Cinco personajes que encontraron a Juan Marsé
Una manera de adentrarse en la obra del novelista es conocer a sus protagonistas más famosos
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La obra de un autor son los personajes que corren por sus libros. Esa constelación de nombres que después pervive en el imaginario de los lectores y ya lo acompañan por el resto de su vida. Carácteres hechos de tinta y papel, que afloran del blanco y negro de las novelas, pero que resultan tan materiales y vivos como los de carne y hueso. Marsé creó algunos que todavía hoy son inolvidables y aguantan indelebles en el recuerdo de todos los lectores. A través de ellos podemos recorrer sus grandes novelas.
Pijoaparte
Ahí está él. Salado, perspicaz, chuleta, con una moto, seductor, de piel oliva, el pelo repeinado. Un picarón de lujo, una silueta hecha de letras, pero de contornos bien definidos. Aparece en «Últimas tardes con Teresa», una obra que discurre entre el Carmelo, poblado por familias de trabajadores humildes, y San Gervasio, que pertenece a los ricos. Seduce a una criada del servicio por pura confusión, porque piensa que es una niña bien, y luego, para enmendar su error, se lanza a por Teresa, una universitaria bonita, rubia, delgada, atractiva, que se convierte en objeto de su lujuria y de su obsesión por ascender socialmente. Es un charnego prototípico, que ha salido de las clases más bajas y que aspira a aguantar al lado de una chica acomodada y bella de la alta burguesía catalana. El personaje le quedó bordado a Marsé y es uno de los grandes logros de su carrera. Un personaje conflictivo, audaz, que siempre se coloca en medio del relato de sus aventuras y que aspira a ser aceptado por los demás.
Jan Julivert Mon
El protagonista de «Un día volveré». Un personaje perfilado por su pasado, que se mueve entre la leyenda y lo mítico. Un hombre que parece que lo ha sido todo: boxeador, guerrillero, prófugo, atracador y que, para más inri, arrastra una herida de bala en el hombro. Él, que se había marchado, un día regresa a su ciudad, a su barrio, para encontrarse con el amor que había dejado atrás, educar al hijo de ella, al que le enseña disciplina desde su estoicismo, sentado en la cocina con un vaso de ginebra rebajado con agua, y haciéndole ver que la vida es algo más que orgullo y agallas. Es un personaje que parece que busca la revancha, la venganza, al que la vida le ha quitado el fuego ardiente de la juventud, pero en cuyos ojos todavía flamea la resolución de los hombres que nunca ceden ni se achantan. Es un gran héroe, porque esa es la palabra que mejor lo define, y que exuda una enorme nostalgia y melancolía.
Carmen Broto
Es la prostituta que aparecen en «Si te dicen que caí», una de sus mejores y más logradas novelas. Está al lado de personajes inolvidables como Java, el Sarnita, Mingo, Luis o el Tetas. Juan Marsé se inspiró en un asesinato real, el de Carmen Broto. El novelista desarrolla toda una trama alrededor de esa muerte, pero en realidad, el crimen se dio simplemente por un robo. Pero la imaginación del novelista elevó algo tan sencillo a una categoría casi legendaria. De hecho, esta mujer formó parte de la cultura popular de la posguerra, aparecía en la prensa y era un nombre habitual en las conversaciones. Gracias a Marsé, también es un personaje de nuestra literatura.
Luys Forest
Aquí tenemos a un viejo carcamal, a un falangista de pura cepa, un tipo con más vueltas que una carretera comarcal. Juan Marsé se inspiró en las memorias de Dionisio Ridruejo, que, aunque luego se retractó de su pasado falangista, en su momento llegó a estar en la División Azul. El novelista usa un reflejo de este intelectual para crear al protagonista de «La muchacha de las bragas de oro», obra que recibió el Premio Planeta. El novelista reconoce que al leer las páginas biográficas de este intelectual se le vino la figura de Luys Forest; un personajucho fino, de los que tienen tela que cortar, que, de repente, tendrá que lidiar con su sobrina, una muchacha joven, seductora, que no tiene nada que ver con él y que trae un aire nuevo, el propio de su tiempo. Ella, con su actitud, con sus amantes, con sus bañadores provocativos, con el moreno de la playa, irá desenmascarando al viejo falangista.
El inspector
Este es un personaje memorable de un libro también memorable. La brevedad nunca resta brillo en la literatura. En ocasiones es lo contrario. Y esto es lo que sucede precisamente en «La ronda del guinardó», una obra exquisita, vibrante de prosa, muy bien escrita, que está protagonizada por un inspector peculiar, como de peli de género negro, un tipo duro, con temple, que tiene que recoger a una niña para que identifique el cadáver de un hombre que, supuestamente, abusó de ella. Se establece así una relación entre un hombre adulto y una niña, con todas sus heridas a cuestas, pero, también con todo su futuro por delante, que coinciden, justamente, el último día de la Segunda Guerra Mundial. Es una historia triste, pero hermosa, que está salpicada de esos arquetipos de perdedores que tanto le gustaban a Marsé.