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La joven polaca que vendió su bebé a una pareja con dinero

El polémico tema de la maternidad subrogada, la soledad generacional y la timidez de los primeros afectos dan forma a la película de Carlo Sironi, “Sole”, premiada dentro de la sección Orizzonti del Festival de Venecia
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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En los psicodélicos planos bañados por un azul metalizado que asfixia y acorrala de Carlo Sironi, todos ellos enmarcados por un formato cuadrado al estilo de las ópticas antiguas de los años sesenta, transita una anómala y atrayente pareja de jóvenes que han aprendido a convertir la soledad en la base rotatoria de sus respectivas existencias. La mirada de Claudio Segaluscio viene con el dolor incorporado en el iris. Lleva la tristeza pegada a las pestañas. Interpela de una manera tan directa y abrasiva que sorprende averiguar su carácter no profesional en el mundo del cine. “Claudio tenía naturalmente todo lo que yo buscaba en un primer momento. Su rostro, a pesar de la juventud que le acompaña, ya me ofrecía la angustia que tarda años en instalarse en la cara de un adulto. Pero al mismo tiempo transmite esa dulzura tan cándida, nos advierte de que hay algo bueno dentro de él. Era perfecto”, señala Sironi sin ocultar la satisfacción por el descubrimiento actoral de uno de los protagonistas de su bautismo cinematográfico, “Sole”.
Dentro de este personalísimo reflejo generacional que abre interesantes debates sobre cuestiones como la soledad buscada e impuesta, la inseguridad de los primeros apegos emocionales, la madurez de los cuerpos, el amor silencioso o el carácter ordinario de las familias tradicionales, Segaluscio se mete con semblante rígido en la piel de Ermanno. Un joven en periodo de transición con el trazo desdibujado de un pasado familiar desestructurado (suicidio del padre mediante) que se busca la vida sin importarle demasiado cómo ni a qué precio.
Hasta que se topa con Lena (Sandra Drzymalska), una chica de origen polaco con rostro angelical que aterriza en Italia durante sus últimos meses de embarazo para cobrar 10.000 euros por ofrecerse al tío de Ermanno y a su mujer como vientre de alquiler, después de que estos lo soliciten por la imposibilidad de ella para concebir. El inescrutable y desubicado joven, por supuesto, también saca tajada del asunto por encargarse del bienestar de Lena hasta que nazca el bebé y hacerse pasar por el verdadero padre de la criatura para agilizar las trampas judiciales posteriores que faciliten la guarda y custodia del niño por parte del matrimonio, ya que en territorio italiano, esta parasitaria práctica está prohibida.
El director subraya por videoconferencia desde Roma la relación con la soledad que entabla Ermanno: “En realidad él no está solo, pero se siente así. La soledad es algo muy íntimo pero creo que también se ha alejado del concepto que podían tener nuestros padres por ejemplo con el paso del tiempo. Es mucho más difícil sentirse solo ahora, con el auge exponencial del uso de las redes sociales, que antes, cuando todo se arreglaba con una conversación mirándose a la cara”. También expresa la complejidad que albergan tanto las evidencias físicas como socioeconómicas y mentales que conciernen a la maternidad subrogada: “Al ser un hombre, me resulta difícil posicionarme respecto a este tema. Psicológicamente creo que tiene que resultar muy complicado, extraño e incluso doloroso desprenderte de un ser humano que ha salido de tu interior”, reconoce antes de remarcar: “pero lo que está claro es que es un proceso que se aprovecha de la necesidad de la gente pobre”.
Pese al contexto inevitablemente destacable sobre el que germina esta historia de amor poco convencional, el cineasta minimalista destierra la controversia que generan los vientres de alquiler como base sobre la que se sustenta el argumento de su obra: “Me interesaba describir lo tímidos, inseguros y silenciosos que nos volvemos cuando sentimos interés por otra persona. Mostrar esa inevitable contención que se apodera del sujeto enamorado”.