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Clint Eastwood cumple 90 años: Los tipos duros no se retiran nunca

Nueve décadas que han dado al actor la posibilidad de reinventarse, de la televisión al cine y de la actuación a la dirección, donde, se ha consagrado con su originalidad, poder e inteligencia

Son 90 años como 90 soles. 90 años que dan para arrancar en televisión, reinventarte como anti héroe de la mano de un heterodoxo enamorado de John Ford como Sergio Leone, poner del revés las costuras del thriller más adrenalínico y oscuro junto a Don Siegel y luego, entrados los años ochenta, consagrarse como uno de los directores más originales, poderosos e inteligentes que hayan bendecido las colinas de Hollywood. Un director cortado por el mismo patrón que Alfred Hitchcock o Howard Hawks. Capaz de rodar en el tiempo establecido, sin caprichos ni excentricidades, con la seguridad de que su arte, innegable, no interferirá con la película hasta el punto de que el ego del creador oculte la historia.

Antes de los Christopher Nolan, David Fincher y Wes Anderson, antes de las películas de serie media como «Pequeña Miss Sunshine» o «Entre copas», cada vez más difíciles de rodar, cada vez más perdidas o condenadas a salir adelante lejos de los circuitos convencionales, ahí estaba ya Eastwood. Armado de historias tan complejas, inteligentes y poéticas como aquella, «Cazador blanco, corazón negro», en la que rendía tributo a otro héroe personal, John Huston. Un director con el que tanto comparte. Al que retrató curándose los ramalazos de fiebre amarilla mediante profusos lingotazos de ginebra, en el corazón de las tinieblas y a la caza del elefante mítico.

Ahora mismo solo soy capaz de pensar en otros dos monstruos sagrados, Martin Scorsese y Steven Spielberg, capaces de combinar comercialidad y voz propia, por más que el italoamericano de Little Italy sea más oscuro y vanguardista y el genio que parió «E.T.» o «Tiburón» siempre estuviera más cerca de los tebeos que marcaron su infancia y de los cuentos con brujas, vampiros y princesas. Luego tenemos a Woody Allen, que también va a su bola. Pero lo del director de «Annie Hall» y «Manhattan» siempre fue mucho más radical, más de «outsider» en el mejor sentido.

Alcalde durante un tiempo de un pueblo, Carmel by the Sea, que es un espejismo azul eléctrico contra las aguas rotundas del océano Pacífico, muy cerca del Big Sur donde escribía Henry Miller, Clint Eastwood, republicano, conservador en el mejor y más noble sentido de la palabra, terror de la más imbécil progresía, también está muy lejos de las pijadas posmodernas que ensucian la Casa Blanca. En 2016 defendió al botarate que hoy disfrutamos, al tonto de capirote de Trump, pero quiero sugestionarme o creer que lo hizo más movido por el espanto a la turbia Hillary Clinton que por amor al payaso rubio. Bah. Tampoco importa.

Qué otra cosa sino adoración puedes sentir por el tipo que rodó el mejor «biopic» de un músico que jamás hayas visto, la sensacional y desgarradora «Bird», donde narra con pulso eléctrico y compasión infinita los pozos de ambición y tortura del muy genial y autodestructivo y drogota Charlie Parker, al que interpretaba un Forest Whitaker majestuoso. Que si no gratitud profunda puedes sentir hacia el director de ese poema sobre el amor, el perdón, la lealtad, el olvido y la nostalgia que es «Los puentes de Madison», y con un fin de semana entre el fotógrafo de National Geographic y el ama de casa que es el equivalente en celuloide a los grandes sonetos de los mejores poetas isabelinos.

Como escribí en algún sitio, quizá aquí mismo, ya solo por la escena del propio Eastwood bajo la lluvia mientras una Meryl Streep manosea la última baraja del futuro, solo por esos minutos con vocación de eternidad tiene ya garantizado su hueco entre los más grandes. Streep, por cierto, bordó una de las interpretaciones de su vida, repleta de sensibilidad, frustración, erotismo y dulzura. Y qué si no fidelidad merece el director de la sobrecogedora «Million Dollar Baby», donde entre otras cosas afrontaba el asunto de la eutanasia y el derecho a una muerte digna.

O la sutil y emocionante «Gran Torino», que profundiza en las atrocidades del racismo sin permitirse ni un gesto para la galería, ni un sermón moralizante, ni un borrón sentimentaloide, y que mediante un guión de acero colado contaba la amistad entre un viejo amargado, cabezota y traumatizado y unos chavales hijos de la diáspora provocada por la misma guerra en la que el viejo había combatido. Me falta espacio para brindar por tantas obras maestras. Aunque no puedo olvidar dos westerns tan maravillosos como «El jinete pálido» y, sobre todo, la majestuosa «Sin perdón». Qué decir de «Mystic River» o de «Un mundo perfecto». Que no hay ni habrá otro igual a usted, Mr. Eastwood.