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En solfa

Las memorias de un conseguidor

Confieso que tenía mucho interés por leer el libro de Gregorio Marañón Bertrán de Lis de título «Memorias de luz y niebla»

Confieso que tenía mucho interés por leer el libro de Gregorio Marañón Bertrán de Lis de título «Memorias de luz y niebla». Le conozco hace años con sus virtudes y defectos. A lo largo del tiempo he mantenido con él la amistad a pesar de habernos encontrado a veces en bandos opuestos. Es más, aunque él no lo sepa, mi padre tuvo negocios con el suyo a través de una farmacéutica. Tras leer el libro he encontrado bastantes coincidencias personales con Gregorio, empezando por una declaración suya de intenciones a los 19 años. Dado que nos hemos tratado y peleado mucho en el Teatro Real desde su primer patronato, era lógico buscarme en su índice onomástico. No puedo quejarme, pues escribe que somos amigos, que ha aprendido mucho conmigo de ópera y cuenta la visita que le hice a su cigarral, llevando en mi coche a Pilar Izaguirre y Carlos Kleiber con su pareja. También la carta de Jesús López Cobos en la que presentaba su dimisión si no me reprendía el patronato por un duro artículo. Es cierto, a pesar de que fui yo quien llevó a López Cobos al Real y lo que, nada positivo, cuenta de él. Lástima que no le diese tiempo, como sí lo tuve yo, para la reconciliación.

Escribe de innumerables amigos, también de desencuentros con algunos, como Luis Gamir o Alberto Corazón. Lo normal, porque es difícil llegar a la media docena de verdaderos amigos. Lo que narra del Real es cierto en su gran mayoría, pero ya se sabe que las memorias en vida no pueden contarlo todo y hay que callar cosas. Así, él calla cómo fueron exactamente la contratación y cese de Elena Salgado y no todo sobre la salida del Lissner del teatro o los intentos de vuelta. Tampoco el desastre económico que supuso la discutible pero internacionalmente llamativa gestión artística de Mortier. Tras leer en las memorias los últimos meses de la relación Marañón-Mortier y, sabiendo las circunstancias del teatro, comprendo perfectamente su sinceridad al confesarme, tiempo después y por duro que resultase, que la desaparición de Mortier fue positiva para el Real.

Sabía perfectamente de sus virtudes para muñir acuerdos y negocios. Él no elude, todo lo contrario, mencionar por extenso uno de los factores fundamentales que juegan en su favor para ello: sus antepasados y las relaciones personales que estos le han proporcionado. Sin embargo, me ha admirado la enorme cantidad de sucesos en los que su intervención ha sido fundamental, desde la creación de UCD a la de Prisa, pasando por el Banco de Urquijo, Argentaria, Polygram, la Real Fábrica de Tapices, La Real Fundación de Toledo, el Teatro la Abadía, la Fundación José Ortega y Gasset, la exhumación de los restos de Franco desde el Patrimonio Nacional... Es una relación innumerable de la que salen trasquilados algunos personajes, como Francisco González o Gómez Liaño; ensalzados muchos, como Jesús Polanco, y, entre luces y sombras otros, como Juan Luis Cebrián. Sorprenden ausencias, como las de Francisco Pérez González o Alberto Ruiz Gallardón. Y, sobre todo, admira cómo ha tenido la voluntad de ir anotando todos los detalles de cada paso que daba en la vida. Un libro que retrata una época, una forma de hacerse las cosas en España, pero escrito a las tres cuartas partes de una muy fructífera senda, por lo que, conociendo a Gregorio, va a requerir de una segunda parte.