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La Peregrina: la perla que compartieron Felipe II y Elizabeth Taylor

La escritora Carmen Posadas narra en «La leyenda de la Peregrina» la historia de esta perla cuyo rastro puede seguirse desde la corte de los Austrias en el siglo XVI hasta Hollywood
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«Si los objetos hablasen... No sé hacer hablar a los objetos, pero La peregrina, la perla más famosa y más codiciada de todos los tiempos, lo hace por sí sola». Esto escribe Carmen Posadas sobre el objeto que protagoniza su nuevo libro, «La leyenda de la Peregrina» (Espasa), que fue adquirida por el rey Felipe II y acabó en Hollywood, en el joyero de Elizabeth Taylor. La historia narra la peripecia de esta joya que han lucido reinas y reyes, mujeres fascinantes, aristócratas, aventureros, espías y artistas, y por la que se han pagado fortunas. Posadas reconstruye, durante más de quinientos años, las andanzas de la Peregrina, cuyo nombre no se debe al hecho de haber peregrinado de mano en mano durante siglos, sino a la segunda acepción de la palabra, referida a lo considerado raro, extraordinariamente bello, especial o único, de ahí que también fuera conocida por otros nombres: La Única, la Sola, la Solitaria...
La historia comienza en Panamá, donde fue hallada en 1579 por un esclavo africano, que recuperó su libertad por ello. Poco tiempo después, en 1580, fue ofrecida a Felipe II por Diego de Tebes, alguacil mayor de Panamá, que la trajo a Sevilla. La Peregrina, de 58,5 quilates, tiene un tamaño y forma inusuales. Las perlas en forma de lágrima son muy apreciadas por su belleza y escasez, por ello pronto se convirtió en objeto de deseo. Prendida de un broche o joyel junto con el diamante el Estanque, fue lucida por las sucesivas reinas del trono español. «Durante mucho tiempo se supuso que la primera que la poseyó fue María Tudor, llamaban “Bloody Mary”, y aparece con ella en el retrato de Antonio Moro como regalo de bodas de Felipe II, pero la que regaló fue la Pelegrina, una perla muy parecida, un poquito más alargada. Curiosamente, ambas tienen historias similares –afirma Posadas–. Al morir, Isabel de Inglaterra se la devuelve a Felipe II y, posteriormente, Felipe IV la regala a su hija al casarse con Luis XIV, así entra en la corte francesa y la tienen todas las reinas hasta María Antonieta. Tras la revolución francesa la perla desaparece y reaparece al cabo de años en Rusia en manos de la princesa Yusupov, madre de Félix Yusupov, el asesino de Rasputín».
La Peregrina, como parte de las joyas de la Corona, «fue pasando de forma hereditaria por la realeza, Isabel de Valois, Ana de Austria, Felipe III, Isabel de Borbón, Mariana de Austria, María Luisa de Orleans, Isabel de Farnesio y María Luisa de Parma, la lucieron de distinta maneras, como queda reflejado en los cuadros de los grandes maestros que la pintaron, Antonio Moro, Pantoja de la Cruz, Rubens, Velázquez o Goya, y en los libros que la reseñaron, como la condesa D’Aulnoy, Alejandro Dumas yo el duque de Saint-Simon», explica la autora. Con la invasión francesa en 1808, «José Bonaparte, el mayor expoliador de España, envió la perla a París como regalo a su esposa, Julie Clary, pero después de perder el trono español el matrimonio se separó y Bonaparte marchó a Estados Unidos con una amante y con la joya. Al regresar a Europa, se la trajo consigo y se la dejó en herencia a su sobrino Luis Napoleón, futuro Napoleón III, que la vendió en 1848 por problemas económicos a James Hamilton, marqués de Abercorn, cuya esposa la lució en París en un baile en el Palacio de las Tullerías».
Heridas de guerra
En 1914, Alfonso XIII sabía que la Peregrina había sido vendida por los Abercorn a una joyería inglesa. Consta que se la ofrecieron al rey, pero no llegó a comprarla debido a su elevado precio. «En su lugar, el monarca obtuvo una segunda perla que regaló su esposa Victoria Eugenia de Battenberg diciéndole que era la Peregrina y ella se lo creyó. El rey tenía costumbre de regalarle joyas para compensar sus infidelidades. Decía que eran sus heridas de guerra, cada vez que le ponía los cuernos le regalaba una joya, por eso –dice Posadas–, cuando en 1969 se entera de que la van a subastar en la sala Parke Bennet de Nueva York, se indigna ante la noticia, convencida de que la que tiene en su poder, es la auténtica, pero, según la casa de subastas, cuando las piedras están taladradas pierden valor y la suya lo está». A pesar de esto, «su nieto Alfonso de Borbón y Dampierre viaja en secreto para participar en la subasta y conseguir la perla para su abuela, pero su oferta de 20.000 dólares no fue suficiente». La Pelegrina fue adjudicada al actor Richard Burton que la adquirió por 37.000 dólares como regalo de San Valentín para su mujer, Elizabeth Taylor, que la lució en algunas películas, como «Ana de los mil días». La auténtica Peregrina perteneció a ella hasta su muerte. «En 2011, Christie’s la subastó y fue vendida por un precio récord, 11,8 millones de dólares, a un comprador anónimo. Tarde o temprano reaparecerá, porquetras una andadura de 500 años, alguna vez sabremos su paradero», concluye la escritora.