Llamadme Elliot Page
La actriz Ellen Page se declara trans no binario. Su valentía es compatible con la necesidad de informar de los problemas asociados a la transición, sobre todo en el caso de menores. Por no hablar de las debilidades posmodernistas de la teoría queer
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Ellen Page anunció hace unos días que ya no es Ellen sino Elliot Page. En un comunicado explicó que es trans. De ahora en adelante sus pronombres son él y ellos. Enhorabuena. El tránsito hacia la identidad de género que uno siente o considera suya, más allá de las ciegas imposiciones de la biología, que no tienen vuelta atrás, se antoja tan complicado como inevitable y a la postre benéfico. Huelga decir que hablamos de un duro cabotaje en lo personal, drapeado de mucho dolor y muchas dudas durante todos los años de vivir encerrado en una identidad crecientemente ajena.
Aunque Page sea una estrella del cine, con todas las prerrogativas, privilegios, recursos y apoyos que eso supone, su travesía profesional tampoco será sencilla. Entre otras cosas me refiero a la hipótesis, marciana pero plausible, de que el activismo más enloquecido le exija una suerte de pureza y lo reduzca al lazareto de interpretar personajes trans. Si Scarlett Johansson sufrió una campaña para evitar que representase a un personaje transgénero, si el cojonudismo posmodernista desprecia que según la Enciclopedia Británica la profesión actoral es un «arte escénico donde el movimiento, el gesto y la entonación se utilizan para encarnar un personaje ficticio», Page también podría ser sometido al linchamiento de las redes (fascistamente) organizadas. Yo, por mi parte, aplaudo su coraje. Me emociona saber que este mundo sarnoso y miserable hay quien sigue empeñado en ampliar las conquistas sociales.
Brindo por él y por cuantos a diario enfrentan la crueldad, arrostran la violencia, denuncian la marginación y ponen la jeta y el pecho frente a los usos y abusos de una masa históricamente encantada de probar su adscripción al grupo, y ganarse sus atenciones, mediante una serie de técnicas mafiosas que incluyen la laminación del disidente, la destrucción del diferente, la devastación del otro. Desconozco, por lo demás, si Page optará por la mera autoidentificación. O si afrontará el via crucis de las cirugías reconstructivas y los tratamientos hormonales. Cero bromas: el escritor y activista Scott Newgent, transexual de 47 años, refirió en la revista Quillete su experiencia clínica, que calificó de «brutal». También ha lamentado el proselitismo más o menos bienintencionado, más o menos frívolo, de quienes inducen a «miles de padres ingenuos» a llevar sus hijos «a centros de tratamiento de género», muchas veces influidos por unas narrativas que «presentan la experiencia de transición a través de una vaporosa lente de arco iris».
El infierno de la transición
Newgent, que se declara feliz de haber realizado su propia transición de género cinco años antes, lidera TReVoices, un grupo de educadores trans que, en sus propias palabras, se oponen al activismo radical de género y buscan educar a políticos y familias sobre la realidad de la disforia. «Muchas terapias de transición», explica, «aún se encuentran en una fase experimental, como aprenderá usted si enferma durante o después de estos tratamientos». De remate añade que «también tuve una embolia pulmonar masiva, un traslado a vida o muerte en helicóptero, un viaje de emergencia en ambulancia, un ataque cardíaco inducido por el estrés, sepsis, una infección recurrente de 17 meses debido al uso de la piel incorrecta durante una faloplastia (fallida), 16 rondas de antibióticos, tres semanas de antibióticos intravenosos diarios, la pérdida de todo mi cabello, cirugía reconstructiva del brazo (solo parcialmente exitosa), daño permanente a los pulmones y el corazón, una vejiga amputada, alucinaciones inducidas por el insomnio, oh, y pérdida frecuente del conocimiento debido al dolor del pelo en el interior de mi uretra. Todo esto me llevó a una forma de trastorno de estrés postraumático que me hizo prisionera en mi apartamento durante un año. Entre mi compañía de seguros y yo, los gastos médicos excedieron los 900,000 dólares». Finalmente advierte contra quienes consideran transfóbico a quien plantea la necesidad de informar sobre los problemas potenciales que pueden provocar los tratamientos, no digamos ya las cirugías.
«Me encanta ser trans», dice Page, «cuanto más me acerco a ser completamente quién soy, más sueño, más crece mi corazón y más próspero. A todas las personas trans que enfrentan el acoso, el autodesprecio, el abuso y la amenaza de violencia diaria: os veo, os amo y haré todo lo que pueda para cambiar este mundo para mejor». Brindo por tu felicidad, Page. Porque los censores del corazón ajeno, cancerberos de la identidad, reconozcan la hermosa pluralidad del hombre. Pero agota la insistencia de algunos en pijadas tan esotéricas como la identidad no-binaria y me inquieta que en tu comunicado justifiques las siempre siniestras cancelaciones. Mira que algunos confunden las diferencias ideológicas con los delitos de odio y acaban por bendecir los linchamientos.