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Un teatro tan seguro como ruinoso

Con la pandemia controlada dentro de las salas, la realidad de los escenarios se da de bruces con la inviabilidad económica; así, el Teatro Kamikaze anunciaba esta semana su adiós del Pavón
Jesús G. FeriaLa Razón

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Hace ya meses que en el teatro español son tan innegociables los actores como las mascarillas, los geles y las distancias. Sin estos últimos, y sin los intérpretes, claro, no existe la posibilidad de que se produzca el hecho teatral. Con media Europa entregada a los cierres gubernamentales mientras la tercera ola ya amenaza con su envite (este mismo miércoles, Francia ampliaba su veto a cines y teatros por el «contexto sanitario»), las funciones nacionales continúan al pie del cañón y sin ninguna gana de dejarlo. «No vamos a parar. Tenemos ganas de seguir creciendo», afirma Enrique Salaberria, presidente del Grupo Smedia y uno de los productores con más poder en la cartelera madrileña.
Es precisamente Madrid uno de los lugares en los que no se ha parado desde que en junio comenzaran a abrir las salas, y eso, como reconoce Blanca Li, directora de los Teatro del Canal, es motivo de admiración fuera del país: «Somos la envidia de Europa», reconoce tras recibir llamadas de Francia y Alemania. También de Estados Unidos, dice, donde el «New York Times» ha preguntado a 700 epidemiólogos cuáles son los lugares más propicios para contagiarse: «El interior de los restaurantes; bodas y funerales; y, en un tercer lugar, teatros y otros recintos culturales-deportivos», contestaron en contra de la «experiencia española»: cero brotes en todos estos meses de actividad. Y no es un decir, sino que son los datos que tiene en la mano la Asociación de Productores y Teatros de Madrid (Aptem).
De esta forma, para continuar con el telón en lo más alto, la Asociación lanzó un grito a medio camino entre la esperanza y la desesperación, que, a su vez, les sirvió para sacar pecho del éxito logrado. Pese a alguna contada suspensión por las inevitables cuarentenas de los elencos («Giselle» se acaba de suspender en la Zarzuela, y otros, como Flotats, amagaron con estrenar con mascarilla), las cifras aseguran que el número de contagios en las salas está bajo control: «La situación de la cultura en la Comunidad de Madrid ofrece una realidad que debe tenerse muy en cuenta; tras meses de actividad en teatros y cines, el resultado ofrecido por las estadísticas es de cero brotes en las actividades culturales», remarcaban en un comunicado firmado por su presidente, Jesús Cimarro. «Somos el sector que está a la cola en la lista de contagios», sostiene el también director de Pentación Espectáculos al ser preguntado por LA RAZÓN.
Asegura asimismo que «hay presiones por todos lados para que se cierre» y que su reivindicación se centra en que «cumpliendo con todos los protocolos no hay que hacerlo» porque los datos «hablan por sí solos». Reconoce la Aptem que el resultado no es fruto de «ningún milagro», sino del «monitorizado por los responsables sanitarios de la Comunidad» y del «firme compromiso del teatro para la práctica rigurosa de todas las normas dictadas para la prevención de contagios», donde entran la mascarilla «en todo momento», la distancia social –a través de butacas preasignadas y espacio libre a derecha e izquierda de cada grupo de entradas y gestión de accesos para evitar aglomeraciones– y las medidas «extremas» de higiene antes y después de cada representación.
Si la ley marca que el máximo del aforo es del 75%, sin embargo, la práctica obliga a otra dimensión: la del, como mucho, «un 50%, porque tenemos que dejar un asiento libre a cada lado», explica José María Cámara, socio de SOM Produce y miembro de la junta directiva de Aptem, que también afirma que «así la gente sí está segura» y que él mismo se «admira» al ver «el comportamiento exquisito del público en las salas» durante todo este tiempo. Conviene recordar que fue la platea la que obligó a suspender una representación de la ópera «Un ballo in maschera», de Giuseppe Verdi, el pasado septiembre en el Real por no cumplirse la distancia necesaria. «El incidente se debió a que, en ese momento, la ley no establecía que, además del límite del 75%, había que dejar una butaca a cada lado. Desde que la norma estuvo clara y se mostró con trasparencia todo funciona como un reloj», confirma Cámara: «Si usted hace lo que está escrito, el control del contagio es tan elevado que se puede asegurar que lo vas a vencer».
Coinciden todos los gestores teatrales en una máxima: cuando la coordinación entre administraciones es buena, se ha demostrado que un modelo tan humilde como este es válido, «por lo que cerrar los teatros sería acabar con un modelo que funciona», repiten. «Humildad franciscana y poner en práctica las normas sin ninguna broma. Para una vez que las administraciones no lo hacen mal hay que lanzarles un cariño. Me da pena que en otras áreas no se tenga claro que si ponen por delante de todo la salud y el dinero de los espectadores la vida les va a recompensar», añade el directivo de SOM. Cimarro le secunda haciendo referencia a que «no puede haber diferentes discursos y que una autoridad hable de quedarse en casa y otra de salir. O hay uniformidad o es difícil que el público se aclare».
