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El testamento profético de Juan Pablo II

Se cumplen cien años del nacimiento del Papa, quien añadió una última disposición en 2000

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La fecha: 1979. El Papa polaco otorgó el 6 de marzo su testamento ante notario, al que añadiría su última disposición en el mes de marzo de 2000, en el umbral ya del tercer milenio.
El lugar: ROMA. Esa sangre de los mártires que él invocaba volvió a derramarse al año siguiente, cuando Alí Agca le descerrajó dos disparos en la Plaza de San Pedro.
La anécdota: Wojtyla redactó de su puño y letra tal vez el documento más importante de su vida y, por qué no decirlo también, uno de los más desconocidos.
Nada mejor quizá para conmemorar el centenario del nacimiento de Juan Pablo II, que se celebra mañana lunes 18 de mayo, que centrarse en el principio de su largo y fructífero pontificado. En concreto, en el 6 de marzo de 1979, cuando el Papa polaco otorgó ya su testamento ante notario al que añadiría su última disposición el 17 de marzo de 2000, en el umbral del tercer milenio. Juan Pablo II, cuya película «Wojtyla. La investigación» sigue cosechando grandes éxitos de público y crítica en España e Italia, redactó de su puño y letra tal vez el documento más importante de su vida y, por qué no decirlo también, uno de los más desconocidos de su vasta y profunda obra literaria. Curiosa paradoja.
Ateniéndose tan solo a este párrafo, agregado a su testamentaría durante la Cuaresma de 1980, se comprenderá mejor su trascendencia: «Los tiempos en que vivimos –advertía ya el Romano Pontífice– son sumamente difíciles y agitados. Se ha hecho también difícil y tenso el camino de la Iglesia, prueba característica de estos tiempos, tanto para los fieles como para los pastores. En algunos países […] la Iglesia se encuentra en un período de persecución tal que no es inferior a las de los primeros siglos. Más aún, las supera por el nivel de crueldad y de odio». Y culminaba este párrafo tan vigente hoy también con la siguiente frase en latín: «Sanguis martyrum, semen christianorum» (Sangre de los mártires, semilla de los cristianos).
Esa misma sangre de los mártires que él invocaba volvió a derramarse al año siguiente cuando el criminal turco Alí Agca le descerrajó dos disparos en la Plaza de San Pedro, en Roma. Como recuerda ahora en la película del centenario de Juan Pablo II su secretario personal durante casi cuarenta años, el cardenal Stanislaw Dziwisz, el Papa «llegó a perder las tres cuartas partes de su sangre. Estaba desangrado», pese a lo cual vivió para contarlo porque se encomendó a Dios desde niño para que hiciese con su existencia lo que Él quisiera, que resultó ser lo mejor para él.
Con solo ocho años, recién muerta su madre, el pequeño Karol acompañó a su padre al Santuario de Kalwaria, en Polonia, donde su progenitor pronunció estas mismas palabras ante la imagen de la Virgen, a modo de consagración: «Karol, desde hoy María será tu Madre». Y así fue hasta el mismo instante del atentado, cuando el Papa herido invocó su intercesión virginal en el interior de la ambulancia que le conducía a toda velocidad hasta el Policlínico Gemeli, el mismo día de la Virgen de Fátima. Hace poco más de una semana, se inició el anhelado proceso de beatificación de Karol y Emilia, los padres de Juan Pablo II, quienes le inculcaron desde su más tierna infancia el amor a Jesús, la Virgen y los santos.

Sin familia

En realidad, el martirio de Karol Wojtyla arrancó con la prematura muerte de su madre, a la que siguió la de su amadísimo hermano Edmon y la de su padre. Wojtyla se quedó así sin familia y su vida se forjó desde entonces en el sufrimiento también con la persecución despiadada de los nazis y de los soviéticos. Por no hablar del espionaje que padeció desde 1946, recién ordenado sacerdote, y hasta su mismo pontificado, por parte de los servicios secretos comunistas de Polonia en connivencia con el KGB soviético. Seguimientos físicos, colocación de micrófonos en sus residencias privadas, control de la correspondencia, amenazas de todo tipo y hasta un plan secreto para envenenarle.
Eran, en definitiva, los toques de amor y dolor de Dios en su corazón, como el escultor que modela a imagen y semejanza suya la obra que pretende culminar y que, en su caso, Wojtyla plasmó en su bello poema El Magnificat. «Amaba el sufrimiento para salvar almas», asegura también en la película Fray Tarsicius, sacerdote capuchino del Santuario de Kalwaria. «Y aun teniendo graves enfermedades, sobre todo hacia el final de su vida, nunca se quejó», subraya el cardenal Dziwisz. Wojtyla hizo suya así esta frase proverbial del Padre Pío, a quien él mismo beatificó y canonizó en junio de 2002: «Lo mejor siempre se compra al precio de un gran sufrimiento». San Pío de Pietrelcina advertía también, muy seguro: «Al Cielo se sube por el sendero de la oración y del sufrimiento». Y eso mismo hizo Wojtyla hasta su último suspiro, muriendo con las botas puestas.

La hermana del Papa

Dicen que una de las mayores virtudes de los santos es la humildad. San Juan Pablo II tampoco fue una excepción: «A todos les pido perdón. Pido también oraciones para que la misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad e indignidad», escribió de su puño y letra en su legado, el 6 de marzo de 1979. A lo largo de su vida siempre recordó con inmenso cariño a su familia, pese a quedarse solo demasiado pronto: «A medida que se acerca el final de mi vida terrena, vuelvo con la memoria a los inicios, a mis padres, a mi hermano y a mi hermana (a la que no conocí, pues murió antes de mi nacimiento)», anotó en su testamento. Y su legado culmina con esta frase: «In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum» (En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu).