¿La educación en Francia es igual para todos?
La dupla de cineastas galos compuesta por Mehdi Idir y Grand Corps Malade dirige “Los profesores de Saint-Denis”, una comedia dramática que refleja las complejidades que entraña el sistema educativo de los suburbios parisinos
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Hay una característica muy extendida dentro de todo el cine social francés que alberga temáticas relacionadas con la educación y por consiguiente con todos los elementos agregados que giran entorno a ella -léase alumnos, docentes, entornos familiares, grandes lecciones de humanismo, aprendizajes capitales, establecimiento de vínculos personales intensos entre el estudiante y el maestro…etc- que tiene que ver con su poder emancipador. Con su potencial capacidad de liberación. Es por eso que desde el territorio galo siempre han manifestado una necesidad patente de privilegiar, estirar, difundir, profundizar y promocionar la relevancia que tiene la adquisición de conocimientos dentro de las civilizaciones occidentales y, más concretamente, la gestión histórica que vienen haciendo de la misma.
Hace un par de años el cineasta Sébastien Marnier revestía la figura del alumnado del centro de enseñanza secundaria de Clerval (ubicado en un distrito de considerable nivel adquisitivo) de un siniestro halo de incomprensión, macabra implicación ecologista y falsa rebeldía elitista en “La última lección”. También el realizador Olivier Ayache-Vidal mostraba con afectado didactismo en “El buen maestro” las consecuencias que sufría el profesor de literatura François Foucault tras cambiarse de un centro bastante prestigioso a un instituto del extrarradio de la capital parisina. Tan solo son un par de ejemplos de cintas actuales que ilustran la predilección francesa por esta institución social (aunque los nombres que engrosan la lista son múltiples y numerosos), pero también el dibujo de unos antecedentes ilustrativos que sirven para entender mejor el contexto del nuevo proyecto de Medhi Idir y Grand Corps Malade.
“Los profesores de Saint Denis” es la segunda película escrita y dirigida por ambos tras el éxito obtenido con “Patients”. Tras alzarse como ganadora del premio “Cinéfilos del Futuro” durante la 16ª edición del Festival de Sevilla otorgado por el público joven, (un dato bastante comprensible teniendo en cuenta el protagonismo que adquiere dicha generación dentro de la cinta), esta amable historia de integración y adaptación sobre una joven profesora que asume la dirección de un centro de estudios situado en los suburbios de París aterriza en la Sala virtual de cine de A Contracorriente Films.
Cuando Samia pisa por primera vez los pasillos del colegio García Lorca, lo hace en calidad de Jefa de Estudios y encargada del departamento de Vida Escolar del centro. La novedad de todo lo que rodea su recién inaugurado universo no supone para esta maestra de profesión interpretada por la magnética ganadora de un Premio César gracias a su papel en “Fátima” (Philippe Faucon, 2015), Zita Hanrot, ningún inconveniente grave más allá de la clásica soledad inicial a la que se enfrenta cualquier persona que acaba de mudarse a una zona de la ciudad cuyos parámetros no maneja demasiado y tiene por delante la compleja tarea de conseguir adaptarse a los códigos de comunicación de sus compañeros de trabajo. Pero también de involucrarse en términos docentes con los agujeros de desigualdad que anidan en el centro.
El hecho de que tanto Mehdi Idir como Fabien Marsaud, cuyo apodo profesional de “Grand Corps Malade” (“gran cuerpo enfermo”) encuentra su origen en un trágico accidente con rotura de vértebras incluido tras el cual le aseguraron erróneamente que no volvería a recuperar la movilidad y que sirvió como fuente de inspiración de “Patients”, provengan del barrio de Saint-Denis, estudiaran en el mismo instituto que aparece en el filme y tuvieran una adolescencia bastante similar a la mostrada por algunos de los protagonistas, confiere a “Los profesores de Saint Denis” un grado de honestidad y limpieza en el relato bastante destacable.
A pesar del señalamiento explícito de las carencias y las fallas de un sistema parasitario que de forma jerárquica aplasta al pobre y eleva al rico que los directores estructuran a través de situaciones como la agrupación en una misma clase de aquellos que son “menos listos” (es decir, que tienen menos recursos y situaciones familiares lo suficientemente extremas como para no priorizar las clases) y de una descripción en apariencia integradora, empática y edificante de la sociedad francesa, no deja de resultar curiosa la naturalidad con la que se muestra el racismo asumido que se profieren entre sí los propios integrantes de las diferentes comunidades que habitan en los suburbios. “¡Fodé, negrata, bájate de la patera!” interpela asomado a la ventana de su casa Yanis, uno de los jóvenes protagonistas a quien da vida el actor debutante Liam Perron (nominado en la última edición de los Premios César como Mejor actor revelación por su interpretación en esta película) y para quien el cine constituye una de las pocas motivaciones personales que tiene. “Eh, moro, ¿te ha llamado ya el Dáesh?”, replica guasón Fodé, cuyo color de piel resulta fácil de intuir por la descriptiva provocación inicial.
La marginalidad que inunda las barriadas del extrarradio parisino y la fatalidad de un determinismo social que empuja a los alumnos con menos recursos económicos al desplazamiento total de su futuro no ensombrece sin embargo (al menos de forma absoluta) los espacios que Idir y Marsaud conceden a la esperanza, a la posibilidad de revertir la posición de las barreras sociales impuestas y a la felicidad momentánea de la que se contagian tanto educadores como alumnos, tal y como refleja esa fiesta simultaneada en la que mientras los educadores se desinhiben ligeramente en una celebración y renuncian durante unas merecidas horas a sus obligaciones como tutores, los alumnos hacen lo propio en otra casa.
En unas declaraciones recogidas por Europa Press, Mehdi Idir aseguraba que tras volver al instituto y poder pasar largas jornadas con profesores, vigilantes y alumnos para recrear con exactitud los problemas actuales, ambos cineastas comprobaron con cierta sorpresa que lejos de haber cambiado con respecto a la situación que recordaban, había empeorado considerablemente: “La gente es cada vez más pobre. En Francia, se supone que la escuela es para todo el mundo, que todos tienen las mismas oportunidades, pero en un barrio como éste no es lo mismo que estudiar o enseñar en París, que está solo a 15 minutos en coche”. Con esta indicación Idir subraya de manera crítica la amarga cara de una evidencia como la de que el dinero, a pesar de los esfuerzos galos por demostrar lo contrario, sigue condicionando la hoja de ruta de los pilares educativos de la clase trabajadora.