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Umbral, un dandy que hoy estaría prohibido

Un nuevo documental evoca al escritor, que en los tiempos que corren sería linchado por el feminismo y arrinconado por la pseudoizquierda
María EspañaLa Razón

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“Anatomía de un dandy” es ese raro documental que hace justicia con un genio, Francisco Umbral, al que canta sin idealismos. Lo retrata en sus dietarios más estremecidos. Lo desmenuza en las habitaciones del dolor. Lo exhibe en las pasarelas mediáticas como poeta íntimo y como vedette literaria. Fue un escritor al que cuesta imaginar hoy. Sobre todo por su literatura encabritada, violenta y lúbrica. «En el corazón femenino de Rimbaud», escribe en ‘La bestia rosa’, novela erótica y surreal donde Rimbaud es el pseudónimo de una amante, «vive un muchacho sombrío que a veces se le sube a la garganta. Sólo a fuerza de hostigar su clítoris, la hembra que hay en esa hembra, consigo ahuyentar al chico. Pero sé que algún día, cuando yo no esté, la vida, bestia rosa, caerá sobre Rimbaud, mi amor, con pechos de amazona y clítoris crispado, híspido, de lesbiana. Como un ángel odioso».
Eduardo Martínez Rico, biógrafo y estudioso de Umbral, novelista de ley, aporta en “Anatomía de un dandy” las grabaciones, voz en off, donde desnuda su vida, su obra poliédrica, sus obsesiones. ¿Qué había bajo la máscara? «Un gran profesional, un buen amigo, un hombre sensible, una persona muy divertida con la que uno disfrutaba mucho y las horas se pasaban muy rápido. Un gran conversador. También una persona muy compleja, complicada diría yo, pero que atesoraba una gran riqueza literaria, periodística y humana».
Para el escritor Jose Antonio Montano, columnista inteligentísimo y libérrimo, uno de los grandes, preguntado por el sexo en la literatura de Umbral, «hacía lo que podía, como todos y como todas. Lo que llamaba la atención en la época era la franqueza, y las elaboraciones literarias alrededor del asunto. Hace poco he leído su ‘Diario de un escritor burgués’, escrito en 1977, y maravilla su desinhibición sobre el sexo. La desinhibición de un hombre educado en el catolicismo y, por lo tanto, con una represión de fondo que trataba de solventar: indignado en su libertad pero también con los tics de la época, que hoy llaman la atención. Su visión era masculina, y desde ella escribía, porque era la suya (expresando también sus vulnerabilidades) . Algo que hoy no se entiende, ni quizá se acepta. Es como si se exigieran resultados morales (o moralistas) de inmediato, sin el pedregoso y titubeante camino de perfección».
En ‘Lorca, poeta maldito’, Umbral dialoga con el malditismo. ¿Fue él mismo un maldito? «Admiraba esa condición del Lorca más oscuro y estropeado», sostiene Antonio Lucas, poeta y columnista, emperador plenipotenciario de una escritura aterida, singular y bellísima, «en el Baudelaire más saboteador y herido. Pero él no. Más que maldito fue un ser dañado. Con un frío difícilmente abrigable. Su escritura fue una venganza contra su propia biografía. Más que maldito esta escritura lo sitúa en la parte más tensa del huérfano.
Abunda Montano que «Umbral sería hoy duro de roer para esa pseudoizquierda. Sencillamente porque era un hombre que escribía lo que le daba la gana. La relación entre la libertad del decir y la censura moral que se produce hoy con esa pseudoizquierda es igual a la que se producía antes con los biempensantes. Con una diferencia: antes irritar a los biempensantes te proporcionaba simultáneamente un montón de cómplices. El provocador, así, contaba con la irritación de unos (aquellos a los que quería irritar) y la complicidad de otros (que eran para los que escribía). Hoy, sin embargo, el provocador no cuenta con cómplices. Está más solo que la una. Porque aquellos que antes eran sus cómplices hoy son los nuevos biempensantes. La consecuencia es que ya no es divertido».
«A veces pienso», explica Martínez Rico, «que escritores como Umbral sería difícil que se dieran hoy, porque la sociedad no los admitiría. Creo que le he oído expresar un pensamiento parecido a Manuel Vicent. En este sentido, también Raúl del Pozo ha declarado que ahora se escribe con menos libertad que hace años. Umbral era muy complejo en el aspecto literario y artístico, por supuesto en el aspecto puramente vital, y supongo que también lo sería en el sexual. En el fondo la libertad y la exigencia, artística, literaria, periodística y vital, estaban muy presentes en él. Yo creo que su visión en el terreno sexual era personal suya, aunque formara parte de su obra. Lo que más nos debiera preocupar hoy es si estamos perdiendo libertad, si nuestra calidad de vida crece o decrece».
