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Lluís Homar: «Aspiro a ser un perdedor, un ‘‘loser’’ material»

Hoy y mañana se sube al escenario del Corral de Comedias del Festival de Almagro, junto a Adriana Ozores, para recuperar la palabra de San Juan de la Cruz

Lluis Homar
Lluis HomarPablo LorenteFestival de Almagro

Lluís Homar se mueve por los pasillos del Parador de Almagro como si fuera un monje más de aquel convento del siglo XVI. La camisa de lino, el pantalón claro y largo y las sandalias le convierten en un religioso de hábito moderno. Suficiente para combatir el agobiante calor manchego y distanciarse, en apariencia, de San Juan de la Cruz. Porque su cabeza está inundada de los textos del poeta y místico («Noche oscura», «Cántico espiritual», «Llama de amor viva»...) que recupera hoy y mañana en el Corral de Comedias, junto a Adriana Ozores y el pianista Emili Brugalla, en «Alma y palabra».

La gente oye «poesía mística» y da un paso atrás del susto. ¿No se ha enseñado bien?

–Los místicos ya nos hablaron del desasosiego, que, en mayor o menor medida, está instalado en nuestras vidas. No creo que nadie escape a ello.

Parece más moderno recurrir al budismo, al yoga, al zen, al taoísmo...

–El desasosiego genera una inquietud que nos hace buscar disciplinas lejanas, pero allí se preguntan por qué no recurrimos a lo que tenemos a mano, que es de una profundidad literaria tremenda.

Buscar la solución más allá de nuestras fronteras suele ser un mal endémico.

–Eso seguro. Por eso hay que poner en valor a San Juan, que nos lega el camino hacia el sosiego. Estamos hablando, quizá, de la poesía más importante de la literatura española de todos los tiempos. Y eso son palabras mayores.

¿Ha sido San Juan su escritor de cabecera durante el confinamiento?

–Me ha acompañado. Igual que te ilumina, te dice qué es posible. Sin embargo, para alcanzar la meta hay que estar dispuesto a renunciar.

¿Y usted a qué está dispuesto a renunciar?

–Mi pasión de vida es, cada vez más, ser quien soy. Mi esencia, mi viaje. San Juan ayuda a la aceptación de lo que hay en uno, a no dejarse deslumbrar por este mundo en el que todo viene marcado por el éxito. Lo peor que te puede decir un joven es que eres un «loser». Quizá merezca la pena ser perdedores en el sentido material. Aspiro a ser un perdedor, un «loser» material, con la confianza de que hay otro espacio, como dice San Juan. Es la muerte de un ego para entrar en otra dimensión.

¿Estos tiempos han afianzado esa creencia?

–Las redes han dicho que es «nuestra oportunidad» de cambiar (ríe), pero la naturaleza humana tiene lo mejor y lo peor, y en situaciones como estas lo vemos. No hay que pretender que el mundo cambie, sino yo. Eso está en la mano... Soy escéptico a pensar que la sociedad va a cambiar, aunque soy muy optimista en que muchas personas podemos mejorar.

¿Quizá una minoría...?

–Es un momento especialmente deshumanizado, en el que lo que pasa, como dice mi hijo, es por algo. No todo es mala suerte. Esta situación nos hace de espejo de esa falta de valores, prejuicios y del todo vale con el clima y la Tierra.

¿Qué va a echar de menos de la «vieja normalidad»?

–Me cuesta mucho eso de la «nueva normalidad». Nuestra normalidad ya dejaba mucho que desear, y esta es un sucedáneo de aquella... Pero a peor.

Díganos algún aspecto positivo que haya tenido su confinamiento.

–Me he encontrado conviviendo con mi chica como nunca lo había hecho por mi trabajo y mis circunstancias. Me casaba el 3 de abril... y el 3 de abril que me casé, aunque en la azotea del edificio, con sus hijas «in situ», que me montaron una ceremonia muy íntima, y mis dos hijos por la pantalla. Aquí está el anillo (enseña el dedo). Salgo del confinamiento enamorado y feliz.

Pues no hay prueba más dura para una pareja que resistir ese 24/7.

–(Ríe) Verdad. Pero también me he podido ocupar de mí y teletrabajar, claro, que parece que te hace trabajar más.

¿Cómo se dirige un teatro cerrado?

Con el esfuerzo de todos. Hemos tenido que hacer plan A, B, C, D, E, F... De todo.

¿Y cómo se lleva con el teatro grabado al que nos han condenado estos meses?

–Es otra cosa. La esencia del teatro es presencial. Hemos hecho propuestas con lenguaje audiovisual de las que estoy muy orgulloso. Y verlo en «streaming», que está pasando en ese momento es un casi, pero no.

Ha sido algo así como la metadona.

–Buen ejemplo. Es como una videollamada con la que te puedes llegar a comunicar, pero tampoco es lo mismo.

Las videollamadas han terminado siendo una pesadez, ¿no?

–Empezamos muy fuerte, pero yo ya no quiero saber nada de ellas.

Comentaba que somos capaces de «lo mejor» y de «lo peor»...

–Así es la naturaleza del ser humano.

...¿qué ha sido lo peor que ha vivido en el encierro (al margen de las víctimas de la Covid, evidentemente)?

–¿Lo del papel de váter? Cuando yo iba ya no había, siempre llegaba tarde. Entramos en pánico y nos dio por ahí. Lo mejor de eso fueron las bromas que se hicieron. Pero, personalmente, no recuerdo ninguna obsesión.

Le criticaron mucho cuando llegó a la Compañía Nacional por decir que no dominaba el Siglo de Oro español, ¿cuál fue su pecado, honradez o inocencia?

–Fui inocente. Decir «vengo a aprender» no quiere decir que no sepa. He mamado teatro clásico desde los 19 años. Y a la vez fue un acto de sinceridad, por mucho que haya trabajado en verso toda mi vida, no soy un erudito en el Siglo de Oro. Ahora, me muero de ganas por jugar con el verso clásico español.