“En el lugar del otro”: Arte, filosofía y puro entretenimiento ★★★✩✩
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Autores: Ernesto Caballero y Javier Gomá. Director: Ernesto Caballero. Intérpretes: Noemí Climent, Silvia Espigado, Pedro Miguel Martínez, Estíbaliz Racionero y Germán Torres. Teatro Galileo, Madrid. Hasta el 8 de noviembre.
Javier Gomá y Ernesto Caballero inundan el escenario de reflexión teórica y crítica acerca de algunas preocupaciones eternas y consustanciales al pensamiento humano, y también acerca de otros asuntos que parecen más específicos o más pegados a la actualidad, pero que son igualmente abordados desde una óptica racional, lógica y, por tanto, universal. Sé que esto suena a filosofía, y en cierto modo lo es; pero está expuesta en clave puramente dramática, que nadie se asuste. Al fin y al cabo, eso es lo que tienen las grandes obras literarias y teatrales que han trascendido su tiempo: ni más ni menos que ricos y pertinentes planteamientos filosóficos, los cuales se nos revelan, casi siempre, irresolubles. Y no hay necesidad de ser filósofo ni de proponérselo para exponer bien esos planteamientos; lo que sí hay que ser es buen autor. Y aquí estamos, desde luego, ante dos muy buenos.
Cierto es que flojea en el espectáculo el desarrollo estrictamente psicológico, y no solo intelectual, de los personajes, y que la estructura dramatúrgica en la que se insertan las tramas es tan escueta que, a veces, puede resultar algo confusa. Pero no son estos dos escollos suficientemente grandes para impedir al espectador disfrutar de un teatro de texto escrito con gusto, hondura y, en algunas ocasiones, belleza. Intuyo, además, que esas mínimas tachas pueden deberse a las consabidas limitaciones que están teniendo las compañías a la hora de ensayar y trabajar con la continuidad necesaria para pulir y hermosear cualquier obra.
En cualquier caso, son muchos, muchísimos los temas que salen a colación en las cuatro piezas breves de que consta “En el lugar del otro”: la vanidad y la suficiencia como peligrosas saboteadoras de la idea de instruir deleitando; la necesidad del aplauso, y cómo esta se puede convertir en suplicio; la conveniencia o no de censurar aquello que moralmente parece despreciable; la confusión entre lo democrático y lo ético; la reivindicación de la imaginación; la seguridad en contraposición a la libertad; la relación entre felicidad y dignidad; la inconsistencia de la “verdad histórica”; los prejuicios morales como lastre para entender el mundo, etc. De todo hay, francamente, y todo muy bien traído.