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Rocío Monasterio: «Mi gen cubano detecta comunistas a distancia»

Aunque nacida en la capital, a la líder de Vox de Madrid, de origen hispano cubano y con raíces asturianas, le gustaría que algún día sus hijos conozcan la isla caribeña
Cristina BejaranoLa Razón

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Su sonrisa es su arma de distracción con la que confunde en la contienda política. Dice que de pequeña no jugaba a princesas, sino a dibujar y construir con Lego. De elevada inteligencia emocional, aplica en lo personal y profesional grandes dosis de humor.
-¿Cómo es su nueva normalidad?
-No estoy en esa normalidad, no la hemos recuperado, y nos quedan muchos meses para volver a ella. En lo personal, la situación de los mayores me ha impactado mucho. Quiero dedicar más tiempo a la gente mayor que tengo cerca. Estamos en una sociedad tendente a hacernos egoístas y dar importancia a cosas que no la tienen. Me ha reforzado la de la familia, aunque no es una novedad para mí: la familia es el mejor proyecto que tengo en la vida.
-¿Cuánto posee de dama de hierro?
-Realmente soy muy dulce, lo que pasa es que elijo muy bien las batallas que tengo que dar en lo personal y en la política. En el resto, cuanto más dulce, mejor. En política, a veces, hay que tener el puño de hierro, porque debes conseguir liderar y que todos sigan la línea que estás tomando. Estamos acostumbrados a ver políticos veleta, y yo no estoy ahí.
-Su familia tenía en Cuba una explotación azucarera. ¿A la política le falta o le sobra?
-A la política le falta azúcar, le falta humor para tomarse determinadas cosas. Hay una parte muy sectaria que no es capaz de tener humor, se enfada con cosas muy tontas, y los de Vox nos reímos bastante cuando vemos a alguno de la izquierda radical enfurruñado.
-¿Qué le dice su gen cubano?
-Mi gen cubano detecta comunistas a distancia, y, lo que es más importante, incluso a los que están dispuestos a negociar con comunistas, porque en Cuba el problema no vino solo por los comunistas sino por gente de la élite que no reaccionó y pensó que Fidel iba a traer un cambio.
-Con la separación de Enrique Ponce y Paloma Cuevas, ¿hay esperanza para el amor? Y la política, ¿une?
-Los medios de comunicación solo publican cuando fracasa una familia, pero tendrían que sacar también cuando tiene éxito y, en mi caso, estoy felicísima con la mía. Me llevo muy bien con Iván –Espinosa de los Monteros– , nos reímos mucho. Además formamos un tándem maravilloso. Intento animar a todo el mundo a luchar por su matrimonio. Todos los días hay que construir y hacer pequeños gestos de generosidad, empatía... Quizá hemos construido una sociedad que huye del compromiso. Hay que volver a recuperar esa idea como algo positivo. Nos lo venden como una atadura, pero el compromiso es libertad cuando tú eliges. Porque tienes raíces, identidad...
-¿Les han confundido alguna vez con el dúo Pimpinela?
-Sí, en una ocasión, hay una foto que tenemos los dos en la que Iván está igual y nos reímos muchísimo, pero no nos piden autógrafos.
-¿A quién le dedicaría el «olvídame y pega la vuelta»?
-A Sánchez: olvídanos a los españoles y vete de una vez.
-Le llaman en su equipo «la meiga». ¿Qué adivina?
-En febrero de este año, cuando pedía ya cerrar Barajas, me miraban con cara de escepticismo. Nadie entendía que todo ese mes estuviera muy pesada, hablaba con médicos de Italia, me traducía las órdenes de movilidad de Bérgamo y veía que en España la gente no se daba cuenta de lo que venía. Ojalá no me llamaran así, hubiera preferido no haber acertado, la verdad. Ahora tengo mucho cuidado con lo que les digo porque se lo creen todo. La meiga... Es que también tengo algo de gallega.
-¿A quién le haría un conjuro?
-Al pacto de Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. Las meigas no contamos ni a dónde vamos ni de dónde venimos, pero tenemos siempre un plan.
- Si su hija le dice: «Mamá, soy feminista». ¿Qué le diría?
-Que ella es mujer y que está un poco anticuado declararse feminista porque, de hecho, su antepasada fue de las primeras feministas en España cuando entonces sí hacía falta: se llamaba Concepción Arenal. Fue la primera mujer que, disfrazada de hombre, estudió Derecho y firmaba con pseudónimo en las revistas. En mi casa las niñas piensan mientras la leen, y yo también. Me extrañaría que saliera con esa reivindicación porque en casa lo ven como algo natural.
-¿Le llaman Rox por su lado combativo?
-Me empezaron a llamar Rox porque no me gustaba que me llamaran Rociíto. Fue una profesora, y le dije que no, que Rox en todo caso.
-¿Qué le pasó con un tiburón enfermera?
-(Risas) Esto sucede mucho en casa. A veces Iván me incluye en historias en las que yo no estaba. Una es la del tiburón enfermera, en cómo nos rodeó en Colombia. Nunca estuve en Colombia, me hubiera encantado, pero yo le sigo la corriente y le sumo más detalles hasta que se da cuenta. Entonces es cuando le digo: «Fue hace 25 años, lo que pasa es que no te acuerdas».
-En casa, cuando se enfadan, ¿negocian o se levantan de la mesa?
-Cuando nos enfadamos intentamos convencer el uno al otro y a veces gano yo y otras Iván.
-¿Qué guardaría en los cimientos de alguna construcción como cápsula del tiempo?
Guardaría algún papel de esos que te dejan los niños sobre lo que piensan que estamos haciendo en Vox. A veces me ponían notas por la noche donde me decían: «Sabemos que os estáis esforzando para dejarnos una España mejor». Las reflexiones de los niños, que a veces son los más sabios.