Benidorm fantasma
La imagen de la capital del veraneo en pleno julio es desoladora. La mayoría de los negocios están cerrados y, los que no, apenas tienen clientes. la ocupación hotelera no llega ni al 50% mientras que, en la playa, los bañistas son recluidos en parcelas para evitar rebrotes.
La Avenida de Europa, que desemboca en la mítica playa de Levante de Benidorm, es un desierto. El calor que golpea con ganas a primera hora de la mañana se mezcla con un silencio pasmoso más propio del Sáhara que de mediados de julio en la capital del veraneo por excelencia. Los comercios están cerrados, las terrazas vacías y tan solo algún turista despistado combina borrachera con la piel abrasada. El aparcamiento gratuito ubicado a la orilla del mar ofrece una amplia variedad de sitios libres, mientras que, a cuentagotas, algunos bañistas acuden toalla en mano hacia la arena al tiempo que confirman pronósticos del verano más negro. La pandemia de la Covid-19 ha borrado del mapa a los visitantes extranjeros y el turismo patrio se muestra reticente a visitar la costa ante los rebrotes. «He llegado a hacer la caja de un día con 25 euros», cuenta Antonio, propietario de la cafetería Durá, que otrora era una de las paradas obligatorias antes de comenzar pisar la arena.
«Un desastre»
«Esto es un desastre, mi negocio se va a pique si no levanta un poco en agosto. La facturación ha caído un 90%. Hay poca gente y los que se atreven a venir tienen miedo de entrar en los locales. El Ayuntamiento no nos dejan sacar más mesas a la terraza y yo solo puedo poner cuatro, así que me dirás cómo voy a pagar las facturas», se lamenta. Lo cierto es que para ser mediodía, el aspecto que presenta su cafetería es poco alentador. Un par de parejas Coca-Cola en mano observan el horizonte con desconfianza y mascarilla en el brazo. En Durá, antes de la crisis trabajaban siete personas, pero por el momento lo hacen tres «y sobramos dos», dice con ironía Antonio.
Su opinión la comparten todos los empresarios del paseo. Los hoteles, aquellos que se han aventurado a abrir, están casi vacíos, «tan solo hay operativos un 30%», nos comenta una lugareña que mira horrorizada la playa convertida en parcelas. A vista de pájaro, aquello simula las imágenes aéreas de las salinas. «Quién va a venir aquí si tenemos que meternos en un trozo de arena en el que no podemos ni movernos», critica Mercedes, que aunque es natural de Madrid, se instaló en Benidorm hace más de dos décadas. El que hasta ahora era también el destino fetiche de la tercera edad ha visto en la cancelación de los viajes del Imserso el apocalipsis. «Gracias a ellos se mantenían muchísimos hoteles todo el año, pero como estas excursiones también se han suspendido, los hoteleros piensan ya en cerrar. Los más mayores tenemos miedo, porque como el coronavirus ha sido muy duro para nosotros, es lógico que muchos, aunque les encante Benidorm, no vengan», apunta esta mujer de 68 años que luce un buen moreno adornado con bisutería reluciente.
A la caza de la parcela
En la tienda de flotadores y artículos veraniegos, Carlos nos recibe apesadumbrado. Abrieron hace una semana, «porque para qué hacerlo antes», y ahora piensa ya en reducir el horario de trabajo porque no entra nadie a comprar. «Estamos destrozados, esperábamos que al menos hubiera más turismo español, pero tampoco. Si nos encontramos así en verano, no sé qué será de nosotros el resto del año. Vivimos del movimiento de los hoteles, pero casi todos están cerrados. Tengo claro que en diciembre bajaré la persiana del negocio hasta la próxima temporada. Me gustaría que el Gobierno planteara la posibilidad de un Imserso familiar, ya que los mayores no es bueno que viajen, al menos, que se facilite el movimiento de padres con hijos pequeños. En otros países se están volcando mucho en estas ayudas para levantar los negocios costeros», apunta.