Más crítico es Enrique Salaberria, que reconoce que «por fin» se ha llegado a un consenso en este ámbito. «Han desaparecido las tensiones ideológicas y se nota, porque hay menos incoherencias y más tranquilidad entre el público. No sé si se trata de ir todos a una o, por lo menos, de respetar las decisiones del que manda y no restar. Los espectadores estaban locos porque no sabían si por ir al teatro le iban a fusilar o a poner una camiseta de héroe, unos, la de “cultura segura” y otros, ”quédate en casa”», explica el gestor de Smedia.
Si el control del virus parece un hecho dentro de las salas, económicamente hay quien llamaría a esta gente (los muchos que viven por y para el teatro) «masocas» y otras lindeces relacionadas con el «auto maltrato». La prueba de ello es la desgracia del Teatro Kamikaze, que tras casi cinco cursos ocupando el Pavón para fidelizar como pocos con la audiencia y con un Premio Nacional mediante, comunicaban el lunes que la situación era insostenible. Con una de las dos salas en «stand by» y la otra «a medias», el proyecto se ha convertido en un imposible que el 30 de enero renunciará a tener una casa propia: «Nos vamos con tristeza», se despedía el equipo de una de las veinte instituciones culturales más relevantes de España.
La cuestión es muy sencilla: las cuentas en tiempos de pandemia no salen y las ayudas no fueron todo lo rápidas que gustaría. No intenten darle vueltas porque si en aquella vieja normalidad mantener un teatro con el 80-100% de ocupación ya era de hábiles malabaristas, en esta situación ya es una labor de prestidigitadores. Sacar de donde no hay. Así lo confirma Magüi Mira, que acaba de pasar por el Bellas Artes con «Los mojigatos». Explica la directora que el mantenimiento de los teatros ahora mismo es un tema de fe porque el objetivo es «mantener el público». Lo «de perder dinero» lo da por confirmado: «Quien más ha puesto, más pierde, pero, por lo menos, seguimos el hilo de los espectadores. En el momento que se pare otra vez se cierra todo para siempre».
Más tranquila puede parecer la situación en los teatros públicos, donde el problema de cuadrar cuentas parece responsabilidad de la administración de turno. Aun así, Alfredo Sanzol, director del Centro dramático Nacional, añade más presión por ello: «Aunque estemos trabajando en la siguiente temporada en cuanto a la programación sin saber nada a nivel presupuestario, no desconocemos que toda institución pública tiene el objetivo de dar un servicio y así me lo plateo. Para mí es esencial continuar con las creaciones de espectáculos y mantener los espacios abiertos».
Por su parte, Cámara y Salaberria no tienen dudas de que el parón no es una opción. «Debemos acostumbrarnos a gestionar al toro según viene. El teatro vive una situación paralela con todo lo que tiene que ver con reuniones masivas de gente e integración social –expone el primero–. Pero es que no hay más narices que convivir con el virus. Cuando en agosto le dimos vueltas a cómo gestionar el asunto la idea fue el “teatro seguro”, donde se hacía un pacto con las autoridades y el público, que, hasta el momento, hemos cumplido». Por su parte, el presidente de Smedia, «disgustado» con la actitud de las salas públicas, comenta que «el teatro privado es muy caro y se debe pagar. Hay que darse cuenta de que esto va para largo y que todos debemos poner un poco de nuestra parte o no habrá futuro. Tenemos que desarrollar un proyecto económico sostenible porque desde el 13 de marzo trabajamos a pérdidas. Una empresa es una estructura económica y financiera y debemos plantearnos la recuperación a años vista. No puede ser mañana».
La realidad es que por muy buenos comportamientos que tenga la gente, los patios de butacas ni se acercan a la «vieja normalidad». Apenas un 25-30% del aforo en la mayoría de los casos. En otros, la nada más absoluta. Es el caso de los musicales, que basan la venta de entradas en el turismo y que han sido sustituidos por el humor y la comedia en la mayor de las situaciones. «El 70% del público de estos espectáculos viene de fuera, por lo que ahora debemos conformarnos con ese otro 30%», afirma un Salaberria que, a pesar de ello, ha puesto en cartelera «Antoine», «¿Quién mató a Sherlock Holmes?» y «Fariña» (que ya se presentó en Matadero a principio de temporada).
«Económicamente no salen los datos. Es un desastre», zanja Cámara: «Todo el mundo que tiene un teatro abierto está haciendo un esfuerzo sobrehumano, pero hay que hacerlo. Si no los pones en marcha y no intentas relanzar la actividad... Desde marzo hemos interrumpido los hábitos de la gente y volverlos a recuperar es un proceso muy lento. En muchos casos, las salas no podrán resistir, así que, o las administraciones nos continúan ayudando, o el sector se va a hundir. Está siendo la ruina absoluta. Cada mañana es una deuda, pero hay puestos de trabajo que defender. Llega un momento en el que te acostumbras a esta precariedad insoportable...», resopla el de SOM antes de asegurar que las están «pasando putas» y que ya se verá «si podemos devolver los ICOS... Yo diría que no, pero si la Navidad no nos remata, quizá podamos sacar la cabeza del agua».

SIEMPRE SE VAN LOS MEJORES

Para gustos, los colores, y en esto del teatro ocurre tres cuartos de lo mismo. Unos se pirran por la risa fácil, y es lícito; y otros, por la erudición absoluta, igualmente válido. Pero aquí la belleza está en la variedad y en las salas llenas. Hay algo de podrido en nuestro tejido cultural cuando un proyecto que hace solo tres años era reconocido con el Nacional de Teatro tiene que cerrar sus puertas al primer bache (aunque no sea precisamente pequeño). ¿Por qué esa misma institución que encumbró a los inconscientes del Teatro Kamikaze no sigue apostando por ellos en las malas? Yo no lo sé. Suerte, kamikazes.