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Maureen Dunlop, la última heroína de la RAF

Se cumplen cien años del nacimiento de una de las pocas aviadoras que participaron durante la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra
La Razón
  • Estudió periodismo en Buenos Aires Argentina. Allí comenzó su trabajo en el área de divulgación como jefe de sección en la revista Muy Interesante durante cinco años. En España ha trabajado en Muy Interesante, Clio, Psychologies, Quo, National Geographic. Ha colaborado con RNE y con el podcast de Muy Interesante. Ha escrito 3 libros de divulgación y cinco de literatura infantil que se han traducido a varios idiomas. Lleva 15 años en La Razón escribiendo sobre ciencia y tecnología

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«No entiendo porqué los hombres son los únicos que tienen que sacrificarse». Así hablaba Maureen Dunlop cuando le preguntaban por qué se alistó como piloto militar durante la Segunda Guerra Mundial. Maureen Dunlop nació hace hoy 100 años, el 26 de octubre de 1920 en Argentina. Hija de la inglesa Jessimin May Williams y el australiano Eric Chase Dunlop, quienes se habían mudado a la Patagonia para hacerse cargo de una hacienda de ovejas de una firma británica. Pese a que se educó en Argentina y pasó casi toda su vida adolescente allí, hacía frecuentes viajes al Reino Unido y en uno de ellos, a los 15 años, aprendió a pilotar aviones. Cuando regresó a América del Sur, falsificó su partida de nacimiento para recibir más clases y lograr el título de piloto. Cosa que consiguió a los 18 años, un año antes que estallara la guerra.
En 1939, cuando Gran Bretaña entró en el conflicto bélico, Maureen decidió sumarse a los esfuerzos y presentarse como voluntaria de la sección Auxiliar de Transporte Aéreo (ATA) de la Real Fuerza Aérea (RAF). La ATA era una organización civil que si bien no entraba en combate directo, sus pilotos llevaban los aviones reparados a las zonas de conflicto, hacían de hospitales aéreos, realizaban tareas de mantenimiento y llevaban personal donde fuera necesario. A las mujeres que querían formar parte de la ATA se les exigió el doble de horas de vuelo en solitario que a los hombres: en total 500 horas. Maureen pasó tres años hasta conseguir esta cifra y se marchó, en un buque mercante, desde de Buenos Aires hasta Inglaterra para incorporarse a la ATA.
Cuando llegó, pasó el examen y se convirtió en una de las 146 pilotas femeninas de la ATA. Como una de sus principales tareas era llevar suministros o aviones de a combate a zonas de conflicto, Maureen aprendió a pilotar un total de 38 tipos de aviones diferentes, 28 de un solo motor y 10 de dos o más. Entre ellos destacan los Spitfire, los Hawker Hurricane, los Mustang y hasta bombarderos como los Vickers Wellington o los Avro Lancaster, ambos de 4 motores y capaces de cargar 2.000 kilos de bombas. Pero, su preferido fue el Mosquito de Havilland, un bimotor capaz de alcanzar los 11.000 metros de altura y recorrer 2.000 km de distancia. Maureen no entró en combate pero tuvo que enfrentarse a problemas graves, como cuando un motor falló en pleno vuelo y debió aterrizar, salvando su vida y la integridad del avión. O cuando al poco tiempo de despegar, el fuselaje de la cabina del piloto salió volando y debió continuar viaje hasta su destino.
Cuando terminó la Guerra, había acumulado 800 horas de vuelo, sus pares y superiores la reconocieron como una pilota muy fiable y fue una de las pocas (y de los pocos miembros de ATA) que mantuvo un puesto en el sector aeronáutico. De hecho, al poco tiempo se graduó como instructora de vuelo en la RAF y regresó a Argentina, donde trabajó como piloto comercial.
Una grave decisión
Instruyó y voló para la Fuerza Aérea Argentina, creó una empresa de taxis aéreos y voló activamente hasta 1969. Maureen regresó a Inglaterra, con su marido y tres hijos, en 1973, para fundar un criadero de caballos árabes de pura sangre. Cuando en 1982 estalló la Guerra de Malvinas, Maureen que tenía ambas nacionalidades, no quiso renunciar a ninguna de ellas. Pese a esta polémica decisión, en 2003 fue una de las tres mujeres piloto de la ATA que recibió el premio Guild of Air Pilots y Air Navigator’s Master Air Pilot de manos de la monarca británica. Cuenta la leyenda que, cuando su permiso de conducir caducó y ella tenía 70 años, salía con su coche llevando su licencia de pilota de la Segunda Guerra Mundial. A ver quién se atrevía a detenerla.
Cuando ingresó en la ATA, ninguno de los pilotos la consideraba, a ella ni a las otras 145 pilotas, aptas para el servicio. El tiempo demostró cuánto se equivocaban, hasta llevar a las autoridades a equipararles el sueldo con los hombres. Fue un triunfo para las mujeres. La foto por la que se hizo famosa, tomada en 1944, apareció en «Post Magazine» y la mostraba saliendo de un Fairey Barracuda. Se buscaba transmitir que las mujeres podían ser glamorosas y temerarias. El escuadrón de la ATA del que formó parte, llevó más de 300.000 aviones al campo de batalla.