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“La mano De Dios”: Sorrentino pasa de la terrenalidad del Papa a la divinidad de Maradona

El realizador, que ya trabajó con el jugador en "La juventud", rodará en Nápoles

Maradona, durante su estancia en La Habana, en 2000, donde se sometió a rehabilitación por su adicción a las drogas.
Maradona, durante su estancia en La Habana, en 2000, donde se sometió a rehabilitación por su adicción a las drogas.REUTERS FILE PHOTOREUTERS

Sorrentino y Maradona. La suma total del espectáculo: cine y balón. Dos dioses juntos. Los ídolos apócrifos del «pan y circo», del entretenimiento masivo y popular, donde los hombres y las mujeres sueñan, imaginan y sufren. Los domingos ya no son de la iglesia; son de esos dos colosos modernos, las salas de cine y los estadios de los clubes, con sus espejismos y juegos de sombras platónicas que nos hacen creer en ideales imposibles. Netflix ha marcado un gol por la escuadra a la competencia. Y, como los verdaderos chulos, los de barrio, con una chilena, que es el estilo que siempre gastan los eternos del césped. Los rumores no han tardado en difundirse: el director italiano escribirá y dirigirá la serie «La mano de Dios». No han trascendido detalles de la producción, más allá de los saludos cordiales, de lo contentos que están todos de trabajar juntos, pero, ¿acaso hace falta con ese título?

El secreto y el silencio, nos lo han enseñado las películas de mafiosos y Gay Talese, lo son todo, pero en esta ocasión los datos concuerdan como en una ecuación matemática bien resuelta. Veinte años después de su primer filme, Sorrentino volverá a rodar en Nápoles, sí, y lo hará para contar la historia del único hombre que recibe ese apelativo en la Tierra, el auténtico amo del esférico, el goleador que convirtió la mano en el jugador número doce del equipo: Maradona, un escultor de espacios, el rematador que inflamó su adolescencia de idolatría, que la congestionó de emociones, que le hizo atender la pantalla de televisión antes que a la felicidad de los amores ocasionales, el tótem que le salvó la vida, en confesión propia. Los padres del realizador habían acudido a una casa de montaña y un fallo en los conductos de la calefacción les provocó una muerte anticipada y accidental. Una noticia para las páginas de sucesos que su fama posterior recuperaría de las hemerotecas.

Él no acudió ese fin de semana. El destino, comentarán unos. Pura casualidad, argumentará el resto. Lo sustancial: Sorrentino se quedó atrás para ver un partido de su ídolo, el delantero que descubrió una nueva física de la pelota, que trasladó los ateneos del deporte a una nueva dimensión y convirtió la gramática de la patada en una prolongación del arte. Sorrentino es una inteligencia de la provocación que emplea la ironía abstracta del absurdo y la lógica de lo evidente; un talentoso que le gusta codearse con las deidades de la política –con ese Andreotti de «Il divo» (2008)–, la religión –con las series «El joven Papa» y «El nuevo Papa»– y el deporte, con Maradona. Los dos habían coincidido en «La juventud» (2015), con la presencia del argentino como un escorzo brillante de un humor sutil y afinado. Ahora, los dos saltarán juntos a la cancha de la televisión para recordarnos esos partidos en los que «El pelusa» siempre sonreía desde el fondo de la portería contraria.