El laboratorio de la historia: el «caso Markov», Obama y Al Qaeda
La gran toxicidad de la ricina ha jugado un papel muy importante en las agencias de espionaje desde la Guerra Fría
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Nadie pudo sospechar que el conocido escritor búlgaro Georgi Markov (Sofía, 1929-Londres, 1978), quien desertó de su país en 1969 huyendo de la asfixiante férula del comunismo, pudiese acabar sus días del modo tan cruel como lo hizo. Ni mucho menos su esposa Annabel Dilke, ni por supuesto su adorable hija Alexandra-Raina. Pero Markov, además de ser uno de los más importantes escritores búlgaros, se había convertido en el hombre que sabía demasiado. Estaba al corriente de información muy reservada que amenazaba con desestabilizar a los prebostes del régimen corrupto si se divulgaba a los cuatro vientos. Markov era un ciudadano temerario, más que valeroso, pues osó encabezar una férrea oposición al presidente comunista de su país, Todor Zhivkov, hasta el punto de ponerle contra las cuerdas.
El 7 de septiembre de 1978, Georgi Markov aguardaba la llegada del autobús en el puente londinense de Waterloo que debía conducirle hasta la BBC, en cuya división búlgara (World Service) entonces trabajaba. El escritor se había refugiado en Londres huyendo de la persecución comunista cuando, para su desgracia, trascendió que estaba dispuesto a revelar información de alto secreto sobre el grado de corrupción en el gobierno de su país.
Odio visceral
La llamada «Guerra Fría», el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética para imponerse y aumentar su influencia global entre 1947 y 1991, estaba todavía en pleno auge. No en vano, en torno a ese odio visceral y soterrado entre las dos grandes superpotencias mundiales se agruparía más de una docena de conflictos armados y brotarían espías como champiñones en los cinco continentes del planeta.
En 1972, un tribunal búlgaro había condenado a Markov a seis años y seis meses de prisión por desertar a Occidente y su obra entera fue retirada de todas las bibliotecas y librerías de su país, como en los peores tiempos de la Inquisición, prendiéndole incluso fuego a sus títulos más emblemáticos, como el traducido al español «Retrato de mi doble: 385».
Pues bien, mientras Markov aguardaba en la parada del autobús, sintió de repente un pinchazo en la parte trasera del muslo derecho. Los agentes secretos búlgaros, en connivencia una vez más con el KGB soviético, le dispararon justo entonces con la punta de un artilugio diabólico. Se trataba del «paraguas búlgaro», un arma letal cuya eficacia decidieron probar con el conejillo de Indias Markov.
En el interior del paraguas se alojaba un perdigón con una dosis mortal de ricina que penetró en su organismo impulsado por una carga de aire comprimido. ¿Qué era exactamente la ricina que pensaban utilizar también sus enemigos nada menos que contra el Papa Juan Pablo II tan solo unos meses después, según la sensacional revelación que me hizo en su día el investigador y doctor polaco Marek Lasota, de la Academia Ignatianum de Cracovia? En 2012, el presidente estadounidense Obama ya advirtió que un grupo de terroristas de Al Qaeda en Yemen estaba fabricando ricina como nueva arma letal.
La ricina es una sustancia altamente tóxica que puede provocar la muerte de una persona con solo inhalarla. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) ya habían advertido también de que este compuesto, obtenido a partir de los sobrantes del procesamiento de las semillas de la planta de ricino, las mismas empleadas para hacer aceite de ricino, era uno de los más mortíferos que existían. Bastaba con la inyección de 500 microgramos de ricina para acabar con la vida de una persona adulta. Los científicos explicaban que el veneno penetraba en las células y evitaba que se formasen las proteínas. Y sin éstas, las células morían de modo irreversible produciéndose el colapso del organismo sin antídoto ni vacuna alguna.
Así que al final, el hombre de la sombrilla se disculpó y Markov no le dio más importancia al asunto en ese instante. Eso sí, aquella misma noche el desgraciado fue ingresado de urgencias en un hospital, donde falleció al cabo de tres días sin que existiese, como decimos, un antídoto para salvarle la vida. Previamente, habían fenecido los músculos y nódulos linfáticos de Georgi Markov que se hallaban alrededor del pinchazo. Acto seguido, su hígado, riñones y bazo dejaron de funcionar, justo antes de iniciarse una hemorragia masiva en su estómago e intestinos que le condujo de modo inexorable hasta la muerte. Y, desde entonces, la ricina constituye una seria amenaza para la seguridad mundial si algún aciago día grupos terroristas llegasen a fabricar con ella un arma de destrucción en la nueva era de los arsenales.