Crítica de “A Land Imagined”: La venganza del mar ★★★✩✩
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Dirección y guión: Yeo Siew Hua. Intérpretes: Peter Yu, Luna Kwok, Xiaoyi Liu, Jack Tan, Ishtiaque Zico. Fotografía: Hideho Urata. Singapur, 2018. Duración: 95 minutos. Thriller.
Es malo tener insomnio, lo sé de sobra. Una mancha en la pared parece tu penúltimo pecado, la luz del móvil descubre teléfonos de gente que ya creías haber olvidado para siempre y, a veces, se nos mete en la cabeza que quien está acostado en la misma cama donde te revuelves chorreando orfandad y desarraigo dejó de respirar hace unos cuantos minutos. Wang tampoco puede dormir, pero en el estrecho catre rebosante de chinches de la miserable habitación compartida está solo. Es un trabajador chino que vive en el área industrial de Singapur y que, tras sufrir un accidente en el trabajo y ansioso por la repatriación, mata las noches en un infecto cibercafé que nunca cierra donde cualquiera podría contagiarse de un nuevo virus. Los videojuegos e internet se convierten, entonces, en los siniestros aliados de este joven demasiado silencioso que no sabe hasta qué punto le cambiará la vida esa pantalla sucia, asquerosa, del ordenador.
Wang acaba desapareciendo como si la misma madrugada se lo hubiera tragado, de ahí que otro tipo con falta de sueño, el policía Lok, intente encontrarlo, aunque en balde. Hay un largo flash back durante la primera parte de la asfixiante, espesa película dirigida por Siew Hua Yeo, su segundo largometraje, al cabo, donde sabemos de Wang antes de evaporarse, una cinta en la que, como en una tierra donde los obreros se afanan de forma incesante, obsesiva, en robarle sitio al mar, parece que sus personajes sin pasado ni futuro, en tránsito, no encontrarán bajo sus pies suelo firme donde echar raíces.
Le sucede a Wang, a Lok, a la inquietante chica que siente atracción por Wang quizá porque tiene una camioneta y con ella podría salir corriendo de un escenario que en ocasiones produce más terror que cualquier buen título del género. Cierto, la historia resulta un tanto dispersa y nebulosa, y la obra policíaca que el espectador presuponía en el arranque se torna poco a poco en un juego no del todo equilibrado entre sueños (los que Wang añora) y realidad, o realidades, pero, también, en denuncia social (las condiciones laborales de estos hombres, a los que les retiran el pasaporte, resultan penosas) y en un filme con escenas hipnóticas (los bailes masculinos frenéticos) que deja al final un regusto amargo. El mismo que sientes en la boca cuando descubres que a una hora le sigue otra, y otra, y otra, y tienes los ojos todavía como platos, por eso no es posible apartar la mirada de una situación insana.
Lo mejor: Que el director consigue crear una espesa y claustrofóbica atmósfera perfecta para la historia
Lo peor: Ese juego casi continuo entre sueño y realidad a veces provoca una dispersión que nos aleja del filme