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Crítica de clásica

Encanto (no tan discreto) y exquisitez

La soprano Sabine Devieilhe y el pianista Alexandre Tharaud, recibiendo los aplausos del Teatro de la Zarzuela
La soprano Sabine Devieilhe y el pianista Alexandre Tharaud, recibiendo los aplausos del Teatro de la ZarzuelaArchivo

“Chansons et mélodies” de Debussy, Poulenc, Fauré y Ravel. Sabine Devieilhe, soprano. Alexandre Tharaud, piano. Teatro de la Zarzuela, Madrid, 16-XI-2020. XXVII Ciclo de Lied.

Siempre es una alegría recibir a una artista delicada, sensible, exquisita, musical y de variados acentos, capaz de ensimismarse en lo que canta y de extraer la máxima expresión de cada frase, de cada acento, de cada fonema sin perder por ello una cuidadosa línea vocal y de hacer ameno un recital centrado en un solo género. Ella es la joven treintañera francesa Sabine Devieille, que nos ha ofrecido, en unión del refinado pianista Alexandre Tharaud un hermoso concierto.

La voz de Devieilhe podría decirse, en definición un tanto vulgar, que no es “nada del otro jueves”. Según se mire, claro. Porque si bien es cierto que el suyo es un instrumento de poco alcance, de leve peso, como corresponde a una soprano ligera, no lo es menos que aparece envuelta en un timbre muy grato, que muestra una excelente proyección, que posee una soberana extensión –sin problema de ningún tipo hasta el Do o el Re 5 por arriba-, que campanea a gusto y libre en cualquier zona de la tesitura y que mantiene un admirable control de reguladores. Se la califica de heredera de la también excelente Natalie Dessay, lo que no está mal visto. Voces de ave.

Administrando sabiamente sus espejeantes sonoridades, la soprano nos obsequió, en unión del infalible Tharaud, con un bello ramillete de canciones de cuatro de los mejores compositores franceses a caballo entre el XIX y el XX (la mayoría contenidas en un CD de reciente aparición, sello Erato). Ya “Nuit d’étoiles” de Debussy evidenció la cristalinidad de su instrumento y su facilidad para el matiz y la consiguiente coloración, ejemplificada en la frase, en “piano” y “diminuend”, “Je rêve aux amours défunts”. Subrayó graciosamente los contrastes entre los dos “Poemas de Aragon” de Poulenc, cantó en un hilo la famosa “Aprés un rêve” de Fauré, subrayó la picardía de “Chanson française” de Ravel y logró establecer los acusados contrastes entre las “Cinco melodías populares griegas” de este mismo compositor.

La máxima exquisitez reinó en las seis “Ariettes oubliées” de Debussy, expuestas, con ayuda del teclado, con la máxima concentración, con seguridad, aplomo y limpieza en los ataques; al Si 4, por ejemplo, en “L’ombre des arbres”. Laxitud en “Aquarelles I, Green” y sutil dramatismo en “Aquarelles II. Spleen”. Antes, en “Apparition”, del propio creador de “Pelléas et Mélisande”, había puesto de manifiesto una inesperada potencia vocal. El dominio de agilidades vino con el primer bis, el “Aria del Fuego” de “El niño y los sortilegios” de Ravel –ascenso al Re 5- y el respeto a los estilos con el segundo, un fragmento de “Las Indias Galantes” de Rameau. Todo terminó, entre aclamaciones, con la popular “Youkali” de Weill, expuesta con notable grado de matices.