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El libro maldito: el verdadero vampiro no era Drácula, sino Lord Byron

John Polidori escribió «El vampiro» en Villa Diodati en 1816 y su personaje era un reflejo de Lord Byron, con quien no tenía buena relación, según la leyenda
Retrato de Lord Byron de Thomas Phillips, de alrededor de 1835 que se conserva en la National Portrait Gallery
National Portrait Gallery LondonNational Portrait Gallery London
La Razón

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De vez en cuando a las cosas hay que renombrarlas para sacarlas de ese sudario universal que son las costumbres y revivificarlas con un aliento novedoso que le dé mucho escaparate y visibilidad. Cuando no se inventa nada, porque se anda escaso de iluminaciones, hay que rebautizar lo que se tenga a mano para despejar de sombras la mollera y porque también a veces los horizontes se esconden en los matices. Al bulo de antes, el de los tatarabuelos, se le denomina ahora «Fake News» porque suena más a internet, y la psicología ha epatado a la siempre escandalizable y televisada «société» con «relaciones tóxicas» que tampoco nos descubre un sol distinto al que ya existía. El doctor John William Polidori, un carácter tibio y un punto anubarrado, escribió «El vampiro» inspirándose precisamente en la mala amistad que mantuvo con Lord Byron, uno de esos autores que comprendió con cierta antelación la importancia que tiene para la difusión de una obra una vida con fama de licenciosa.
Intenso «tour de force»
El poeta inglés buscaba un médico para que lo acompañara por sus diferentes romanticismos europeos y lo que devino aquello fue en un intenso «tour de force» más que en un tour turístico. Coincidieron con Mary y Pierce Shelley en Villa Diodati, en una Suiza todavía privada del lucrativo negocio de los secretos bancarios, durante el verano de 1816. Para sortear las noches desapacibles se retaron a escribir una historia y los que cumplieron fueron los neófitos, Mary y John, más que los escritores con relumbrón. Ella imprimió su nombre en la posteridad con «Frankenstein» y Polidori se sacó de la manga uno de los primeros cuentos de chupasangres que existen en Europa: «El vampiro», que más adelante, todo sea dicho, leería Bram Stoker. La diferencia es que éste pasó por el tamiz de su imaginación diferentes leyendas y cuentos populares y el sacrificado doctor únicamente tuvo que mirar quién se sentaba a su lado en la calesa para saber lo que era un auténtico vampiro.
Los dos «amigos» no se entendieron. Uno era correcto y el otro despreciaba la corrección; y si uno era dedicado, esforzado y sacrificado, el otro parecía vivir de los vientos que trajera la inspiración (aunque luego nunca resultó así); uno había decidido entregar su vida a los demás y el otro, a sí mismo a costa del resto. Aquello era una triangulación imposible. Byron se divirtió mucho menospreciando y humillando a su alquilado servidor, lo que habría una herida honda en la autoestima del médico. Cuando tuvo que escribir sobre un monstruo, éste no lo dudó, y según refieren algunos, tomó a Byron de imagen de la depravación. Como lo que mal empieza, mal termina, ellos acabaron mandándose al cuerno. Pero las desdichas no vienen solas, y Polidori tuvo la desdicha de ver publicada su obra con el nombre de su adversario en 1819. Byron se apremió a corregir el error. Dos años después, Polidori se suicidó con ácido prúsico, que, ya de entrada, suena fatal.