Núremberg, unos juicios sin arrepentidos y con un solo culpable
El que fuera traductor de Göring, Sigfried Ramler, siempre recordó cómo los jerarcas nazis nunca asumieron su culpa durante el histórico proceso que hoy cumple 74 años. Solo Speer, ministro de Armamento, reconoció su parte del amargo pastel
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Siegfried Ramler fue una de las voces que mantuvieron viva la llama de los Juicios de Núremberg durante años. Fallecido a principios de este mismo 2020, el traductor siempre mantuvo que los nazis juzgados hace hoy 74 años (20 de noviembre de 1945-1 de octubre de 1946) nunca se arrepintieron: “Solo querían explicar cuál no era su función”. Según Ramler, se trataba de decir “yo no tenía nada que ver, no era mi competencia, no firmé eso, y si lo firmé, entonces lo hice de forma automática”, explicaba hace una década en el diario vienés “Der Standard”.
Este judío de origen austriaco fue el intérprete de Hermann Göring y otros jerarcas nazis en el histórico proceso y, tras su experiencia, defendió que la raíz de esa aparentemente indiferencia hacia los crímenes cometidos radicaba en “la educación y el antisemitismo", pues daban pie a que “las víctimas no fueran vistas como seres humanos. Eso cambió las perspectivas. Matar a seres inferiores era algo diferente”.
Para el traductor, la prioridad entonces, cuando solo tenía 22 años, era la de concentrarse en su trabajo como intérprete simultáneo sin sentirse afectado por las atrocidades de las que se hablaba. El Mariscal del III Reich, Hermann Göring, el ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, militares como Wilhelm Keitel o Alfred Jodl eran “seres humanos comunes y corrientes” que, en palabras de Ramler, “revelaron sus debilidades en el banquillo de los acusados”.
Para el austriaco, el único de los imputados que asumió su posición fue Albert Speer, el ministro de Armamento de Hitler y “el más inteligente de los acusados principales”, condenado a veinte años de cárcel a pesar de que la Unión Soviética pedía la pena de muerte. “Los demás rechazaban su responsabilidad en todas las atrocidades alegando que toda Alemania era culpable y que ellos no podían hacer nada”. Por el contrario, Speer respondía: “Yo también soy culpable”; además de desobedecer a Hitler en una de sus últimas órdenes, la de destruir toda la infraestructura de Alemania, algo que de haberse cumplido hubiese atrasado por decenios la reconstrucción del país, recordaba el intérprete.
Respecto a Göring, Ramler lo recuerda como un hombre “orgulloso y vanidoso”, que se sintió afectado cuando le reprocharon su estilo lujoso de vida, pero no mostró emoción alguna ante la acusación de haber lanzado una guerra: “Göring se veía como el líder del banquillo de los acusados. Escribía notas a todos los defensores diciéndoles a quién tenían que citar como testigos. Algo que luego se le prohibió hacer”. Condenado a la pena capital, Göring se suicidó con una cápsula de cianuro de potasio para, según Ramler, evitar la horca, una forma de ejecución que los militares nazis consideraban deshonrosa.