Una triste realidad que contrasta con las cifras de éxito de 2019. El año pasado, Benidorm batió récord de visitas y de ingresos con 16,2 millones de pernoctaciones y colocándose como el cuarto destino de España (después de Madrid, Barcelona y San Bartolomé de Tirajana, en Canarias) preferido por los turistas. Un éxito arrollador para una ciudad de 69.0000 habitantes y que confiaba antes de la crisis que 2020 fuera aún mejor. Las persianas de gran parte de los hoteles de primera línea de playa están bajadas y los «lounges» que otros años hacían las delicias de los veraneantes con música en directo y alcohol a raudales ofrecen una imagen de total desamparo en forma de sillas amontonadas, polvo y toldos plegados.
Este ambiente desolador se compagina con los frecuentes embudos que se suelen forman en los puntos de acceso a la playa a causa de los protocolos sanitarios. En uno de estos puestos de control está Elia que, carpeta en mano, dirige a cada persona para una parcela. Toda la playa de Levante se ha dividido en cuadrículas, de ocho en ocho y por colores. Las azules son para el público en general y las verdes para las personas de más de 60 años. «¿Perdone, cuántos son?», pregunta a una familia que acude cargada con la nevera y la sombrilla. En teoría, solo cuatro pueden estar en cada una de las «parcelitas». «Lo primero es la salud, pero esto es muy triste, la gente viene a disfrutar y se encuentran con esto... Nosotros vivimos del turismo y no sé si esto ayuda. Por eso la ocupación de los hoteles que están abiertos no llega ni al 30%. Se prevé que en agosto venga un poco más de gente, aunque no sé», asegura con desconfianza.
De hecho, el Ayuntamiento lanzará en breve una aplicación de reserva de espacios en la playa, una decisión que no gusta a todos, pero con la que se pretende agilizar el acceso. «Hasta ahora no hemos tenido problemas con los bañistas, lo único que está costando es que se lleven sus cosas cuando se van a comer. Muchos quieren dejar las bolsas y la sombrilla para que no les quiten su sitio, pero está prohibido. Hay a quien le cuesta entender que este verano es diferente», subraya Roxana, la socorrista.
Pese a que nos encontramos en un verano excepcional del que muchos prevén que no se recuperarán, hay costumbres con las que ni el maldito coronavirus ha podido. Una de ellas es el madrugón para coger sitio en primera línea, la mejor parcela con vistas al mar, en este caso. Los espacios de tercera o cuarta fila están casi vacíos, pero los frontales siguen igual de codiciados que antaño.
A las ocho de la mañana, todos los días, Joaquín, de 88 años, baja para reservar. Un poco más tarde llega su esposa, Jacinta, que ya tiene preparada su silla, y con el gorro y crema de rigor observan desde su atalaya el «nuevo Benidorm». «Venimos aquí desde hace más de 30 años y esta vez, aunque teníamos un poco de miedo, nos lanzamos a la aventura. La verdad es que nos sentimos seguros en la playa, lo de ir de bares ya es otra cosa, pero aquí estamos bien», confiesa el matrimonio. Reconocen que les da mucha pena ver todo cerrado, «esto no es Benidorm, ha perdido su esencia», afirma el octogenario cuyo color de piel da buena cuenta de que fueron los primeros en llegar (desde Vitoria) a la ciudad costera de los rascacielos.
«A la una de la tarde solemos recoger y nos vamos a casa. Ya no salimos por la tarde, los mayores seguimos teniendo miedo de contagiarnos», reconoce Jacinta. De vecinos, en la parcela colindante, tienen a otro grupo de abueletes que afirman estar encantados con la nueva organización de la playa: «Creo que deberían repetirlo el año que viene, nunca había visto tanto espacio, es un gustazo. Estamos en la gloria», dice Carlos, vecino de Benidorm, que no borra en ningún momento la sonrisa el rostro.
