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La noche que Jordan y Magic se negaron al boicot a la NBA

El escolta de los Chicago Bulls campeones en 1991 y 1992 Craig Hodges trató de liderar una campaña contra el racismo idéntica a la que este año triunfó: parar la NBA. Jordan, Pippen, Magic y otras estrellas no quisieron comprometerse. Él pagó con el destierro del deporte profesional

Craig Hodges lanza a canasta en la Casa Blanca, vestido con su "dashiki"
Craig Hodges lanza a canasta en la Casa Blanca, vestido con su "dashiki"George Bush Presidential Library And Museum

En la historia de los derechos civiles en Estados Unidos, los deportistas negros han ocupado un papel llamativo (Muhammad Ali; los tres de México, 68, Arthur Ashe) pero quizá demasiado escaso para su importancia en el conjunto de los deportes y su relevancia social. Por eso resultó histórica la noche del pasado 26 de agosto cuando los Bucks de Milwakee se negaron a salir a la pista en los playoffs de la NBA. Lo que muchos no sabíamos es que antes hubo otra gran oportunidad y esa podría haber sido aún más potente. Según cuenta en sus memorias Craig Hodges (Tiro de larga distancia", Capitán Swing), escolta de los Chicago Bulls campeones en 1991 y 1992, él mismo intentó poner de acuerdo a Magic Johnson y Michael Jordan, los dos astros más grandes del deporte profesional americano, para detener la competición en la final que enfrentaba a ambos con todo el país delante del televisor. Había razones para hacerlo tan inmediatas como las de este año, en el que han sucedido los casos de brutalidad policial contra Jacob Blake y George Floyd. El 3 de marzo de aquel año, tres meses antes del partido, cuatro agentes apalizaron a Rodney King y las cámaras lo recogieron. Las estrellas arrugaron la nariz y agacharon la cabeza. Jugaron, porque es lo que se esperaba de ellos, porque la presión del gran circo de patrocinadores y de intereses comerciales simplemente no podía vencerse.

Como relata en su libro, Hodges fracasó en su intento por implicar a los deportistas en una protesta especialmente por la actitud de Jordan a la hora de elegir entre los contratos y la lucha racial. Claro que es muy fácil elegir la lucha racial si no tienes que renunciar a cientos de millones de dólares. El caso es que 1991 era el año de “be like Mike”, el omnipresente lema de Gatorade que animaba a ser un atleta sonriente. Mientras en la calle desfilaban las Air Jordan VI de Nike, Hodges trataba de convencerle de que rompiese con una empresa que no tenía directivos negros cuando los afroamericanos eran sus principales clientes. La relación personal de Hodges con Jordan nunca llegó al conflicto abierto, pero en el exitoso documental sobre la superestrella “The Last Dance”, su compañero de equipo no mereció ni un segundo (aparecían numerosos jugadores menos decisivos en el juego) y, andando el tiempo, Hodges culpa a Jordan del ostracismo al que fue sometido.

Todos sus intentos de protesta fracasaron discretamente. Los Bulls ganaron su primer anillo, pero no sabía todo lo que vendría a continuación. Aquel año había, además, otro elemento histórico. George Bush llevó a cabo la primera invasión de Irak, un país de mayoría musulmana. Hodges simpatizaba con la Nación del Islam, el movimiento por los derechos civiles, pero no era musulmán. En el vestuario del equipo, todos estaban a favor de la invasión salvo Phil Jackson, el entrenador, y el propio Hodges, que siempre estaba ahí para hablar de la historia no escrita de los afroamericanos, enfundado en su “dashiki” (la vestimenta tradicional africana) con la que se presentó un día de 1991 en la Casa Blanca. No sólo eso, pretendía aprovechar un rato a solas con el presidente para sacar un tema ligerito, de su agrado: conversaciones amenas como la creciente tasa de encarcelamiento de la población negra, las reparaciones económicas por la esclavitud, las causas de la violencia en las calles y, en suma, la situación de la minoría afroamericana.

Jordan “se lava las manos”

Jordan no acudió a esa recepción. Según Hodges, dijo: “Que le den por culo a Bush. Yo no le voté”. Y no fue. Y el desplante no tuvo consecuencias, porque Jordan era el hombre que había conseguido que millones de estadounidenses vieran a un montón de negros lanzar una pelota a una canasta a lo largo de una pista pintada con rayas. Sin embargo, como Hodges sabía que la vara de medir desaires no sería igual con él, prefirió entregarle una carta al presidente mediante su secretario de prensa. Una carta que apareció filtrada en la prensa de Chicago. Hodges estaba orgulloso.

