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Historia

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¿Quién mató a los marqueses de Urquijo? El enigma continúa 40 años después

Los interrogantes sobre el doble asesinato siguen sin respuesta. Son muchos los personajes involucrados en una trama que sigue viva a pesar del tiempo transcurrido. ¿Conoceremos toda la verdad?

El próximo sábado, 1 de agosto, se cumplirán 40 años de un doble crimen que conmocionó a la opinión pública española, ocupó cientos de páginas en los periódicos de la época (entonces aún no había televisiones privadas) y se inscribió para siempre en la crónica negra de la aún balbuciente democracia española: el asesinato de los marqueses de Urquijo, dueños de una de las mayores fortunas del país, presuntamente a manos de su yerno, Rafael Escobedo, Rafi. Sin embargo, cuatro décadas más tarde el caso sigue vivo, con más incógnitas que certezas, y la pregunta aún flota en el aire: ¿quién o quiénes mataron a la pareja de aristócratas? El juez que firmó la sentencia, condenando a Rafi a 53 años de cárcel, dejó una frase para la historia que todavía hoy alimenta el enigma, al afirmar que aquél asesinó a sus suegros «por sí solo o en unión de otros».

Para resolver el rompecabezas, en el que se entremezclan errores de bulto tanto en la investigación de la policía como en la instrucción judicial del caso, hay que remontarse no al 1 de agosto de 1980, cuando María Lourdes Urquijo, quinta marquesa de Urquijo, y su marido, el banquero Manuel de la Sierra y Torres, fueron abatidos a tiros en su lujoso chalet de las afueras de Madrid, sino a la boda de Rafi, un niño bien de familia acomodada y culta, con Myriam de la Sierra Urquijo, la hija mayor de los marqueses. La ceremonia se celebró en junio de 1978, pero la unión tuvo escaso recorrido, porque el matrimonio se disolvió seis meses después, para regocijo del rico banquero, que jamás ocultó su profunda animadversión hacia Rafi, al que consideraba un don nadie indigno de su hija, que ni trabajaba ni llegó a terminar la carrera de Derecho.

Según la sentencia del juez Bienvenido Guevara, hecha pública el 7 de julio de 1983 -la lentitud de la Justicia no es un fenómeno nuevo en España-, el marqués no ayudó económicamente a Rafi en momentos de apreturas, que llevaron a éste incluso a empeñar la pulsera de pedida de mano de Myriam, «por lo que el procesado comenzó a dirigir palabras ofensivas contra su suegro, como cerdo, rácano, cretino, enfriándose las relaciones hasta el punto de que no se dirigían la palabra. Y cuando, con ocasión de la demanda de nulidad de matrimonio, alentada y financiada por el citado suegro, el procesado se sintió manipulado, llegó en una discusión con su esposa a formular amenazas el 28 de julio de 1980 [cuatro días antes del doble crimen] diciendo: ‘Te vas a acordar de mí, voy a hundir a tus padres, esta vez va en serio’, por lo que, por esta causa, y probablemente por otros motivos no determinados, decidió darles muerte [a los marqueses]».

La habitación del marqués

La sentencia estableció como hechos probados que en la madrugada del 1 de agosto de 1980 Rafi accedió al chalet de la exclusiva urbanización de Somosaguas, a escasos kilómetros del centro de Madrid, haciendo un boquete en una de las puertas que daba acceso a la vivienda. Sin perder un segundo, se dirigió directamente a la habitación del marqués, situada en la primera planta, pues conocía perfectamente la casa. Se acercó a éste, profundamente dormido, y le disparó un solo tiro en la nuca. Acto seguido se cruzó con la marquesa (Grande de España, tímida, frágil y muy vinculada al Opus Dei), que dormía en una cama más pequeña situada junto al vestidor de la estancia. Marieta, como la conocían los más íntimos y cuya muerte probablemente no estaba planeada por el o los asesinos, debió despertar al escuchar el disparo, y apenas acertó a decir: «¿Quién anda ahí?». Como única respuesta recibió dos disparos, uno en la boca y otro en la yugular. Ambos murieron al instante.

Una vez descartado que el crimen de los marqueses obedeciera a una trama financiera urdida en torno a la fusión del Banco Urquijo con el Hispano Americano, a la que el marqués siempre se opuso (pero que tras su muerte fue aprobada por sus hijos, Myriam y Juan), las pesquisas se centraron exclusivamente en Rafi, que supuestamente tenía un móvil para asesinar a sus suegros: la venganza personal. El veinteañero Escobedo fue detenido en abril de 1981, nueve meses después del crimen, en la finca que su numerosa familia -eran seis hermanos, todos varones- poseía en Moncalvillo de Huete (Cuenca). Rafi fue trasladado a la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol de Madrid, y, tras interminables horas de interrogatorio, en el que supuestamente fue sometido a golpes y vejaciones, según afirmó años más tarde su amigo y abogado, Marcos García-Montes, Rafi se derrumbó y se declaró culpable.

Fue la primera y la única vez que Escobedo admitió haber sido el autor material del doble asesinato, pues desde ese momento y hasta el final de sus días siempre mantuvo que él no cometió el crimen, aunque sí reconoció que estuvo en el chalet de Somosaguas la noche de autos, en la que se cometió una de las chapuzas -pero no la única- de la investigación policial: cuando llegaron los agentes, alertados por el personal de servicio de la mansión, descubrieron que los cadáveres habían sido lavados, eliminando, de esta forma, pruebas que podrían resultar cruciales para el esclarecimiento del crimen. Pero, sorprendentemente, la policía pasó por alto este hecho y jamás investigó a quien ordenó hacerlo, el administrador de los marqueses, Diego Martínez Herrera, un oscuro personaje que también destruyó documentos guardados en la caja fuerte de la casa. Por si fuera poco, la principal prueba contra Rafi, su confesión del crimen, desapareció misteriosamente de los archivos policiales.

