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Javier Reverte, el reportero que sentía pasión por África y por la vida

Muere uno de los reporteros y narradores viajeros más importantes de las últimas décadas, autor de poesías, reportajes por medio mundo y novelas
Alberto R. RodánLa Razón

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Cinco años atrás, coincidiendo con la publicación de sus “Poemas africanos” –los versos que desde 1992 iba escribiendo durante algunos de sus viajes–, aportaba un prólogo a un libro de Javier Brandoli, “El Macondo africano”, en que afirmaba: “Su autor nos enseña su África sin rubor, con cierto ánimo crítico, apasionadamente y, al mismo tiempo, sin recias ataduras sentimentales, sin tópicos, sin ocultar su extrañeza ante un continente que nos enamora y nos pervierte, que nos enloquece, que nos resulta extraño e, incluso, en ocasiones, nos repugna”. Esa África que describía Reverte –hermano de los periodistas Jorge e Isabel Martínez Reverte (estos sí firman con su primer apellido)– sirve para definir su propia mirada hacia este continente que fue una de sus pasiones.
Falleció ayer en Madrid; setenta y seis años atrás había nacido en Madrid, de padre periodista y miembro de la División Azul –su hijo hablaría de ello en un libro– y le esperaría una trayectoria inigualable, merced a sus viajes por el mundo entero, y una gran obra escrita. Formado en filosofía y periodismo (llegaría a ser subdirector del diario “Pueblo”), fue guionista de documentales y programas informativos de radio y televisión (reportero de “En portada” de TVE), y ciudadano de Londres, París y Lisboa, durante la década de los años setenta, a raíz de sus trabajos periodísticos. Grandes urbes que no le depararían las emociones que encontró en recodos exóticos y hasta peligrosos, pues no en vano alguna de sus experiencias casi le costó la vida, como cuenta en “Vagabundo en África” (1998).

De Centroamérica a Irlanda

Con este libro, que formó una trilogía junto con “El sueño de África” y “Los caminos perdidos de África”, desarrolló un género viajero en que combinaba la narración novelesca de peripecias personales con referencias locales de tinte histórico y cultural. Y siempre con la evocación constante de otros escritores que en el pasado pisaron los mismos lugares, ya fuera el Joseph Conrad de “El corazón de las tinieblas” o el Jack London que incursionó en la Alaska. Dicha trilogía lo aupó al éxito y a convertirse en un referente de este tipo de escritos, iniciados en “La aventura de Ulises” (1973), y seguidos de novelas como su “trilogía centroamericana” consagrada a Nicaragua, Guatemala y Honduras, escrita en los ochenta e inicios de los noventa, u otros que reflejaban cómo se jugaba el pellejo, caso de “Bienvenidos al Infierno. Días de Sarajevo” (1994), como corresponsal de guerra.
Su última novela –debutó en este género con “Muerte a destiempo”, en 1982– fue bastante reciente, “Banderas en la niebla” (2017), y no fue ajeno a los premios por parte de grandes sellos editoriales, como el que obtuvo por “Barrio cero” (2010, XV Premio Fernando Lara de Novela). En cuanto a los viajes, el último convertido en libro provino de tierras que siempre le encandilaron, “Canta Irlanda: un viaje por la isla esmeralda” (2014), se tituló, todo un canto de amor por sus tierras y gentes, sus letras y música, sus leyendas e historias, y en el que también se asomaba su recuerdo de periodista trotamundos, al recordar los acontecimientos políticos que vivió de primera mano durante sus visitas a la Irlanda del Norte que tanto tiempo ardió en llamas.
En lo personal –se colegía de sus entrevistas– Reverte parecía tener tres debilidades –las mujeres, el sexo y el vino–, y en él se percibía un ser generoso y bondadoso, dueño de un humor cínico. Lo había visto todo en los cinco continentes, y su palabra era sincera y franca, pero también la propia del contador de historias que, frente al fuego al anochecer, miente para entretener a los que le están escuchando.