasladado junto a los cuadros del Prado. Las conferencias y cursos que daba le tenían cansado: «¿Qué hago por estos mundos si no puedo recuperar mis libros?». Hasta que regresó en el 39, pero el gobierno franquista tampoco le vio con buenos ojos y se le aísla. Recupera sus documentos, aunque es sometido al Tribunal de Responsabilidades Políticas, que le incauta sus bienes y parte del sueldo hasta 1944. Sin embargo, sus compañeros de la RAE no lo habían olvidado. Pemán, su sucesor, media para que Franco dé el visto bueno al regreso de un hombre que no puede ser enemigo de España «porque ha realzado al Cid». Menéndez Pidal regresa, en 1947 y hasta su muerte, al cargo de director de la Docta Casa.

Cuando fue el asesor de Charlton Heston

De primeras, no parece que Charlton Heston y Menéndez Pidal sean dos nombres que encajen. Sin embargo, hay un punto de unión significativo en la carrera de ambos: el Cid. Cuando, a principios de los 60, Hollywood movió toda su maquinaria hasta la Península Ibérica para realizar la película de Anthony Mann, allí estaba el filólogo como experto en la materia para que nada desentonase.