Uno de sus grandes amigos, el músico y escritor Ramoncín, leyenda del rock and roll nacional, opina que aquella libertad para escribir «hoy es imposible, poder puedes, pero no se sabe si te lo van a publicar. No creo que pudiera escribir con esa libertad, decir por ejemplo si una mujer estaba buena, o no, y describe especialmente a las mujeres con un fulgor adolescente que no era habitual en casi nadie, lo hacía y ya está. Escribía de su vida como quien escribe una saga, como Walt Whitman con las ‘Hojas de hierba’, y si alguien le decía que le había leído la columna de ayer, pero no la del día anterior, respondía, A mí o no se me lee siempre o no se me lee. No se moleste usted en leerme. Porque consideraba que estaba escribiendo una saga, una epopeya a partir de una vida normal, común. Desde luego no tenía ningún pudor con respecto de decir cosas de las mujeres. O en despellejar a quien hiciera falta si cortarse un pelo. Por eso se creo tantos enemigos. Pero a mí me gustan esos enemigos, que uno se crea cuando lo que dices lo dices no sólo porque piensas lo que dices sino que dices lo que pienso, y en eso Umbral y yo nos entendíamos y supongo que es una de las razones que explican por qué fuimos tan amigos. En fin, vivimos unos tiempos en los que nadie publicaría ahora ‘Hormigón, mujeres y alcohol’, ‘Marica de terciopelo’... O ‘Noche de cinco horas’… sería casi imposible. Desdichadamente, por otro lado».
Umbral el ogro. Umbral el genio. Umbral el hombre que minia el texto y saluda a los niños, los animales, los astros, y luego sale al bosque de la política y el bar del hotel Palace con la Olivetti transformada en metralleta. Pero de Umbral, como escritor, sólo conocemos o valoramos los que lo hemos leído en sus diarios, en sus mejores libros de memorias, etc. «Acaba de dar usted la clave de mi fascinación por Umbral a mis dieciséis años», remata Montano, «Yo lo conocía por sus columnas y por sus entrevistas en radio y televisión. Me hacía gracia, como Cela con sus gamberraditas, pero poco más. Entonces, a mis dieciséis años, leí por primera vez un libro suyo: ‘Memorias de un niño de derechas’. Ahí descubrí ese otro tono lírico e intimista, con esa ternura de la que usted habla, ya desde la dedicatoria, que me sé de memoria: “A los desvencijados niños de la guerra, que comieron conmigo el pan negro de salvados y la tajada del miedo”. A partir de entonces fue maravilloso asistir a sus ‘boutades’ sabiendo que eran un teatrillo para el público, pero que había otro Umbral, el intimista y tierno, para los iniciados. Ese doble juego fue lo que me fascinó».
En cuanto al dandy, que venía a epatar, a enloquecer y burlar a todos, zanja Antonio Lucas que «Hoy a Umbral no podríamos entenderlo como ese dandy, en los setenta y los ochenta. Era un tipo muy poroso para lo que sucedía alrededor, y muy sagaz a la hora de intentar descifrar movimientos, actitudes, pulsiones que había en la sociedad o en la gente de su momento, así que habría plantearse qué tipo de dandy sería hoy. Uno más cínico, distanciado y altivo, quizá. O todo lo contrario. A lo mejor desmadejado, asombrado e irónico. El dandismo también se adapta. No es un canon de vía estrecha. Cada uno, si tiene esa pulsión, adapta su dandismo a las condiciones atmosféricas de su ánimo y su tiempo. Lo que si sé es que sería desafiante. Siempre lo fue y está en el gramaje de su personalidad. Desafiante e incordiante, bueno, esa condición a lo Rosendo, loco por incordiar, y por supuesto prodigioso a la hora de manifestar los desacuerdos por escrito, las adhesiones o las decepciones. Así que sería un dandy por explorar».
Más allá del escándalo, del dandy y los exabruptos del tiempo y la fama, de la caricatura incluso, resta la literatura inabarcable de libros como ‘Mortal y rosa’, novela poética o prosa alucinada que arranca oyendo crecer a su hijo y desemboca en la enfermedad y muerte del niño, su único hijo, Francisco Pérez Suárez “Pincho” (1968-1974): «Hijo, un día vi un pato en el agua. Quería habértelo contado. Hacía sol, estábamos en el campo, y el pato estaba allí, al sol, en el agua. Era blanco y no muy grande ¿sabes? Nada más eso, hijo. Sé que es importante para ti. Para mí también. Te escribo, hijo, desde otra muerte que no es la tuya. Desde mi muerte. Porque lo más desolador es que ni en la muerte nos encontraremos. Cada cual se queda en su muerte, para siempre».

