Crítica de “Más allá de las palabras”: Perdidos en la traducción ★★★
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Dirección y guión: Urszula Antoniak. Intérpretes: Jakub Gierszal, Andrezj Chyra, Christian Löber. Holanda-Polonia-Francia, 2017. Duración: 86 minutos. Drama.
A un inmigrante en Alemania se le exige ser más alemán que un alemán mismo. Cualquiera se arriesga en un país con ese currículum de arios conquistadores. Si procedes de una nación cuya posición estratégica le predestinó a ser pisoteada por la izquierda y por la derecha del mapa (ergo Polonia), no te queda más remedio que limar tu acento hasta la parodia, renunciar a tu pasado, ahora convertido en un piso piloto sin apenas rastro de tu historia personal, y practicar la xenofobia con los refugiados que te toca defender como abogado de élite, teñido de rubio y con traje y pantalones pitillo, y con hambre de éxito. Michael, al que Jakub Gierszal encarna con indisimulada antipatía, ha negado sus orígenes para vestir la máscara del adaptado, o del renegado. Hasta que su padre, al que creía muerto, polaco hasta la médula, irrumpe en su vida para tambalearla; para demostrarle una insobornabilidad de espíritu (bohemio) que acepta el fracaso como su forma de estar en el mundo.
La relación entre Michael y su padre ocupa buena parte del conciso metraje de “Más allá de las palabras”. En un elegante blanco y negro, Urszula Antoniak aborda el conflicto moral del inmigrante en la Europa del bienestar desde una frialdad que a veces va en contra de la intensidad emocional de la película, pero que aborda con finura, sobre todo desde la perspectiva del idioma (de la sensación de estar “perdidos en la traducción”: de ilustrar, en definitiva, el conflicto entre un ser traducido y uno intraducible), un sentimiento de alienación que es intrínseco a la condición de exiliado. Por desgracia, Antoniak no siempre sabe mantener el interés del relato, y hay un momento en que se deja arrastrar por un discurso que bascula entre la pedantería y la falta de sentido del ridículo: el periplo de Michael por los bajos fondos de Berlín y su paseo por un local clandestino repleto de refugiados de color nos hace dudar de los aciertos de este drama sobre la filiación, genética y patriótica.