«“Cantos”, de Ezra Pound, refleja cómo la cultura es un edificio en ruinas»
Defensor de la poesía y escritor de prosa, admite que su trabajo se inspira en una obra a la que el célebre autor estadounidense dedicó casi toda una vida
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Para crear «San, el libro de los milagros» (Acantilado), Manuel Astur se ha mantenido en su costumbre de no buscar la inspiración en la prosa. «Quizá por un miedo a que las voces ajenas me influyan», explica, asegurando que prefiere «leer mucha poesía, porque es lo que más me ayuda a querer escribir». Ha acudido a poetas chinos del siglo IX, como Wang Wei, la dinastía Tang o Tu Fu, así como «también leí bastante poesía irlandesa». «De manera inconsciente, la lectura de poemas naturales se ha filtrado en mi libro». Pero también admite una influencia de la que es, en este caso, «muy consciente»: «Cantos», de Ezra Pound.
–¿Cómo le ha influido?
–En la temática, en la visión, en la ambición. Es una serie de poemas que Pound escribió desde los 30 años hasta que murió de anciano. Tienen que ver con una visión del mundo de una generación que, como todas las vanguardias de principios del XX, estuvo muy traumatizada por la Primera Guerra Mundial y por la Segunda que se avecinaba. Creían que la historia se había acabado, que vivían el fin de la cultura y la belleza. En «Cantos», Pound considera que el arte es una canción de la tribu humana, un cante deshilachado y roto. Muestra con su poesía cómo la cultura es un edificio en ruinas, un gran lago donde salen a flote extractos de Confuncio hasta los Medici, pasando por Stalin.
–¿Y cómo refleja estas ruinas en su libro?
–Quise hacer algo parecido: mi novela también está dividida en tres cantares, aunque yo no quise mostrar el río turbulento en el que todo está mezclado. No pienso que la historia haya acabado porque no creo en ella, es un teatro. Entonces, en lugar del río, quise mostrar los arroyos de los que nace. Toda gran cultura emerge de un pastor que miró hacia las estrellas hace 30.000l años, de un anciano contemplando el fuego o de un guerrero que no puede dormir. Esos son los afluentes. Igual que las palabras tienen una raíz etimológica, en el arte hay un núcleo poético.
–¿Qué le diría al lector que no se atreve a descubrir «Cantos»?
–Es un libro importantísimo del siglo XX muy poco leído porque es incomprensible. Pero no ofrece nada que comprender, no hay que leerlo entendiendo. Lo importante es lo demás, la transmisión, no lo que se transmite.
–¿Usted ha intentado comprenderlo?
–He preferido hacer al revés: recuperar los sentidos básicos que estaban tapados. Como dice la expresión, «los árboles no nos dejan ver el bosque», y en mi novela he querido retirar los árboles para mostrar qué hay. Han dicho que mi obra es muy humanista porque deja la misma sensación que una canción sobre el sentido de la vida.
–¿A quién le regalaría el libro de Pound?
–A todo el mundo, pero siempre y cuando lo lean con la mente abierta y dándose cuenta de lo que es. Como «Divina Comedia», de Dante Alighieri, «Cantos» es el infierno de la cultura con poemas hermosísimos.
–¿Qué le transmite la poesía que no lo haga la prosa?
–Me limpia los ojos, la mirada. Es como limpiar el cristal a través del que vemos la realidad. Aquello que se consigue después de meditar o de pasear por el monte, incluso emborrachándote. Eso hace la buena poesía en mí, me hace olvidar mi ego y veo, no digo mejor, sino más limpia la realidad.
–¿Hasta qué punto nos hace falta esto actualmente?
–Nos hace muchísima falta.