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Crítica de “El palacio ideal”: La fortaleza divina ★★★✩✩

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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección: Nils Tavernier. Guión: Nils Tavernier, Laurent Bertone y Fanny Desmares. Intérpretes: Jacques Gamblin, Laetitia Casta, Florence Thomassin, Bernard Le Coq. Francia-Bélgica, 2018. Duración: 105 minutos. Drama.
Nadie hablaba del síndrome de Asperger en el siglo XIX, y menos en una pequeña aldea de la región francesa de Drône. Por eso el cartero Cheval no era más que un bicho raro, huraño, viudo, atravesado por la desgracia y dispuesto a patearse cada día 32 kilómetros campo a través haciendo su trabajo. Cuando Cheval vuelve a casarse y tiene una hija a la que adora, su talante obsesivo y taciturno le empuja a reproducir en pleno campo una amalgama de las construcciones exóticas que ha visto en las postales que reparte. Con fango, piedras y alambres, crea el palacio ideal del título a lo largo de treinta años, como una suerte de mezcla entre la Sagrada Familia y los templos de Angkor Vat; palacio que, por cierto, llamó la atención de artistas como André Bréton y Pablo Picasso, y que sigue siendo atracción turística.
Alrededor de la construcción del palacio se suceden las fatalidades, y la obra de su vida se convierte en refugio, en salvación. La película parece igual de obcecada que su protagonista, como si fuera incapaz de separarse de su punto de vista. No te queda más remedio que acostumbrarte a Cheval, como lo hacen todos los que le quieren: a su empatía selectiva, a sus silencios, a su melancolía. No obstante, da la impresión de que la película elude, con esta excusa, explicar cuestiones más incómodas, como la relación del cartero con su hijo mayor, o el amor (¿de dónde viene?) con su segunda mujer. El hermetismo del personaje le convierte en una fortaleza, que no existe más allá de la obra a la que dedica su vida. Todo lo demás es un accidente, empequeñecido por la monumentalidad de un palacio hecho de piedra y fuerza de voluntad.

Lo mejor:

La calidez humilde de la interpretación de Laetitia Casta

Lo peor:

Cuesta entender las relaciones emocionales del protagonista con los personajes que le rodean