Olivia de Havilland: La dama oscura de Hollywood
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El viejo Hollywood se desvanece, ya casi definitivamente, con el fallecimiento de la centenaria Olivia de Havilland, última de las grandes damas de la Meca del Cine. No sabemos si a sus 104 años la última puntilla se la daría el enterarse de que había participado en una película racista e inmoral, «Lo que el viento se llevó» (1939), que debe ser convenientemente contextualizada para no causar un peligroso daño cerebral a las nuevas generaciones de “millenials” ideológicamente frágiles. También puede ser que le importara un bledo.
A mí, desde luego, me da lo mismo. Porque «mi» Olivia de Havilland particular es la que protagonizó un buen puñado de fascinantes thrillers, entre el «film noir» y el puro terror psicológico, donde demostró ser mucho más que una heroína romántica, especialmente dotada para grandes papeles históricos y melodramáticos –que lo era–, sacando a la luz también personajes más turbios, perturbados y perturbadores. Imposible no recordarla en su psicopático doblete para esa obra maestra del suspense que es «A través del espejo» («The Dark Mirror», 1946), donde el emigrado alemán Robert Siodmak supo sacar el máximo provecho de su registro dramático en medio de sombras expresionistas y oníricas atmósferas noir, demostrando que era una actriz con mucho más que un rostro hermoso (de hecho, con dos, tan dulce uno como perverso el otro).
Esta faceta patológica sería aprovechada de nuevo después por otro europeo en Hollywood, Anatole Litvak, quien la dirigió en «Nido de víboras» («The Snake Pit», 1948), donde daba vida a una mujer internada en una institución psiquiátrica incapaz de recordar cómo había llegado allí. Un filme rompedor en su tratamiento del tema que exigió de su protagonista el mayor de los esfuerzos. Después vendría algún thriller gótico como «Mi prima Rachel», donde encarnará con perfección la «femme fatal» de Daphne Du Maurier, pero sería al perder, paradójicamente, la frescura de la juventud cuando el género de horror la rescataría para un verdadero renacimiento en clave de puro Gran Guiñol.
En 1964 protagonizaba dos joyas incomprendidas, hoy consideradas obras maestras del terror: «Una mujer atrapada» («Lady in a Cage»), de Walter Grauman, y «Canción de cuna para un cadáver» («Hush... Hush, Sweet Charlotte»), de Robert Aldrich, junto a Bette Davis, dos festines de violencia física, moral y psicológica que nos mostraron a una Havilland extrema, que daba en su madurez mucho más de lo que sus directores y público esperaban. Todavía vendrían otros papeles memorables, sobre todo, en televisión... Pero quienes amamos el celuloide más tenebroso, aquel que muestra la calavera bajo la piel incluso de un elegante rostro de aristocrática belleza británica, la actriz que se nos ha ido era una verdadera dama oscura de Hollywood.