Sección patrocinada por sección patrocinada

Libertad de expresión

Intelectual cagón

En el manifiesto de intelectuales contra la caza de brujas en Estados Unidos (en realidad, en el mundo todo) no alcanzo a vislumbrar ninguno español. Será porque aquí ya no quedan «intelectuales» o porque se les caerían las prendas íntimas si tuvieran que enfrentarse a un monstruo que no es el de siempre, el llamado fascismo, sino al revisionismo rojo, que lleva al paredón a un editor por publicar un libro prohibido, o manda al paro al jefe de opinión del muy progresista «New York Times». Todo por colar una mente que no comulga con sus postulados. Los abajo firmantes españoles solo están cuando hay que vomitar sobre la derecha o el ministerio del ramo no es lo suficientemente generoso. En cuanto pasa el trago, se ponen en modo avión y esconden la náusea. La Cultura, tal y como la conocimos, está en vísperas de su funeral. Ni una palabra en público sobre el comportamiento de Pablo Iglesias, el hombre que si luciera otras siglas sería azotado hasta sangrar. No vivimos una distopía sino en una anomalía. Hasta Margaret Atwood, que sabe de lo que habla y que escribe con un ángel al oído, se ha dado cuenta de que «El cuento de la criada» se ha hecho realidad, aunque le hayan cambiado el argumento. Si nuestro mayor faro es Pedro Almodóvar es preferible naufragar frente a una costa virgen de prejucios. Los llamados pensadores, si han existido alguna vez, son en realidad ventrilocuos al estilo de Mari Carmen y sus muñecos a la que se le notaba como movía los labios. Están escondidos en sus madrigueras no vaya a ser que les señalen por abrir la boca y se descubra que lo suyo era un maldito «playback».