Retiran el icónico autobús de “Hacia rutas salvajes” para evitar que siga habiendo accidentes
Los temerarios aventureros para los que el "Magic Bus" de Christopher McCandless se había convertido en lugar de peregrinaje ya no podrán acudir más a visitarlo a las indómitas tierras de Alaska
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En la década de los sesenta una empresa de construcción ubicada en la ciudad de Fairbanks, en Alaska, adquirió un viejo autobús visiblemente maltratado por el paso del tiempo en cuyas ventanas descoloridas podían adivinarse todavía las caras de la gente que había montado en sus asientos cuando fue el número 142 de la red de transporte público de la localidad. Para proporcionar una segunda vida a este mítico modelo International Harvester K-5 de 1946 y a otros dos buses más de características similares, la compañía Yutan destinó las instalaciones del atrayente vehículo al alojamiento de trabajadores y operarios que se encontraban asfaltando la pista forestal del infinito y recóndito parque nacional de Denali. Añadieron una cama y una estufa cilíndrica de leña para acondicionar el interior y dotarlo de un aspecto mucho más hogareño y funcional durante los meses de trabajo hasta que pasados dos años, tras haber dado por concluidas las operaciones y haber recogido el campamento, el que sería posteriormente bautizado como “Magic Bus”, se quedó abandonado en mitad del ensordecedor paraje norteamericano.
Convertido en icono cinematográfico y consolidado como lugar de peregrinación predilecto de los buenos salvajes, la forma y el fondo de este ruinoso autobús bicolor se constituyeron como leyenda después de formar parte de la, para algunos inspiradora para otros absurda e insensata, peripecia de un intrépido chico de apenas 24 años graduado en Historia y Antropología por la Universidad de Emory (Atlanta) que decidió lanzarse de forma contestataria y ciertamente crítica, poco después de finalizar sus estudios, a la búsqueda del espíritu nómada y al reencuentro con la naturaleza para desquitarse de la vacuidad materialista de sociedad americana.
Christopher McCandless (conocido también con el nombre que él mismo acuñó de Alexander Supertramp) murió por inanición el 18 de agosto de 1992 después de vivir algunos meses, durante la última etapa de su viaje, en el “Magic Bus”. “He tenido una vida feliz y doy gracias al Señor. Adiós, bendiciones a todos”, escribió por última vez en un diario personal que durante 113 días le acompañó y sirvió de contenedor de libertades, aspiraciones y reflexiones contemplativas.
Cuando el escritor Jon Krakauer recogió poco tiempo después la historia de McCandless en su libro “Hacia rutas salvajes” y Sean Peann continúo con el testigo de la aventura dirigiendo una película homónima sobre la apasionante andadura del joven en 2007, la popularidad del enclave montañoso y más concretamente de ese autobús en el que la vida se había parado antes de tiempo, alcanzó tal nivel de culto que fueron muchos los seguidores encandilados que decidieron seguir los pasos del protagonista y llegar hasta este sagrado refugio con ruedas aún a riesgo de ponerse en peligro o sufrir algún tipo de accidente, como en efecto ha terminado sucediendo en varias ocasiones. Tanto es así que entre 2009 y 2017 se han efectuado 15 operaciones de búsqueda y rescate relacionadas con el autobús, incluyendo la reciente recuperación este año de cinco turistas italianos que se habían quedado atrapados en el parque y la terrible muerte de una mujer bielorrusa en 2019 mientras intentaba cruzar un caudaloso río para llegar hasta allí.
“Después de estudiar detenidamente el asunto, sopesar muchos factores y considerar varias alternativas, decidimos que lo mejor era retirar el autobús de su ubicación en el Stampede Trail”, ha señalado la encargada del Departamento de Recursos Naturales de Alaska, Corri Feige, para contextualizar la retirada inminente a la que procedieron el pasado jueves miembros de la Guardia Nacional. El “Magic Bus” dice adiós a su insondable entorno en pro de la salvaguardia de la seguridad pública. Un helicóptero militar estadounidense ha sido el encargado de efectuar la operación enganchando, suspendiendo y transportando por los aires el autobús. Un pedazo de la nostalgia colectiva de la generación de los noventa sobrevolando el diáfano cielo de Alaska.
Feige ha matizado también que a pesar de formar parte de la memoria cultural de toda una generación, el poder de atracción de este vehículo continuaba a día de hoy suponiendo un riesgo innecesario: “Aunque entendemos el lugar que ocupa este autobús en el imaginario popular, se trata de un vehículo abandonado y en constante deterioro que ha acarreado labores de rescate muy peligrosas y con un gran coste; lo que es peor, a algunos visitantes les ha costado la vida”. Por el momento las autoridades no han tomado una decisión firme sobre el futuro destino de la reliquia, pero todo apunta a que su exhibición en un lugar público y en una localización mucho más segura y accesible que propicie las visitas de los asistentes, podría terminar convirtiéndose en una realidad.
En una luminosa escena de la adaptación cinematográfica de Sean Penn, el actor Emile Hirsch que da vida a McCandless, reflexiona junto a una pareja que se ha encontrado en la playa acerca del impulso natural e instintivo de rivalizar con la tierra. Hipnotizado por el magnético movimiento de las olas y citando a Primo Levi, espeta: “No sé gran cosa del mar pero si sé que aquí es así. Y también sé lo importante que es en la vida no necesariamente ser fuerte sino sentirse fuerte, medir tu capacidad al menos una vez, hallarte al menos una vez en el estado más primitivo del ser humano, enfrentarte solo a la piedra ciega y sorda sin nada que te ayude, salvo las manos y la cabeza”. A la vista está que, en un alarde de imprudencia o exceso de idolatría, han sido muchos los que han intentado medir sus capacidades visitando el salvaje emplazamiento en el que el joven perdió la vida. Ahora toca seguir inspirándose, pero usando más prudencialmente la cabeza.