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Banksy, borrón y cuenta nueva

El responsable admite que no tenía ni idea de que le pertenecía
larazonAP
La Razón

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Cualquier movimiento que realiza Banksy se convierte en noticia mundial. El público lo adora, los medios lo desean. El artista de Bristol no desaprovecha ninguna coyuntura social o política para intervenir y dejar su huella. Por decirlo claramente: la realidad juega continuamente a su favor. De suerte que, pase lo que pase, Banksy –como la banca– siempre gana. El último ejemplo de esta confabulación de los diferentes agentes del universo es la circunstancia acaecida en el metro de Londres. Según muestra un vídeo colgado en su web, Banksy se hizo pasar este martes por un empleado del metro de la capital británica, y, ante la atenta y extrañada mirada de varios pasajeros, realizó varios grafitis en el interior de un vagón. Los motivos pintados representan a ratas: algunas acompañadas de mascarillas o de líquido desinfectante, y otras estornudando y machando la pared. La frase «si no te pones la mascarilla, no lo consigues» acompaña el audiovisual filmado para registrar esta particular performance. Lo verdaderamente noticiable de esta acción es que un trabajador del metro ha borrado una de tales pintadas, al confundirlas con uno de los habituales grafitis que diariamente ensucian la infraestructura londinense. Sin pretenderlo, y con el estricto ánimo de cumplir la normativa antigrafiti, este empleado ha destruido una pieza valorada en más de un millón de euros. ¿Por qué cabría considerar este malentendido como un nuevo gesto de alianza del universo con los intereses de Banksy?
La primera respuesta nos conduce al origen de Banksy –un artista rebelde, disidente, cuyo pretendido carácter antisistémico se ha ido perdiendo en paralelo a su transformación en uno de los iconos del coleccionismo y del neocapitalismo artístico. Un grafiti, por definición, debe vandalizar un elemento público y, por tanto, ha de estar perseguido por la ley. El hecho de que un empleado del metro de Londres lo haya eliminado al considerarlo como una simple obra de sabotaje conlleva la devolución de todo su potencial vandálico y, por ende, de su entera dimensión política. Y, ya se sabe, si los trabajos de Banksy se cotizan en la actualidad en cifras de seis dígitos es precisamente porque los adinerados coleccionistas lo consideran como un buen modo de traicionar controladamente al establishment al que pertenecen.
Pero hay un segundo factor a tener en cuenta: nada contribuye más a la creación de un mito que la muerte o la destrucción. Y el hecho de que una pieza de Banksy –valorada en más de un millón de euros– haya sido borrada por el exceso de celo de un operario redundará en la mayor cotización de todas aquellas otras que todavía se conservan. El acecho de lo efímero acrecienta el valor de lo perdurable. Así es el mercado: tan demencial como apasionante.

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