Sección patrocinada por sección patrocinada
Teatro

Teatro

Almagro, un milagro teatral en el que los besos se imaginan

Con el festival modificado por la pandemia, la nueva normalidad llega hasta el escenario del Hospital de San Juan, donde la Joven CNTC ha sustituido el contacto físico por una pantalla que explica al público lo que nunca ocurre en directo: «Se besan»

Ana Belén, en la puerta del Palacio de los Oviedo de Almagro, tras recibir el Premio Corral de Comedias
Ana Belén, en la puerta del Palacio de los Oviedo de Almagro, tras recibir el Premio Corral de ComediasPablo LorenteFestival de Almagro

A modo de pregonera, Ana Belén entonaba el «Viva el Festival de Almagro» y la cita quedaba automáticamente inaugurada en la noche del martes. Sin embargo, y pese a que el ambiente veraniego-teatral ya se vivía en el pueblo desde principio de semana, sigue siendo un año raro. No es como siempre. Ese runrún de verbena de barrio está porque algo se cuece estos días por La Mancha, pero en una versión «fit» de lo que fue. Las calles no son las de otros años. Falta gente (no olvidar el tijeretazo obligado que se ha llevado el festival: cuatro de catorce espacios y el 50%del aforo).

Es una edición tan excepcional que hasta el calor «made in Almagro» ha desaparecido en sus primeros días. Cruzar la Plaza Mayor a las cinco o seis de la tarde no ha sido una cuestión agonizante, sino simplemente llevable. Incluso el cielo amenazó con una lluvia que, pese a descargar, no obligó a desalojar la entrega del Premio Corral de Comedias del Palacio de los Oviedo. Un espejismo que sufrió cualquiera que acudiese al Hospital de San Juan en la noche del martes al miércoles en mangas de camisa, pero que, desde hoy, ya recupera las temperaturas habituales.

En la Plaza, mientras tanto, el barullo, sin ser el de siempre, sí mantiene el plus festivo porque es imposible acabar con esa atmósfera almagreña que convierte la visita en un acto teatral ya en el minuto uno; desde el momento en el que, en la Posada, entre vestidos de época, te dan las llaves de la habitación: «Vas a la de Don Juan». Sentarse tres en una terraza continúa generando esas reuniones improvisadas de una veintena de personas que «pasaban por allí» y que, con un mes de nueva normalidad a sus espaldas, siguen sin estar cómodos con los saludos postconfinamiento. «He venido a hacer patria», se le escucha a Emilio Gavira. Un crítico, un vecino, una antigua directora de la Compañía Nacional, otro compañero de la Prensa, uno que aparece, pero no se queda... las gentes se van arremolinando por las terrazas de Candilejas, el Marqués o El Gordo, en el que este año hay una ausencia notable: Domingo, que daba nombre al bar. Ahora no hace falta pegarse por un sitio para comer ni se doblan turnos. Las reuniones no son tan aceleradas y el ambiente se ha vuelto, si cabe, aún más familiar.

Las funciones se alternan con la merluza rebozada y el lomo de orza, con el tinto y la cerveza, como siempre, pero con cada copa las mascarillas y las distancias pierden algo de presencia. No es así una vez que se entra en capilla, en una representación. Aquí las normas no se olvidan. El «bozal» es indiscutible para hacer posible este «milagro teatral», como define Ignacio García, director del festival, al mero hecho de haber podido arrancar; y los protocolos sanitarios son rigurosos en actos como el de la entrega del Premio Corral de Comedias, en el que los tediosos discursos institucionales ahora son más largos si entre una personalidad y otra toca cambiar la funda de los dos micrófonos y limpiar el atril convenientemente.

Suerte de la improvisación de María Barranco, invitada al acto como amiguísima de la homenajeada, Ana Belén. No se cortó la actriz al subir al escenario de los Oviedo. Con el pintalabios corrido por menester de la mascarilla, se vino arriba: «Parece que he hecho otra cosa...». Risas tan inevitables como atónitas del respetable y pomada suficiente para aguantar a los cargos políticos. Antes, Barranco, invadida por un espíritu almodovariano que parece no haber salido de ella desde «Mujeres al borde de un ataque de nervios» (1988), ya se había referido a Ana Belén como esa musa que puso himno a la Transición.

A Vicente Molina Foix le tocó entonar el laudatorio y presentar el «método Ana Belén», como lo llamó el escritor: «Según yo lo veo, consiste simplemente en que, el primer día, el día en que la compañía lee en voz alta el texto de la función, Ana Belén, enseguida se advierte, no solo lo ha leído de cabo a rabo, sino que ya parece retenerlo entero en la memoria, al contrario que otros no menos grandes intérpretes que llegan a dominar el libreto en la labor diaria del desbrozo y el estudio gradual». Son las maneras de una artista que comenzó a echar raíces en el mundo del espectáculo «muy pronto», continuaba Molina Foix, «tanto, que uno podría perderse en su variada naturaleza: la música en vivo, los discos, las películas». Y es que Ana Belén, con este premio, pasa a convertirse por derecho propio en una de las damas del teatro junto a Concha Velasco, Nuria Espert y Lola Herrera (la única que no tiene el galardón).

Y si todo en el festival no deja de ser más o menos aséptico, el escenario del Hospital de San Juan tampoco iba a saltarse las indicaciones sanitarias. Con el público a la mitad y distanciado, el elenco de la Joven Compañía Nacional también cumple durante la representación de «En otro reino extraño» (presente en cartel hasta el final del certamen). Doce jóvenes esparcidos por la escena con el propósito de hablar del amor desde los versos de Lope y, por supuesto, desde la lejanía. Ni siquiera los besos son como recordábamos. Los hay, pero de aquella manera. Los enamorados se miran. Se para la acción. Y una pantalla nos cuenta lo que ocurriría en otros tiempos: «Se besan». Tampoco fuerzan en «El galán fantasma», de los canarios de 2RC Teatro, donde los ósculos se lanzan con sonoridad, pero sin roce. Cosas de la nueva normalidad...