En este grupo de cuatro personas que se cobijan del sol bajo dos sombrillas, es Feli, de 77, la encargada de madrugar para hacerse con el mejor sitio. «Vamos con mucho cuidado, en la playa nos quitamos la mascarilla, pero luego la llevamos todo el rato puesta. Es un verano muy raro. En los 53 años que llevo aquí no había visto nada igual. Por un lado, da pena ver todo tan vacío y que les perjudique a comerciantes, pero la verdad que esta tranquilidad también se agradece», añade Isabel.
Pero no todos analizan la nueva realidad playera con el mismo entusiasmo que ellos. Gabriel, de 35 años, está indignado, lleva toda la vida viniendo a veranear aquí desde su Orense natal y le parece una vergüenza la manera en la que se ha organizado la playa. «Se ha privatizado totalmente, hay más espacio para las tumbonas de pago que para los que nos tenemos que meter en estas cuadrículas. Calculo que solo han dejado un 40% de acceso libre, es una vergüenza», protesta este profesor gallego. Y lo cierto es que las zonas de tumbonas, cuyo alquiler es de cinco euros por unidad, están prácticamente vacías. «Al Ayuntamiento le interesa que sigan pagando la concesión, pero es incongruente. Si se están tomando medidas excepcionales, lo suyo sería que este año hubiesen quitado este espacio privado y permitido un mayor distanciamiento para los que nos ponemos en las parcelas, entre las que hay una separación absurda e insuficiente», añade.
Sin sirenas ni borrachos
Desde la terraza del piso de este joven, un undécimo en primera línea de Levante, se aprecia a la perfección lo que comenta. Personas hacinadas en las cuadrículas sanitarias, mientras en las áreas de pago no hay un alma. «Los fines de semana, que viene más gente, da pena ver cómo padres con niños pequeños y gente mayor deben esperar una buena cola hasta que se les asigna una parcela; y la zona privada, vacía...», relata Noelia, que también está en contra de la aplicación que pronto comenzará a funcionar y que será el nuevo sistema para poder acceder a la playa. «Con la App podrás reservar solo cuatro horas, y en la zona de pago puedes estar todo el día. No tiene sentido». Jonathan, que también veranea en Benidorm desde que era un crío, dice que lo que han hecho con Levante «me recuerda a las playas italianas, donde, si no pagas, no puedes ir».
Vanesa toma el sol en una de las polémicas hamacas. Ella no le da importancia al asunto y subraya la tranquilidad que se respira en la nueva normalidad de la capital estival, mientras suena de fondo la sirena de una ambulancia. «Es la primera que escucho en todo el día. Antes era una constante, al igual que ver cada mañana a ingleses borrachos tirados por la playa. Todo tiene su parte buena y su parte mala. Para los negocios, la ausencia de turismo es una desgracia, pero para los que veraneamos aquí, es un gusto, además, este año el agua está cristalina», reconoce.
Ella viene desde Santiago de Compostela y reconoce, mientras se toca la tripa presentándonos a su futuro hijo, que ya no está para salir y que, por eso, quizá no piense tanto en los bares y discotecas. «La mayoría de los que ahora estamos aquí somos familias o gente mayor», analiza.
Álvaro y Sara son dos de estas excepciones, unos hermanos veinteañeros que el año pasado vinieron hasta aquí para pasarlo en grande y que ahora se conforman con paseos por la playa y alguna cerveza por la noche. «He visto que la discoteca Penélope está abierta, pero me da cosa ir, porque la gente está sin mascarilla y no me da buen rollo», reconoce Álvaro, que acaba de llegar desde Madrid. «Lo que me gustaría es poder salir como el año pasado sin preocuparme de que me pueda contagiar», añade Sara. Un año atípico en el que tampoco habrá amores de verano. «Eso es, ni ligar podemos», dicen los jóvenes entre risas.