Al año siguiente de su primer intento de boicot, en 1992, Los Ángeles estalló en llamas por las protestas tras la absolución de los policías que golpearon a Rodney King. Hubo miles de detenciones y saqueos que duraron semanas. Aunque intentaba ser prudente, no lo pudo remediar y dijo al “New York Times” que Jordan se lavaba las manos mientras él ponía sobre la mesa el objetivo de la huelga. Aquel año ganaron el campeonato y el menudo tirador se hizo con su tercer concurso de triples. Su contrato expiraba, pero era de toda lógica que firmaría como agente libre con alguna franquicia. No recibió ni una sola oferta. Su agente le abandonó y todos los equipos le dieron la espalda.

No hay que olvidar, que, aunque el 75 por ciento de los jugadores eran de raza negra, en 1992 no había ni un solo propietario de color. Los entrenadores se contaban con una mano. Propietarios, algunos, como el de la primera franquicia en la que jugó el autor de las memorias, los Clippers de San Diego (hoy en Los Ángeles). Don Sterling había amasado su fortuna con las viviendas de mala muerte y, como cuenta el autor de las memorias, daba los cheques del salario a sus jugadores sin firmar, para que tardasen una semana más en cobrarlos mientras el conseguía unos dólares en intereses. Avanzamos en la historia: en 2014, Sterling fue expulsado de la liga por la filtración de unas grabaciones con comentarios racistas que también estuvieron a punto de parar la liga pero, de nuevo, todo siguió como si nada tras obligarle a desprenderse del club. Sin embargo, la cultura de la competición en los 90, bajo el mandato de David Stern, el comisionado que lanzó la NBA a los contratos multimillonarios de televisión, no iba a permitir que la política “ensuciase” su producto. Kareem Abdul Jabbar fue uno de los pocos que levantó la voz, pero era, de nuevo, demasiado grande para ser presionado. Isiah Thomas, quizá el jugador más polémico de la historia, el malo de los malos de los “bad boys”, se mostró molesto por que la prensa enfatizase la “ética de trabajo” de Larry Bird y otros jugadores balncos, mientras que a los negros se les presuponía el “talento natural” o el “tocado por la gracia divina”, como si los afroamericanos no trabajasen igual que los blancos. Fue despedazado por la prensa pero también era demasiado bueno para que le echasen de la pista. Eso sí, su pésima aura mediática solo creció, aunque, en parte, merecidamente. Pero ellos eran superestrellas. Craig Hodges, desprotegido en su condición de clase media, pagó las consecuencias por pedir la igualdad de derechos.

Se quedó inexplicablemente sin trabajo. Tuvo que vender sus camisetas, trofeos y anillos de campeón. Probó suerte en Italia y promedió 30 puntos. Pero, de nuevo, ninguna oferta en Estados Unidos. Sus excompañeros fingían no verle cuando se cruzaban con él en un hotel. Muchos años después, cuando, en Chicago, trató de acceder a un polideportivo del que era dueño el preparador físico de Jordan, le negaron la entrada. Si el lector ha llegado hasta aquí, será que le interesa el baloncesto. Hodges dejó un consejo como tirador, uno de los mejores de la historia de la liga: “¿Sabes que por el aro pasan dos balones juntos? Por eso, no apuntes al aro, porque siempre te quedarás corto. Apunta un poco más arriba”. Y el balón describirá la parábola perfecta para que solo escuches el sonido de la red.

La infidelidad con R. Kelly

Uno de los aspectos más curiosos de la muy peliculera biografía de Hodges comienza un día que su cuñado trae a un chaval a casa. Le pide que le escuche cantar, que tiene una voz increíble. Tiene 19 años y necesita 5.000 dólares para librarse de un contrato discográfico tóxico. La cosa huele a chamusquina, pero Hodges siempre está dispuesto a ayudar a un hermano y su mujer será la representante de Robert. La familia le ayuda a sobrevivir hasta que Hodges se entera de que su mujer le ha sido infiel con él durante un año. Después de saberlo, incluso le presta 9.000 dólares para que se presente a un concurso de talentos de la TV americana. Se hizo famoso como R. Kelly. Desapareció de casa. Tiempo y algunos escándalos después, Hodges y él vuelven a ser amigos.