Crítica de “Saint Maud”: La virgen justiciera ★★★★✰
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Dirección y guión: Rose Glass. Intérpretes: Morfydd Clark, Jennifer Ehle, Lily Knight, Lily Frazer. Gran Bretaña, 2019. Duración: 84 minutos. Drama de terror.
¿Qué habría ocurrido si, en lugar de trabajar en un centro de belleza, la Catherine Deneuve de “Repulsión” hubiera sido una enfermera a domicilio? ¿Qué habría pasado si su deriva hacia la locura hubiera tenido la excusa de una misión divina? En “Saint Maud” los delirios de esta devota cuidadora, que habla con Dios y se percibe a sí misma como un ángel con alas como perlas, aparecen con cuentagotas para que entendamos su subjetividad escindida, pero lo más terrorífico del filme es la relación que mantiene con la paciente que la ha contratado, Amanda, una coreógrafa moribunda que invierte sus últimos días en este mundo en la práctica de un hedonismo terminal, que pone en crisis la soledad de su pareja de sueros y análisis de sangre.
En una obra de cámara que prescinde de los personajes masculinos para centrarse en el duelo de dos cuerpos de mujer en caída libre, cada uno aislado en su escepticismo o su fe maníaca, cada uno aislado a su manera en su parálisis, manda el primer plano, casi obsceno, de los rostros de Ehle y Clark, bellos y prerrafaelitas, fuertes en su convicción de que el pecado es inherente al ser humano, pero también la necesidad de salvarse, aunque sea por los métodos equivocados. Para tratarse de una ópera prima “Saint Maud” es contundente, está segura de sí misma y va al grano. A la madre de Carrie White, aquella mítica Piper Laurie de la obra maestra de De Palma, le ha salido una hermana gemela.