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Viva Caporetto!

Hoy el portavoz ante la pandemia resta importancia a una cifra real de muertos. No hemos vivido nuestro Caporetto. Ningún sanitario desertó de su puesto. Pero se debe recordar a Malaparte
larazon
La Razón

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"Perderé en Austerlitz y venceré en Waterloo". Esta afirmación explica la elección de su nombre artístico. Solo enmendando la plana a Napoleón podía entrar en la escena literaria Kurt Erich Suckert (1898-1957). Así se bautizó Curzio Malaparte. Como hizo el corso en su coronación imperial, esto es, por su propia mano. Desatendido por unos padres desaprensivos, le cuidaron una modesta ama de cría y el bendito de su marido. Así consagró la fortuna al colosal escritor de Italia.
Fabulador enorme, embustero mitológico y seductor impenitente, Malaparte fue para algunos el compendio de todas las virtudes y, más aún, de todos los vicios del transalpino medio. El "archiitaliano" resultó, tras la máscara, un vanidoso terminal. No acudía siempre, como con trazo grueso se decía del soldado de su país, en auxilio del vencedor. "Curtino Baldi" perdía su uniforme de oficial alpino, y hasta las mismas botas, solo en socorro de sí mismo. "Condotiero sin tropa", según otro biógrafo, fue un calculador exhibicionista. Le atrajo más la conquista del poder que el dinero o el ejercicio del mando.
No le faltaba el valor para el combate o la denuncia, pero embrolló la realidad hasta el tremendismo. Sus dos conocidas novelas sobre la Segunda Guerra Mundial lo prueban. Kaputt y La Piel dibujan una Europa asomada al despeñadero. Seguramente, las compuso en su casa del acantilado en Capri, donde bebía chianti contemplando el Mediterráneo de Homero, siempre al atardecer del color de vino. El fascista que ladraba con los perros volvió a teñir la camisa negra. Más que seguir marchando sobre Roma, le tiraba pedalear sobre el tejado de su villa. Esa "Casa Como Me", que parecía un navío aproado hacia las olas. Moviendo las piernas, su inquilino movía la imaginación.
No consta, sin embargo, que renunciara a su primer libro, redactado ahora hace un siglo. Es más bien todo lo contrario. Viva Caporetto!! no ha sido aún traducido al castellano. Pasa, según su prologuista gala, por “el más malapartiano” y “el menos conocido” de los suyos. Apareció en 1920 como texto autoeditado en francés. Lo firmaba aún Kurt Suckert y en Italia se censuró por antipatriótico y antimilitarista. Poco después, se transformaría en ‘La revuelta de los santos malditos’. En él ya no hablaba el imberbe bachiller que en 1915 se había enrolado furtivamente en la Legión Garibaldina. Lo hacía un guerrero que celebraba la “invasión” del Véneto por sus propios soldados.
El 24 de octubre de 1917 se había colmado el vaso de la sufrida infantería en Caporetto, una cota ensangrentada por el sacrificio estéril de mil ataques frontales. Malaparte convirtió una desbandada, como las del Somme o Galípoli, en victoria. Al combatiente austro-húngaro se le dio la espalda encarando así a los cínicos políticos y altos mandos militares. Los "santos malditos" fueron los analfabetos soldados de infantería que desvelaron, sin quererlo, la tupida red de mentiras.
El “proletariado armado” prefiguró las inminentes escuadras del fascismo. Malaparte se alzó como su oportuno profeta, salido del barro de la trinchera. Pero no estamos ante un pacifista: “El hombre que penetra por primera vez en el círculo de la guerra, debe comenzar de nuevo a conocer el mundo, desde el principio”.
Todos los escuadristas tendrán en sus librerías este libro provocador. Y, sin embargo, el fascismo acabará rehabilitando la memoria del responsable de Caporetto. Con la pirueta no transigirá el funambulista supremo. Treinta y cinco años después, a dos escasos de su muerte, Malaparte seguirá defendiendo a aquellos pobres y harapientos, pero generosos siempre, soldados de infantería. Prestos a todo con las botas rotas y el estómago vacío. Seguirá revolviéndose contra la "Italia oficial". Contra la prepotente e imbécil clase política y militar encarnada por el mariscal Cadorna.
Y recordará su primera obra. Confiará serle fiel: "En ese libro está todo, de la cabeza a los pies, lo que yo era entonces y he llegado a ser, como hombre y como escritor". No había olvidado la vileza de los mandos, lo obsceno de sus mentiras, ni el engaño de las cifras. Las ejecuciones sumarias tras Caporetto doblaron las franceses y británicas.
Durante nuestro confinamiento, los profesionales sanitarios lucharon contra la COVID-19 sin medios. Hoy el portavoz ante la pandemia resta importancia a una cifra real de muertos. No hemos vivido nuestro Caporetto. Ningún sanitario desertó de su puesto. Pero se debe recordar a Malaparte: “El pan de un pueblo nace de la verdad, que es sinónimo de libertad, no de la mentira, que es sinónimo de esclavitud”.
Álvaro de Diego es historiador y miembro de la Academia de P@pel, grupo de pensamiento y de análisis sobre comunicación de la Universidad UDIMA

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