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«Las criadas»: El destino fatal de los parias ★★★✩✩

Cristina BejaranoLa Razón
La Razón

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Autor: Jean Genet (versión de Paco Bezerra). Director: Luis Luque. Intérpretes: Alicia Borrachero, Ana Torrent y Jorge Calvo. Naves del Español en el Matadero (Sala Max Aub). Hasta el 8 de noviembre.
Por lo general, cuanto más fuerte es el componente provocador de una obra en el momento de su alumbramiento, mayor es el recargo que el paso del tiempo se cobrará de ella. Y eso es lo que ha ocurrido con algunos adorados autores –entre otros, Genet– y vanguardias del siglo XX, que, una vez superado el momento histórico en el que nos sorprendieron, disminuye drásticamente la apetencia de revisitarlos como espectador o lector.
Es lo malo que tiene andar jugando con el efectismo, que el valor de la obra queda casi siempre reducido a la primera reacción que despierta –a veces sobrecogedora, no vamos a negarlo–; pero no a una interpelación sostenida en el tiempo entre los personajes, atravesados por complejas vicisitudes, y el público. La belleza en la propuesta está demasiado ligada, por así decirlo, a su descubrimiento; luego se marchita rápidamente. Los personajes, una vez vista y asumida su destemplanza, dejan de atraer; las tramas, una vez conocido el desenlace, aburren un poquito.
Así sucede, más o menos, con «Las criadas». Por más que nos empeñemos en subir la obra a las tablas –más de 35 montajes profesionales he contado en España– son bastantes los espectadores –porque yo también me fijo en el patio de butacas– que suelen mirar el reloj a mitad de función. Y eso que, en esta ocasión, no puede estar todo más cuidado para luchar, precisamente, contra el aburrimiento.
En primer lugar, porque Paco Bezerra ha afilado en su versión la comicidad de algunas situaciones y diálogos, casi hasta satirizarlos, y ha perfilado el personaje de la señora con rasgos próximos a la parodia, lo cual permite al espectador digerir su cruel estupidez de una manera más cómoda. En segundo lugar, porque el director Luis Luque, con su habitual claridad, elegancia y sentido del ritmo en el manejo del lenguaje escénico, ha quitado el tremendismo que ha podido, y no era nada fácil, a esta historia sobre la alienación vital y social de los desfavorecidos, representados por las dos sirvientas. Y lo ha hecho aislándola en el tiempo y en el espacio; deshumanizándola también en la forma, y no solo en el fondo; mostrándola de la manera más aséptica posible, como encerrada en un laboratorio. Podrá resultar una visión fría, pero es, desde luego mucho más contemporánea y universal que la de otros montajes.

Lo mejor

Lo que sí permite la obra, por su propensión a lo tremendo, es el lucimiento actoral, y Ana Torrent lo aprovecha muy bien.

Lo peor

Los personajes de Genet están supeditados a unas acciones desmedidas sin claros matices en sus conciencias que las justifiquen.