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Crítica de ópera: en busca del piano ideal

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La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Obra: Beethoven: “Sinfonía nº 4, Concierto para piano nº 3″. Director y músico: Christian Zimerman. Orquesta Ciudad de Granada. Palacio Calos V, 21 de julio de 2020.
Segunda sesión a cargo de este célebre y algo excéntrico pianista, siempre preocupado por la calidad y entidad del sonido del instrumento, cuidadoso hasta lo enfermizo, puntilloso y nervioso, en busca continua del matiz, en permanente diálogo con el teclado, una especie de proyección de su personalidad. En tiempos el artista viajaba con su propio piano. En esta ocasión se ha entregado a los instrumentos que estaban aquí a su disposición, sendos Stenway proporcionados por la casa Hynves. No parece que ninguno de los dos lo haya complacido por completo. Para esta su segunda actuación cambió de teclado y no dio la impresión de que disfrutara en exceso. Incluso al comienzo del segundo movimiento del «Concierto» manifestó en alta voz su desacuerdo con las modificaciones que Stenway viene realizando en sus instrumentos.
Con todo y pese al nerviosismo, Zimerman volvió a demostrar que es un artista indiscutible y que se maneja sobre el teclado como pocos. Tras una introducción convencional, pudimos percibir de inmediato en su primera entrada esa suavidad, esa nitidez, esa calidez, esa minuciosidad de orfebre como envoltura de un lirismo que siempre aletea al fondo. La extensa cadencia fue desgranada a conciencia con leves desigualdades y nos dejó en la mejor situación para enfilar el bellísimo «Andante con moto», esculpido con una limpidez proverbial, con un fraseo alado libre de motas. En el «Rondó» el tempo se avivó, cosa rara teniendo en cuenta la moderación habitual que en este capítulo agógico suele practicar el pianista. Pero estaba pasándoselo bien y aquello fluía que daba gusto. Las repeticiones del tema fueron tomando poco a poco el requerido matiz lírico y los «couplets» fluyeron con facilidad hasta el virtuoso cierre en escalas, que en estos tiempos resultan en sus manos de sesentón menos fúlgidas que antaño.
Previamente habíamos escuchado una versión no precisamente estimulante, tirando a mortecina, con muchas cosas que coser todavía, de la «Sinfonía nº 4» del compositor de Bonn. Espectro sonoro oscuro, falto de chispa. La tímbrica de la Orquesta granadina no es precisamente brillante y Zimerman, que marcaba con un lápiz, no lo avivó. Las frases y diseños de la cuerda aguda quedaron muchas veces inéditos por mor de una deficiente planificación. Hubo, eso sí, pasajes, meritorios de las maderas, pero ciertamente insuficientes para otorgar todo el relieve requerido a una obra de tan exacerbado lirismo, bautizada en su momentopor Schumann como «la grácil joven griega».

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