«Hoy, a una figura como él, le caerían palos por todas partes»

Charlie Arnaiz y Alberto Ortega codirigen la película «Anatomía de un dandy», el emocionante biopic sobre Francisco Umbral que se presenta el próximo 26 de octubre en SEMINCI. Es el retrato minucioso e implacable de la construcción de un personaje, el que se creó a medida uno de los más importantes escritores de nuestra lengua.
–Para realizar la película habéis tenido acceso a material inédito de Umbral.
–Charlie: Tanto la Fundación Francisco Umbral como España nos cedieron material, nos dieron acceso al archivo, a La Dacha… Sin condiciones ni cortapisas.
–Alberto: Había incluso material muy íntimo y no hubo impedimento, siempre a favor de obra, con una confianza extrema. Ha sido increíble su generosidad.
–Umbral dijo «solo he vivido cinco años, los cinco que vivió mi hijo: el resto fue caos y crueldad». Es emotiva la grabación en la que habla con su hijo ya enfermo.
–A.: Encontramos esa cinta entre un montón de material, olvidada. Cuando la escuchamos no sabíamos con quién hablaba el niño, no le reconocimos. Parece otra persona. Al llamarle «papá» es cuando nos damos cuenta de que solo podía ser él.
–Ch.: Fíjate cómo era que incluso el niño se refiere a él como Francisco Umbral, sin ser ese su nombre real. Mantenía el personaje ante su propio hijo.
–¿Bajo Francisco Umbral estaba Franciso Alejandro Pérez?
–Ch.: Sí, él fue una persona que supo que tenía que convertirse en personaje literario a sí mismo, crearse una especie de coraza para poder superar ciertas ausencias. Creo que era un ser muy frágil que se escondía bajo el disfraz del dandy.
–A.: Llama mucho la atención cómo le marcaron, no tanto las personas que están, sino las que no están: el padre, la madre, el hijo… Eso te da que pensar.
–Impresiona verle mayor.
–A.: Sí, éramos conscientes de ello y tratamos de retrasarlo al máximo, incluso se forzó en el guión, porque sabíamos que era una imagen impactante.
–Ch.: Y esa frase que él dice: «El éxito estaba vacío». Eres un coloso de la literatura, llegas a lo más alto y te das cuenta en la vejez de que no hay nada. Y acabas detrás de una pequeña lápida blanca con un nombre. Sin más.
–«Umbral es Valle-Inclán, Umbral es Larra, Umbral es Oscar Wilde», dice en la película Bénédicte de Buron-Bron, autora de diversos estudios sobre él. ¿Quién sería hoy Umbral?
–Ch.: No tenemos un Umbral. Hay mucho personaje políticamente incorrecto en los medios, pero no hay alguien irreverente a quien ampare toda una trayectoria literaria de envergadura, con todo ese bagaje cultural que tenía él, todo ese trasfondo.
–A.: Quizás lo más cercano sería Arturo Pérez-Reverte.
–¿Estamos necesitados de un Umbral en este momento de ofendidos, corrección política y exacerbación del yo?
–A.: Sería muy necesaria una figura así, sí. Alguien que diga las cosas como son, sin artificios ni pomadas. Le iban a caer todos los palos del mundo, sin duda, pero iba a ser capaz de plantar cara. Me hace mucha gracia pensar cómo habría sido Umbral con Twitter.
–Ch.: Las columnas de Umbral eran el Twitter de aquel momento. Sus negritas eran el Trending Topic. Todo el mundo quería estar en esas negritas.

REBECA ARGUDO