Buscar Iniciar sesión

Crítica de “Soul”: ¡Qué bello es vivir! ★★★★✰

La Razón
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

Creada:

Última actualización:

Dirección: Pete Docter y Kemp Powers. Guion: Pete Docter, Mike Jones y Kemp Powers. Voces originales: Jamie Foxx, Tina Fey, Graham Norton, Angela Bassett. USA, 2020, 101 min.
¿Cómo representar el alma? ¿Siguiendo a Platón o a Aristóteles? “Soul” no parece demasiado rigurosa, filosóficamente hablando. Ni falta que le hace: después de “Del revés”, donde Pete Docter se atrevía a dar cuerpo a nuestras emociones más básicas, y después de “Coco”, donde el purgatorio adquiría los colores chillones de un restaurante mexicano, la separación del cuerpo y el alma cristalizan en un universo que funciona con sus propias reglas, al margen de las connotaciones religiosas que podría tener semejante osadía conceptual. Tal vez lo único discutible de “Soul” sea, como en “Del revés”, que la película debe explicar con todo detalle el libro de estilo de ese complejo universo -la diferencia entre el Más Allá y el Más Atrás, también llamado el Seminario del Tú; la existencia del Pabellón de la Emoción, donde se forja la personalidad, a falta de la Chispa que hará que tu vida en la Tierra sea productiva; el Portal Terrenal, un agujero en el espacio-tiempo por el que se lanzan las almas nuevas- para que el espectador entienda todas las fases que atravesarán los personajes en su viaje iniciático, a modo de tutorial de videojuego o de prólogo de la edición crítica de la “Divina Comedia” de Dante. No solo hay que pisar el mapa sino también ser consciente de su extensión futura, y doblegarse a los caprichos de todas las reglas que vamos creando a medida que avanzamos.
Una vez establecidas las instrucciones de uso, “Soul” es una delicia. Las aventuras de Joe Gardner, profesor de música que el día de su debut como pianista de jazz, tras acumular tantos fracasos como corcheas, entra en el purgatorio y se convierte en mentor de un alma rebelde, que no tiene ningún interés en vivir en la Tierra, son irresistibles. Por un lado, la película no teme matar a su protagonista a los pocos minutos de metraje, haciendo de la muerte -y la memoria, tema tan caro al cine de la Pixar- su principal materia prima narrativa. Por otro, la riqueza del diseño de los personajes, que parten de la antropomorfización de lo abstracto apelando tanto al volumen digital de lo fantasmático como a la estilización mironiana y bidimensional de esos seres benéficos que se llaman Jerry, y que no son otra cosa que campos cuánticos del universo, es abrumadora.
Toda película de animación infantil -aunque “Soul” lo es a medias- tiene un mensaje edificante. En la película de Pete Docter -que apuesta por la diversidad racial de un modo insólito en una factoría que había desechado el protagonismo afroamericano: el “Black Lives Matter” como norte- esa moraleja evoluciona a lo largo del metraje de un modo francamente revelador. Lo que parece una defensa a ultranza de esos sueños que nos desconectan del mundo en una suerte de trance poético se va transformando en una celebración de la vida entendida como suma de instantes sagrados, que corren el riesgo de pasar desapercibidos si hay un solo objetivo que centra nuestras ambiciones. En cierto modo, “Soul” coincide con “Ratatouille” en ese festejo de la madalena proustiana, aquella cuyo sabor destila el placer de los recuerdos cocinados con la sencillez y la modestia de alguien que ha sabido reconectarse consigo mismo y con el prójimo a través del ejercicio del arte.
Lo mejor: La capacidad de riesgo, la belleza de sus diseños animados y de su vitalísima moraleja.
Lo peor: Al principio depende demasiado de las normas que explican su complejo mundo.