La nueva normalidad de Macarena Olona: «Yo no era del “jo, tía” pero me tomaría un café con Irene Montero»
La portavoz y secretaria general del grupo parlamentario Vox en el Congreso de los Diputados dice que seguirá en política mientras se sienta útil
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Abogada del Estado con alma de fiscal. Practica la política de interrogatorio y noquea al adversario con el castellano popular. Implacable, combativa, perfeccionista, madre... Le «apasiona la toga». Dice que conocer a la Guardia Civil, «punta de lanza» de la lucha contra ETA, «es enamorarse». «No habría mayor honor si mi hijo ingresara en la Academia», asegura. Ve la «nueva normalidad» con preocupación, y dice que seguirá en política mientras se sienta útil.
-Le llaman la diputada «destroyer». ¿Algo que alegar en su legítima defensa?
-También me han llamado Mike Tayson. Si por «destroyer» hacemos referencia a plantar batalla a las políticas socialcomunistas y a las de la izquierda progre, es un orgullo que me califiquen así.
-¿A qué le teme?
-A no estar a la altura. Cuando tengo intervenciones en el Congreso hay mucho trabajo detrás. Tres minutos equivalen a 17 horas de preparación. Nunca consideré que por el hecho de haber aprobado la oposición hubiera conseguido lo que quería en la vida. Siempre tuve muy claro que era el pistoletazo de salida para estar a la altura de la toga que vestía. Cuando Vox se cruzó en mi camino había tenido ofertas previas de otros partidos y los había rechazado. Mi arena era la técnica, pero España me dolía demasiado y sentí que tenía por delante un proyecto por el que había que luchar.
-¿Cuánto tiene de Juana de Arco?
-Siempre he sido muy de abrazarme a las causas que he considerado que valen la pena. Las personas que se han cruzado en mi camino, y han intentado que traicionase mis principios, o esa toga de servidora pública, saben que no da buen resultado arrinconarme. En mi lucha contra la corrupción, he sido una Agustina con bandera de defensa del erario público y los malos me llamaban «Macarena Malona». Lo llevo también con orgullo.
-Dicen que es la Guardia Civil de Vox. ¿De qué o de quién les protege?
-Para mí, el mayor orgullo sería ser Policía o Guardia Civil, vestir ese uniforme. He tenido el honor de ser su «binomio» en los tribunales donde los he defendido como una leona. Conocerles es conocer lo que representan y protegerles de todo el que suponga un ataque que, por desgracia, estamos viendo que se produce desde el Gobierno. Tenemos un indigno ministro del Interior y partido políticos que tienen como denominador común el odio a España.
-Afirmó que «nunca hay que hacer una pregunta cuya respuesta no se sepa de antemano». ¿Eso le convierte en una «caza fantasmas»?
-Es la máxima que todo buen abogado debe cumplir en los tribunales, y la aplico en las comparecencias que asumo. En unas, para que a quien pregunto abrace la decencia. A veces lo importante no es la respuesta, sino las preguntas y el camino que se señala con ellas.
-¿Qué sonaría en unas «psicofonías» de La Moncloa?
-Creo que retumbarían gritos. Hay que reconocer al Gobierno, y especialmente a Iván Redondo, el hecho de trasladar una apariencia de normalidad y cordialidad en lo que es una bomba de relojería.
-¿Cuántas temporadas puede tener el «Falcon Crest» podemita?
-Estamos en la previa, la del afloramiento de la información. Vox va hacer lo posible para que la siguiente temporada sea la judicial y haya una tercera temporada que sea del conocimiento de los centros penitenciarios por parte de a quien hoy estamos viendo sentado en La Moncloa. Iglesias está a las puertas de una imputación, y ahora falta que se materialice.
-A veces defiende sus ideas cual Escarlata O`Hara. ¿En qué pone a Dios por testigo?
-A Dios pongo por testigo que no voy a rendirme nunca, ni a dar por arriada una bandera de la libertad, la defensa de la igualdad, la lucha contra el feminismo radical que no es hembrismo, sino un odio patológico hacia el varón.
-¿Usted era de las del «Jo, tía»?
-Yo no era del «Jo, tía», porque es algo que no se me ha permitido en mi casa. Mi madre nos ha educado con mano férrea. Dicho esto, cuando en mi casa nos quedamos solas, yo tenía 13 años y fruto de ese momento repetí 2º de BUP y me hice un tatuaje, cosa que mantengo oculto. Pensé en quitármelo pero es un recordatorio para mí de que la vida, a veces, te pone a prueba.
-¿Se tomaría un café con Calvo o Montero?
-Con Calvo no me tomaría un café, no tiene nada que aportarme, ni yo a ella. No la exculpo porque es una mujer extraordinariamente preparada. No le otorgo la presunción de inocencia, sirve a un fin, el de mantenerse en el poder. En cambio, con Irene Montero, me encantaría. En un café sin cámaras me gustaría explicarle todo lo que se está perdiendo por no tener ni idea de qué es ser y representa ser una mujer.
-Dicen que ve tramas criminales en todas las manifestaciones políticas. ¿Eso es verdad?
-Tuve una reunión muy complicada con el actual alcalde de Sevilla cuando yo estaba en Mercasa y era vicepresidenta de Mercasevilla –origen de los ERE. Llegó a decirme: «Tú ves delitos por todas partes». Respondí con una sonrisa gélida, la que le pondría a quien hoy pueda hacer ese comentario.
-¿Cómo vivió su confinamiento Covid?
-Fue una situación de total pánico por mi bebé. Lo primero que hice fue preguntar a los médicos qué hacía con la lactancia. No eran capaces de darme una opinión unánime y opté por no verlo, no tocarlo durante 14 largos días. Fue muy doloroso.
-¿A qué dedicaba el tiempo?
-Estuve en una habitación pequeña, de la que no salí. Como diputados redoblamos nuestro trabajo con casi 6.000 iniciativas. Puse mi móvil del Congreso a disposición para que cualquier persona que estuviera sola pudiera llamarme. Me impactó la de un señor de 82 años que me dijo que él no tenía miedo a morir, sino miedo a morir solo. Me llamaron policías, e incluso de la izquierda abertzale hablándome de Euskalerría. En lo personal, hice examen de conciencia, pasé tres días con pico alto de fiebre en los que se me dijo que no fuera al hospital porque no me podían garantizar qué podía ocurrir. Di gracias a Dios por irme en uno de los momentos más dulces de mi vida: acababa de ser madre. Lo que tenía que hacer en la vida, ya lo había conseguido.