Crítica de “El pequeño vampiro”: El niño monstruo se aburre ★★★✰✰

Director: Joann Sfar. Guión: S. Jardel y J. Sfar. Música: Olivier Daviaud. Montaje: Hugues Espinasse (escenas de acción). Francia, 2020. Duración: 85 minutos. Animación.

En la sala de cine proyectan «La máscara de la muerte roja», y un pequeño monstruo con mocos verdes y que parece pariente lejano de Frankenstein llora porque ellos nunca ganan en las películas de terror, solo los humanos convencionales. Mientras, el Pequeño Vampiro, que tiene solo diez años, se aburre de solemnidad rodeado de otros personajes igualmente estrafalarios, aunque, cuando a él y su madre los metamorfosearon en criaturas de la noche pensaba que todo iba a ser muy divertido. Colmillos, volar, la capa. El problema quizá estribe en que han pasado tres siglos y él sigue con la misma edad de entonces, un niño para siempre. Por eso quiere ir al colegio y hacer amigos aunque sepa que es diferente a ellos.

Michel, un huérfano con problemas de comportamiento, siente todo lo contrario, que su lugar en el mundo está en la otra cara de la realidad, aunque su amigo no muerto esté de ella hasta las narices. Juntos lucharán contra Gibbous, el «hombre luna», un tipo siniestro al que le reconcomen los celos y el afán de venganza. Joann Sfar dirige esta adaptación de su propio y famoso cómic, un filme de animación poblado de encantadores bichitos que transitan por unos escenarios fabulosos y que realiza continuos homenajes a los clásicos del género e incluso una denuncia sobre la violencia de género. Una película ágil, tierna y con otro precioso mensaje: quizá la muerte solo sea el principio de una vida mejor. Y muy, muy distinta.