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El norteamericano William Christie aterriza de nuevo en el Auditorio Nacional

Rafa MartínRafa Martín
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Obra: De Beethoven. Director: William Christie. Músicos: Coro y Orquesta Nacionales. Auditorio Nacional. 16-X-2020.
La OCNE recibía de nuevo después de algunos años al norteamericano William Christie (Buffalo, 1944), fundador de Les Arts Florissants, músico -clavecinista en origen- probo, estudioso, emprendedor e inteligente. Su peculiar manera de marcar -por supuesto, sin batuta-, su movilidad al compás de la música, su contagioso impulso de aire eternamente danzable, su animación -pese a que ya no cumple los 75-, siempre son bien acogidos. La “Misa en Do mayor op. 86” del compositor de Bonn, “la otra Misa”, siguió la pauta y la estela de las conocidas misas de Haydn. Es obra sencilla, exenta de virtuosismos gratuitos y de arias de lucimiento con instrumentos obligados. Christie lo entendió muy bien y evitó todo tipo de inoportuna pomposidad, algo que ya se advirtió en el austero “Kyrie”, bien construido como el resto de los números.
En el “Gloria” seguimos con claridad los diálogos entre coro, orquesta (reducidos a poco más de 40 miembros) y solistas. Más allá de una entrada dubitativa en el “Quoniam” y de ciertas borrosidades en la fuga postrera todo funcionó; como en el “Credo”, pese a un inicio poco claro. Estupendos los hombres en el “Qui propter” y acertado el planteamiento de el “Et vitam venturi”. Empaste sigiloso en el “Sanctus”, en donde cuerda y timbales dibujaron hermosas frases. Destacamos la intervención de los traversos de madera (Sotorres estuvo muy inspirado en todo momento) en el “Benedictus”.
Muy entonados los bajos del Coro en su destacada intervención del “Agnus” y espléndidas las dos trompas naturales, bien acentuadas por Christie, en diálogo con el oboe. Beatífico cierre, con el adiós de la trompa y la evocación del “Kyrie”. Un aire de plegaria que la mano rectora supo plasmar al final de una loable interpretación, en la que no siempre se estableció el balance ideal y en donde el director, nervioso y ágil, logró planos de calidad y exhibió su destreza para el ataque seco y conminativo en busca -con ayuda de los instrumentos antiguos en los vientos y de los timbales- de una sonoridad “deépoca” con la mirada puesta en un clasicismo a ratos discutible y que aplicó contundentemente en la previa y fustigante interpretación de la Obertura del ballet “Las criaturas de Prometeo”, que en todo caso sirvió para mostrar la buena forma de la Orquesta, como enseguida la mostraría el Coro, que tan bien viene trabajando García Cañamero.
Tres de los cuatro solistas pertenecían al famoso Jardin de Voix de Christie: Mariasole Mainini, soprano ligera, de cuerpo vocal bien asentado, ágil y cristalina; Théo Imart, contratenor de espectro muy claro, bien en las florituras, pero poco apropiado para su desempeño como mezzo, y Sreten Manojlovic bajo lírico de tinte cálido y franca proyección, pero escaso de volumen. A su lado el más veterano tenor suizo Bernard Richter, lírico-ligero de buenas hechuras, pero de desvaído colorido. Los cuatro, como el director, el Coro y la Orquesta -excepto los vientos- con la correspondiente mascarilla.