Cómic
Mafalda se baja del mundo
Fallece a los 88 años Quino, uno de los grandes autores del cómic y de uno de los personajes más celebrados de todos los tiempos y que logró el reconocimiento de lectores como Cortázar o Eco
«Nosotros no publicamos monigotes». Con estas palabras, el editor Carlos Barral le justificó a su amiga Esther Tusquets su renuncia a publicar unas tiras cómicas. Las protagonizaba una niña que parecía tener respuesta para todo, ya fueran problemas de adultos o de más pequeños. Ternura, humor e inteligencia aparecían en esas viñetas con un estilo ágil y divertido, una manera de ver la vida. Tusquets no se lo pensó dos veces y empezó a publicar en su editorial, en Lumen, hace ahora medio siglo, a Mafalda. Se convirtió en poco tiempo en un verdadero fenómeno en nuestro país.
Pero la carrera de Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido como Quino, empezó mucho antes. Una vida dedicada a dibujar y a hacer reír, eso es lo que trató de hacer siempre este genio argentino, uno de los grandes referentes del cómic de todos los tiempos. Desde ayer, Mafalda, su hermano Guille y sus amigos Manolito, Felipe, Susanita, Libertad y Miguelito están solos tras saberse que su padre falleció ayer en Buenos Aires a los 88 años, dejando tras de sí una de las más importantes obras dedicadas a plasmar en viñetas y con humor el tiempo que le tocó vivir.
Con solo tres años
Nacido en Mendoza, Argentina, en 1932, Quino fue el seudónimo con el que se le distinguió con respecto a su tío, el ilustrador Joaquín, responsable de su interés por el dibujo desde temprana edad. Fue Joaquín el primero en darse cuenta del talento que tenía su sobrino con solo tres años. Poco después, con seis, ya tenía decidido que lo suyo iba a ser dedicarse a dibujar historietas. A los nueve convenció a su madre para llegar a un pacto: él dibujaría en la mesa de la cocina a condición de que la peinara. Por desgracia, su madre, al igual que su padre, murieron prematuramente.
No tardó mucho en abandonar los estudios: se aburría en el colegio, como le pasaba a su querido Manolito. Lo suyo era ponerse delante de la hoja en blanco y dibujar sin parar. Eso es lo que no paró de hacer en las publicaciones de su Mendoza natal, aunque sin mucha suerte entre las editoriales. Tras concluir el servicio militar obligatorio en 1954, Quino no se lo pensó dos veces y abandonó Mendoza para instalarse en la gran ciudad: Buenos Aires.
Sus primeros trabajos, siempre con el humor como excusa si es que el hacer reír es una excusa, aparecieron en el semanario «Esto Es». A partir de ese momento su carrera despegó. En 1963 vio la luz su primer libro recopilatorio, «Mundo Quino». Tras esa publicación, la firma de electrodomésticos Mansfield le encargó la creación de un personaje para una campaña de publicidad. De allí surgió una niña sabionda, siempre con una respuesta preparada, especialmente para sus padres, un buen ejemplo de lo que era la clase media argentina. Se llamaba Mafalda. La campaña nunca se materializó, pero pasó a compartir sus andanzas en la revista semanal «Primera Plana», donde el director era amigo de Quino. De allí, Mafalda y sus amigos pasaron al diario «El Mundo».
El éxito fue total y Mafalda se publicó en libros recopilatorios de España a Portugal, pasando por Italia, Corea del Sur o Francia. El primero que reunió en Argentina las tiras del personaje, hoy una joya buscada por bibliófilos de todo el planeta, se agotó en dos días. Las aventuras cotidianas de la niña lograron también el aplauso de Julio Cortázar, Umberto Eco y Gabriel García Márquez. El autor de «Rayuela» llegaría a decir que «no tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí». Sin embargo, cansado con la serie, Quino decidió acabar con las tiras el 25 de junio de 1973: en total dibujó 1.928. Retomó esporádicamente el personaje para alguna campaña de Unicef o la del V Centenario del Descubrimiento. Serían muchas las veces que los lectores le reclamaron su regreso. En una de sus últimas visitas a Barcelona, en un coloquio con lectores, alguien le preguntó por este tema argumentándole que «sería interesante saber qué piensa Mafalda de lo que ocurre en el mundo». Quino, socarrón, no dudó: «A mí también me gustaría saber qué piensa Shakespeare y no podemos saberlo».
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