Un silenciador

En 1983, con Rafi ya preso en la cárcel de El Dueso (Cantabria), un personaje inesperado entró en escena: Mauricio López-Roberts, marqués de la Torrehermosa e íntimo amigo de Rafi. Un reportaje publicado por la ya desaparecida revista Interviú -que entonces vendía la cifra récord de casi un millón de ejemplares a la semana- destapó que López-Roberts, días antes del crimen, había comprado un silenciador para una pistola. En su declaración ante la policía, éste defendió en todo momento la inocencia de su amigo y aseguró que estaba «pagando el pato» por los verdaderos autores del asesinato de los marqueses. Según López-Roberts, la noche del trágico suceso Rafi llegó al chalet de Somosaguas acompañado por su amigo Javier Anastasio, otro personaje clave en la trama. Dos días más tarde, Rafi pidió a Anastasio que se desembarazase de una pistola, marca Star, que figuraba inscrita a nombre de Miguel Escobedo, padre de Rafi. Anastasio arrojó al día siguiente la pistola al pantano de San Juan, pero meses después fue encontrada por unos niños. La pistola quedó bajo custodia policial, pero, de nuevo inexplicablemente, desapareció poco después.

Se abrió un segundo sumario, en el que fueron procesados Anastasio y López-Roberts -éste fue condenado a 10 años por encubridor nada menos que una década después de los hechos-, pero no el administrador, Martínez Herrera, a pesar de la presunta manipulación de pruebas que le señalaba como claro sospechoso. Anastasio fue acusado de ser el supuesto coautor, junto a Rafi, de los asesinatos, y enviado a prisión a la espera de juicio. Pero en 1987 salió de la cárcel tras pasar entre barrotes el periodo máximo de prisión preventiva, y huyó a Brasil, que no tenía tratado de extradición con España.

En sus declaraciones ante la policía siempre dijo que en la madrugada del 1 de agosto de 1980 condujo a Rafi a Somosaguas porque éste había quedado allí citado con Juan de la Sierra, el único hijo varón de los marqueses, que en aquellas fechas se encontraba de vacaciones en Madrid, a donde había llegado procedente de Londres, donde cursaba sus estudios. Para derramar más confusión sobre el crimen, el mayordomo de los marqueses, Vicente Díez Romero, aseguró poco después del juicio que el auténtico cerebro de la trama fue Juan de la Sierra (que llegó a arrojar a la basura los casquillos de las balas que mataron a sus padres), quien habría ordenado a Rafi «que se cargase a su suegro».

Colgado de una sábana

¿Por qué se autoinculpó Rafi en un crimen que, según él, no había cometido? ¿A quién protegió cargando sobre sus hombros con dos muertos? ¿Por qué durante el juicio, en el que estuvo asistido por el abogado Miguel Segimón Escobedo, primo suyo, no dijo en ningún momento que había sido torturado en dependencias policiales? ¿Por qué incluso su ex esposa, Myriam de la Sierra, dudó de su culpabilidad en un libro que escribió en 2013 («¿Por qué me pasó a mí?»), en el que afirma textualmente: «No sé si fue él quien disparó, pero no había ninguna duda de que había estado allí», Su abogado y amigo, García-Montes, también llegó a admitir que Escobedo pudo estar presente en el lugar de los hechos la noche de los crímenes, pero siempre ha defendido que Rafi no fue el autor material de los disparos. Primero porque, según el letrado, al menos cinco personas se encontraban en la casa aquella noche, y al menos una de ellas era mujer, por un lazo del pelo hallado en los aposentos de los marqueses. Y, sobre todo, por los informes psiquiátricos de Rafi, en los que se afirmaba que, debido a su personalidad psicopatológica, carecía de «capacidad, intelecto y voluntad para matar». Pero si fue otro quien apretó el gatillo, ya no podría ser juzgado ni condenado, porque los delitos hace mucho tiempo que han prescrito.

Durante su estancia en la prisión cántabra de El Dueso, Rafi combatió los interminables días de soledad con su férrea adición a la cocaína y la visita de unos pocos y fieles amigos. Hasta que el 27 de julio de 1988 su cuerpo sin vida, de 33 años, apareció colgado de una sábana sujeta a los barrotes de la celda número 4 situada en la segunda planta del penal, que él ocupaba en solitario. Sólo unos días antes, Rafi había confesado en una entrevista en televisión concedida a El loco de la colina, el periodista Jesús Quintero: «Me paso horas mirando las rejas de la ventana y repitiéndome: cuélgate, termina de una vez con todo esto». Hay quien cree que esas palabras fueron su sentencia de muerte, porque alguien debió temer que Escobedo se decidiese a desenmascarar en cualquier momento al autor o coautores del doble asesinato. «No se suicidó, lo mataron», dijo años después el abogado García-Montes, «y me remito al informe de los doctores que le practicaron la autopsia, del Anatómico Forense, que encontraron 14 miligramos de cianuro en sus pulmones, riñones, hígado e intestinos. Los autores fueron dos sicarios, gracias a los cuales los verdaderos asesinos de los marqueses brindaron con champán». Sólo Rafi sabía la verdad de lo ocurrido, y se llevó el secreto a la tumba.