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Azaña es ya de todos (con permiso de la memoria democrática)

El Rey Felipe VI inaugura hoy la exposición que recoge la Biblioteca Nacional, en Madrid, y que permanecerá abierta entre mañana y el 4 de abril
©Gonzalo Pérez MataLa Razón

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Han transcurrido ochenta años desde la muerte de Manuel Azaña y su figura todavía sigue siendo controvertida, aunque los historiadores, en una abundante y enjundiosa bibliografía, la han desgranado y analizado sin cesar y muy convenientemente, tanto en los aciertos como en los errores que cometió; en sus fatales ingenuidades y en sus actuaciones pragmáticas; en sus aportaciones como intelectual y, también, en sus diversas aristas políticas. Su nombre debería abordarse en un debate tranquilo, sereno, alejado ya de tensiones, pero en esta España actual, que ha vuelto a la gresca y al partidismo, que vuelve a la pedrada ideológica como cimiento de cualquier diálogo, los grandes hombres que marcaron nuestro pasado han vuelto a cargarse de significaciones y significados.
Una exposición en la Biblioteca Nacional, que reúne alrededor de doscientas piezas, algunas excepcionales y que merecen contemplarse, quiere honrar a Manuel Azaña, que es necesario, nunca viene mal y siempre es bienvenido, pero se ha articulado este homenaje a través de Memoria Democrática y ahí es donde las buenas intenciones se pierden de nuevo por el cauce de la política.
Una muestra sobre Manuel Azaña debería ser lo más independiente posible, que él ya ha sufrido muchas tergiversaciones y ha sido suficientemente vilipendiado y malinterpretado a lo largo de nuestra historia. Y, aunque contara con financiación gubernamental, debería apartarse de Memoria Democrática, entre otros motivos porque está en el punto de mira del subjetivismo, el sectarismo y otras connotaciones que no convencen a todos los ciudadanos y, que, de hecho, muchos miran con recelo. Manuel Azaña es una personalidad fundamental y se podría haber contado con otra participación que no levantara tantas suceptibilidades ni desconfianzas. Es una pena que en España el pasado nunca esté deslindado de las luchas ideológicas del presente; que tengamos toda la historia dividida entre la izquierda y la derecha. Incluso los capítulos más alejados son mancillados por intereses.
Manuel Azaña ya no pertenece a unos, sino a todos, y, apropiárselo o reivindicarlo solo por una parte o convertirlo en bandera de unos pocos para señalar a los de enfrente, lo que hace es fomentar el rechazo, que es lo que sucede también con bastantes símbolos y muchas instituciones nuestras (en plural), porque aquí siempre se corre el riesgo de que todo acabe en uno de los dos platillos de la balanza, en vez de ser el fiel que sostiene en equilibrio a los dos lados.

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