Cuando en tu vida todas las teclas desafinan
La película es una reflexión sobre sobre el talento y sus heridas
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«Más que pensamientos, son reflexiones. Yo no pretendo llegar a ninguna verdad sobre el arte y el talento, pero sí es cierto que soy ambicioso, como Lara, la protagonista de este filme, y que, al igual que ella, tengo muchas dudas y cierto miedo a la mediocridad. Esto me hizo identificarme inmediatamente con el personaje», reconoce Jan Ole Gerster. El nombre del director llega precedido por las aclamaciones y la buena acogida que recibió por su anterior trabajo, «Oh Boy», una cinta enhebrada con eso que denominan las vivencias y que le ayudó trabar una historia intimista y dura.
Ahora regresa con «La profesora de piano», también de perfil íntimo y minimalista, pero de unas enormes aspiraciones estéticas en cada plano, que cuenta con el aval y la suerte de tener en el reparto a una inmensa Corinna Harfouch, capaz de expresarse con la materia abstracta del silencio, un asunto imprescindible para que cuaje la historia. «Ya de estudiante quería hacer una película, pero cuando tuve la posibilidad real de rodarla, se apoderó de mí el temor al fracaso, y eso me hizo casi tirar la toalla. Mi propia admiración por el cine me impulsaba a darme por vencido antes de comenzar. Lo que me permitió seguir adelante fue un ejercicio de la imaginación: verme al final de mi vida mirando hacia atrás y darme cuenta de que no haberlo intentado por temor al propio fracaso es lo peor. Admitámoslo, en el fracaso siempre existe un grado de verdad que es mucho mejor que la incertidumbre y la especulación».
Con esta sinceridad, el realizador presenta su nueva aventura en el celuloide, que discurre en un día. Una profesora de piano, que celebra su cumpleaños, asistirá esa noche al debut como compositor de su hijo, también reputado pianista. Para asegurarse del éxito de esa velada musical, adquiere las entradas que han quedado sin vender y las reparte entre amigos, conocidos, vecinos y antiguos maestros. En esta odisea de veinticuatro horas, Lara, como se llama ella, se irá encontrando con sus propias Escilas y Caribdis, y aflorarán los arrepentimientos y heridas que han jalonado su existencia.
Orgullo y ambición
Gerster reconoce que uno de los propósitos del filme es averiguar los contornos que definen el talento. Y lo hace a través de esta mujer que arrastra consigo un carácter marcado por el orgullo y unas capacidades sin medidas. «Es una película sobre el talento. ¿En qué consiste? ¿Es una mentalidad? ¿Es la ambición? Algunas cosas que nos vuelven talentosos son el conocimiento y la técnica. Pero en el fondo se trata de una mezcla de numerosos factores. Existen muchos pianistas, todos excelentes, igual que pintores, pero no todos alcanzan el éxito y se convierten en genios. Hay algo que va más allá. ¿Por qué un director es mejor que otro? Quizá en este caso incida su verbo y habilidad para convencer a todo el mundo que le rodea y crea que va participar en algo grande. El talento va más allá del aspecto técnico y es una excelencia que muy pocos alcanzar», reconoce.
El director recalca asimismo la dimensión psicológica e invisible que descansa en esta obra. «También he explorado nuestras heridas, las decepciones, el dolor. Para cerrar estas cicatrices, de manera consciente o inconsciente, Lara lleva al extremo el mundo de la música clásica. No me costó encontrar esta clase de relaciones tóxicas. Es frecuente dicha conexión entre padres e hijos que son también profesores y estudiantes».
Gerster habla aquí de esa tierra movediza, pero pocas veces nombrada, que es el coste que hay que sufrir por la genialidad, el precio que se paga por ser brillante y destacar sobre los demás, y cómo ese camino en infinitas ocasiones nos conduce al aislamiento. «Lara está escondida detrás de su ambición. Y muy confundida. No se da cuenta de que no existe la perfección y que en la perfección siempre hay un grado de imperfección. La búsqueda de ésta lleva al fracaso. Lara no lo entiende».