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Antonini: cuestión de estilo

El músico, que dirigió obras de Mozart y Beethoven, se maneja con autoridad debido a los años de aprendizaje
larazon
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Obras: Mozart y Beethoven. Violín: Giuliano Carmignola. Director: Giovanni Antonini. Orquesta Nacional. Auditorio Nacional, Madrid. 25 -IX- 2020.
Antonini es un músico suelto y animado, de vitalidad contagiosa, de nerviosa actitud. Flautista, con especialidad en el barroco, se ha ido haciendo poco a poco como director, primero al frente del grupo Giardino Armonico, después navegando sin temores en el podio, en el que se maneja ya con autoridad, la derivada de una larga experiencia de muchos años de aprendizaje en los que ha ido perfilando gestos y acreciendo saberes. Es hombre menudo y movedizo, ágil y demostrativo, de movimientos a veces poco elegantes, pero efectivos a la hora de sugerir, encauzar y matizar. No emplea batuta y es de compás muy abierto, con brazos caracoleantes y expresivos, los habituales en sus actuaciones, algunas de ellas con nuestra Orquesta, que le sigue y lo entiende confiada y que le dedicó un aplauso en su última salida, con el joven y nuevo concertino, Miguel Colom, al frente. Con todo ello pudimos disfrutar de una sesión clásico-prerromántica muy agradable. Antonini enfoca la «Sinfonía nº 2» de Beethoven desde una perspectiva estética, pongamos por caso, más próxima a Haydn –de quien está grabando todas las sinfonías en el curso de un proyecto que culminará en 2032, aniversario del compositor– que a un romanticismo aún por venir. En general, la versión tuvo adecuadas proporciones y una sonoridad muy equilibrada, con excelente apertura del «Adagio molto» inicial.
Afinación y empaste, aunque la sección de desarrollo del «Allegro con bri» fuera mejorable. Veíamos sin tocarlo un romanticismo aún en puertas. Dicción adecuada en el «Larghetto», donde el 3/8 fue servido con pulso; un tanto moroso el «Scherzo» y de vitalidad contagiosa el «Allegro molto» postrero donde las maderas cantaron a satisfacción, y bien perfilado espectro tímbrico, con unas magníficas trompetas naturales que dotaron de brillo al conjunto. Las bondades no se extendieron a la coda, que salió algo confusa y escasamente progresiva, con un dibujo menos claro. Sí hubo la pedida transparencia en la previa colaboración a Carmignola en el «Concierto para violín nº 3» de Mozart, que se expuso con tacto y refinamiento, quizá a falta de un vigor más reconocibles. El violinista italiano, al que tanto hemos admirado en el pasado tocando Vivaldi y Mozart, mostró su indudable clase, su conocimiento del estilo y su atractivo sonido, delgado y vibrátil, su fraseo casi siempre natural –no tanto en el tercer movimiento– y su general afinación. Aunque esperábamos algo más en el terreno expresivo y en la densidad tímbrica. Interpretación un tanto falta de tensión, grácil y hasta cierto punto refinada, pero relativamente graciosa. Falta de poso y de dimensión.

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