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Prohibido coger los caramelos de Anne Hathaway

Robert Zemeckis se traslada a la Alabama de finales de los 60 y explota el lado más caricaturesco de la figura de las hechiceras para recuperar el espíritu aterrador de la novela “Las brujas”, escrita por Roald Dahl
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Ahora que está de moda revertir tópicos y sanear el carácter agrietado de los apelativos dañinos, Robert Zemeckis podría haberse sumado a la corriente purificadora y haber estructurado un perfil de mujeres brujas alejado de la mitología occidental y del arquetipo despiadado que antropológicamente lleva acompañando a esta figura de la nigromancia desde la Edad Media. Pero el oscarizado cineasta ha optado de forma acertada por explotar aún más la caricaturización de estas malévolas hechiceras en parte, por la admiración y la fascinación que profesa hacia el escritor galés Roald Dahl. “Creo que “Las brujas” es uno de los mejores libros de Roald Dahl, si no el mejor, y por eso estaba particularmente interesado en hacer esta película. Las brujas son diabólicamente deliciosas. Son malvadas pero no se arrepienten. Quieren librar al mundo de los niños. Me pareció que era una idea muy subversiva para un cuento infantil”, afirma el director de “Polar Express”.

Envoltorios engañosos

Tanto en la novela del 83 como en la primera adaptación cinematográfica que hizo Nicolas Roeg en 1990 a través de “La maldición de las brujas”, las brujas producen auténtico pavor. Quizás se trate de uno mucho más oscuro, incómodo y amenazador que el desplegado por Zemeckis en este remake pero en cualquier caso, los patrones estéticos se asemejan bastante. Son calvas, apenas tienen dedos en los pies, usan guantes con frecuencia para ocultar sus garras y sus fosas nasales poseen unas dimensiones sobrecogedoras.
Ese aspecto repulsivo y purulento que se esconde detrás de una apariencia sofisticada también se observa con precisión en la nueva propuesta del director estadounidense. Por fuera las protagonistas presentan una belleza engalanada y sugerente, por dentro, la estructura monstruosa y deformada de unos seres aberrantes. Una poderosísima Anne Hathaway es la encargada ahora de encarnar a la perfección este paradójico envoltorio y lejos de desdibujarse frente al icónico papel de Anjelica Huston, se consolida a golpe de carácter y un potente acento escandinavo como una excelente Gran Bruja.
Mientras que en la genuina versión de los noventa protagonizada por Huston, el escenario europeo elegido era Inglaterra, en esta ocasión, “Las Brujas” del realizador estadounidense se trasladan al estado de Alabama durante la década de los sesenta para exprimir el espíritu pesadillesco de la trama. Zemeckis justifica esta decisión aludiendo a la inocencia y a la ausencia de condicionantes tecnológicos que presenta éste periodo: “Situarla ahí nos permitió contar la historia de una manera más bonita, antes de que existieran los móviles, las cámaras de seguridad y la vigilancia de 24 horas. Lo más importante era mantener el tono del libro; creo que esa fue la clave”, explica.
Los niños, seres despreciables, irritables y prescindibles a ojos de las brujas, son los grandes perjudicados de esta conmovedora historia encabezada por Bruno, un pequeño huérfano abocado a vivir con su abuela tras la muerte de sus padres (quién no querría contar en casa con la cálida presencia de una Octavia Spencer que te pone “I’ll be there” de los pioneros de la Motown, Four Tops, para que sonrías). El acercamiento de una bruja y su serpiente al entrañable infante, propician la huida de ambos a un hotel de lujo con la intención de resguardarse de futuros problemas ya que Spencer conoce bien las consecuencias que el odio de una de estas mujeres puede suponer para la integridad de su nieto.
Allí se topan con una congregación de brujas quienes, amparándose en la organización de un acto benéfico para la protección de la infancia, comenzarán a trazar sus diabólicos planes de exterminación infantil planetaria. Suprimiendo la evidencia con la que se llevan a cabo algunos de los efectos especiales y olvidando la pátina de buenismo que inunda los corazones de los principales personajes de la cinta, qué bello regresar, aunque solo sea por unas horas, a ese tiempo en el que estaba permitido tener miedo a la oscuridad, creer en la magia tenía sentido y la protección de los abuelos se percibía como algo inalterable.

Nostalgia noventera

Muchos recordarán con un sentimiento extraño de nostalgia y temor enquistado el momento estratosférico en el que Anjelica Huston, sabiéndose a salvo de las miradas indiscretas de los clientes del lujoso hotel en Cornualles donde se encuentra, arranca la piel de su cara como si de una máscara se tratase. Una caterva de brujas enloquecidas que contemplan extasiadas la escena hacen lo propio con sus respectivos rostros y poco a poco comienzan a mostrar su verdadera naturaleza. Pese a que esta versión de “Las brujas” tuvo una buena acogida por parte de la crítica tras su estreno en los noventa, los resultados en taquilla no terminaron de responder con igual fortuna. También cuesta desprenderse del rostro diabólico de la joven Fairuza Balk practicando sesiones de espiritismo “teen" con sus amigas adolescentes en “Jóvenes y brujas”, la película dirigida por Andrew Fleming. Netflix ofrece la oportunidad de volver a refrescar el terror noventero de ambas películas a través de su plataforma.