Elvis Presley, cuando el Rey del rock resucitó en Las Vegas
En 1969 regresó a los escenarios tras una década perdido: reinventó su personaje y salvó a una ciudad
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En 1960, Elvis Presley dejó de ser un soldado raso. Terminó el servicio militar que le había pillado por sorpresa como estrella juvenil y trató de recuperar su carrera. Sin embargo, en lugar de hacerlo donde debía, en los escenarios, el Rey del Rock encadenaba películas, a cual peor. Grabó algunas canciones pop que no vale la pena recordar y se perdió. Desnortado y errático en Hollywood, tomaba drogas y bebía como un cosaco. Para el final de la década había envejecido dos. En 1968, una actuación especial en la televisión norteamericana le abrió la oportunidad de un regreso a los escenarios del que nadie, ni él mismo, pensaba que pudiera salir airoso. Sin embargo, la situación era desesperada para él y para quienes le contrataron. El International Hotel de Las Vegas languidecía como toda la ciudad de los casinos. En los albores de la contracultura, la acartonada capital de neón era incapaz de atraer a los estadounidenses. Los tiempos del Rat Pack de Sinatra y compañía se habían desvanecido y los dos zombis culturales, Elvis y Las Vegas (la película «Viva Las Vegas» ya les había unido en 1963) trataron de enderezar su destino. El 31 de julio de 1969 Elvis volvía a salir a un escenario ocho años después. Y podía que fuera la última.
En las Vegas decidió su transformación. Su morfología había cambiado y ya no pasaba por el joven pícaro y burlón, así que decidió apostar por la grandilocuencia. Sus famosas gafas, el traje blanco y brillante, en suma, la marca Elvis que hoy conocemos, se forjó en este kitsch regreso. Tupé, patillas y barriga. Una orquesta de 40 músicos y dos coros diferentes: uno masculino de gospel y uno femenino de soul. Y sin embargo, antes de salir, Elvis temblaba como un flan. Tuvieron que empujarle pero, al fin y al cabo, estaba en Las Vegas. Era el momento de apostar. El «show» de su regreso apenas duró una hora pero fue, contra todo pronóstico, colosal. Elvis sudó como nunca en su vida, abotargado y algo torpe como estaba, pero su voz era más poderosa que nunca. Fue algo sobrenatural, mágico casi. Elvis actuó cada noche durante las siguientes cuatro semanas, en dos pases. Ni un solo día libre. ¿Acabado? No, celestial. El hotel le ofreció un contrato de cuatro años aunque el Rey volvió a las andadas en la ciudad del pecado. Sin embargo, habían salido airosos. Las Vegas redefinió su modelo, hacia las clases medias, incluyendo a las mujeres también, y marcó la línea de espectáculos por todo lo alto que hoy en día (ya sea Celine Dion o Lady Gaga) programan los casinos más famosos del mundo.
La verdad y la leyenda
De esos años hay decenas de leyendas, la mayoría divertidísimas. Una de ellas dice que su traje estaba elaborado a partir de retales de un karategui (un quimono, pero de kárate) que él mismo, dicen, practicaba. Elvis apostaba en los combates de cualquier cosa, y su noche más exitosa se la regaló Chuck Norris, que tumbó en el primer asalto a un ruso mucho más grande que él. Elvis bajó lleno de admiración a saludar a Norris, con su melena rubia a tazón. Había sido seis veces campeón de karate y desde esa noche se convirtió en maestro del Rey del Rock. Esta historia no transcurrió exactamente así, pero es lo que dice la leyenda. Que fingió su muerte perseguido por la mafia. Que está en un programa de proteción de testigos. Que su registro de defunción no existe y vive en Memphis todavía...